Adriana Marcus, es de Buenos Aires, vivió en Neuquén y ahora habita una casa de barro y madera en un área rural cercana a la localidad de El Bolsón. Es dueña de una historia para contar en grande, pero que ella relata con humildad. Es fundadora de la Red Jarilla, un “colectivo multicolor”, como lo define, basado en la cooperación y el respeto por la naturaleza, que resalta la conexión con la tierra y el conocimiento ancestral como puntos de inflexión para entender el cuidado y la medicina.
Abrir su experiencia a los demás es algo que le sale de manera natural. No concibe las formalidades del sistema ni de las convenciones. Sí concibe los actos humanitarios de ayuda y cuidado incorporando saberes mapuches y el uso de plantas medicinales, también la construcción del saber colectivo.
Es madre de dos varones, y su vida tuvo experiencias agridulces que no duda en compartir. “Yo nací en Buenos Aires, mi mamá era enfermera, y fue de la primera camada de Instrumentadoras que existió en la Argentina; formada en el Hospital Rawson con Finochietto. A los 16 años empecé a entrar al quirófano con ella”, repasa.
En realidad quería estudiar veterinaria, pero por alguna razón que no recuerda terminó inscribiéndose en medicina. “Terminé la secundaria y empecé a estudiar Medicina en la Universidad de Buenos Aires y al mismo tiempo empecé a trabajar en la clínica con mi mamá”.
“Hice la formación de ayudante de Embriología e Histología y trabajé como ayudante de cátedra”, recuerda. Aquellos años pujantes se vieron oscurecidos por la época del proceso, en la que al llegar a quinto año de la carrera fue detenida en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) entre1978 y 1979. Habiéndole tocado en suerte hacer trabajo esclavo (una de las opciones menos trágicas que se barajaban entre los detenidos), Adriana pidió poder terminar sus estudios.
“En febrero del ´80 me fui a Perú con la idea de terminar de estudiar, pero me di cuenta de que me iban a faltar siete años, no uno, así que volví a dar una materia con la idea de volver a Perú y trabajar como enfermera en la selva, en la zona de Pucallpa”, relata.
En ese tiempo se encontró con un compañero de militancia, quien después se convirtió en su pareja y padre de sus hijos.
“Volví y terminé de estudiar medicina y nos fuimos a Neuquén a hacer la residencia de medicina general”, repasa. Luego las especializaciones los llevaron a Zapala y a Loncopué, dos localidades en la zona centro de la misma provincia.
En Zapala finalmente se jubiló y más tarde llegó a El Bolsón, donde estuvo siete años capacitando sobre plantas medicinales en el Centro de Educación Agropecuaria número 3 de Mallín Ahogado.
La profesional convocó en 2003 a formar la Red Jarilla, cuando aún se encontraba residiendo en Zapala. “Todavía existe y tiene sus extensiones en Buenos Aires, Jujuy y en Chile, entre otros”, exclama Adriana.
“Es un gran movimiento que además se compromete con cuestiones ambientales, con la defensa de la Tierra, con la defensa de los nacimientos en libertad, de la crianza cuidadosa, con esta visión de la economía feminista de poner la vida en el centro, entonces yo toco muchos temas que siento que están entretejidos. Tal es el caso de las plantas para la salud, la medicina, la partería, la crianza, el feminismo, el ambientalismo. Todo esto en realidad tiene que ver con el cuidado de la vida”, explica.
Adriana comparte e intercambia con las nuevas generaciones de médicos. “Hace unos cinco años por lo menos que me junto una vez por mes con los médicos residentes en medicina general de acá del Bolsón y charlamos de distintos temas que les preocupan”, cuenta.
“Escribimos junto con los residentes un libro que se llama ‘Pequeña guía verde para acompañar las emociones’, porque ellos querían ver qué plantas se pueden usar para no dar tanto medicamento para la gente que está mal emocionalmente cuando viene a la consulta. Después hablamos de microdosis también. Yo escribí fanzines sobre todos estos temas”, cuenta.
La solidaridad de Adriana es tan grande que no concibe lucrar con su saber ni con sus manos, con aquellas cosas que sabe hacer y que no se le cruza ni un minuto por la cabeza comercializar.
“Cuando fue el incendio que destruyó más de 70 viviendas y quemó más de 3000 hectáreas de bosque nativo, pastizales y forestaciones implantadas de pino en Epuyén me salió ponerme a hacer kilos de crema de Llantén para las quemaduras de la gente que necesitara. Son pequeños actos donde sentís que estás ayudando, además de ponerte a hacer comida y demás”, reflexiona.
“Hay un concepto muy interesante de las mujeres que están en la economía feminista, Amaia Pérez Orozco- economista feminista, doctora en Economía Social y Desarrollo, y activista social española- se pregunta ¿de qué producción hablamos? Porque todo lo que producimos nosotros los humanos es una recreación de elementos que existen en la naturaleza”.
Dentro de sus tantas acciones e invenciones, Adriana suma que “desde el 2012 armamos con dos amigos imprenteros un colectivo editorial en minga (“Apuntes para la cuidadanía”) para producir materiales de lectura con textos que por ahí son inaccesibles”.
La idea era difundir todo eso que a ella la había inspirado tanto. “Tenemos 54 títulos de cuadernillos y cinco libros editados que los hacemos nosotros, los cosemos nosotros, le ponemos la tapa, todo, todo”, asegura.
“Estoy muy agradecida porque aprendí un montón de los compañeros imprenteros acerca de un oficio que no era el mío y es una actividad que me encanta”, resalta.