El padre de Ricardo Alegre empezó de cero a producir leche. En los años ochenta, luego de que la tristemente famosa resolución 1050 literalmente “lo liquidó”. Ricardo recuerda que su familia quedó sola con un campo de 150 hectáreas y unas pocas vacas a las que ordeñaban a mano.
En 1993, un agrónomo de la zona llamado Rubén Scolari les recomendó que le metieran todas las fichas al tambo. Recuerda el productor: “Él nos dijo que hiciéramos pura y exclusivamente tambo porque somos cuatro hermanos muy trabajadores que no debíamos desviar la atención en otra cosa”.
“Hoy estamos en 26 mil litro” diarios de leche, dice Ricardo, casi como sintiendo vergüenza de haber trabajado tanto y haber generado un establecimiento lechero de gran envergadura.
“Aún hoy en día, a pesar de que yo no quiero seguir creciendo, porque con 500 vacas pensaba que ya era el límite, ellos (por sus asesores) quieren que sigamos, porque si no seguís creciendo podés llegar a desaparecer”, dice Alegre a Bichos de Campo, encarnando la paradoja actual que vive la lechería, casi como en la ley de la selva: el que se queda quieto y deja de intensificar para bajar los costos es carne de cañón. Víctima de la concentración.
Mirá la conversación completa con el productor de leche de Mar Chiquita, en Córdoba:
El establecimiento de Ricardo y sus hermanos es ejemplar. “Nos está yendo muy bien a pesar de la crisis, y hemos hecho inversiones que nos han permitido llevar la productividad a 41 litros por vaca”, relata. Pero no lo hace ufanándose ni mandándose la parte. Todo lo contrario, deja entrever que ese éxito ha sido relativo, a costa de muchísimo esfuerzo personal y posiblemente a costa de otros productores.
Es muy valiente y honesto el testimonio de Ricardo Alegre.
“La situación se va poniendo cada vez más difícil y la única forma de afrontarla parece ser creciendo y creciendo, no parar de crecer”, repite. Lamenta que otros productores no tengan la misma fortaleza que han tenido él y sus hermanos. “A lo mejor los hijos o la familia no los acompañan, o a lo mejor no tiene la misma pasión que le pone uno”, piensa en voz alta. Y se repite a si mismo que el camino para sobrevivir siempre ha sido aprender nuevas cosas: “A pesar de todo lo que sé, no me conformo”.
Alegre tiene claro que no ha habido política lechera en los últimos gobiernos. Peor aún, dice que no ha habido una política productiva. “Todos ganan proponiendo desarrollo. Incluso este gobierno al que voté con tanta fe y esperanza decía que la única manera de incluir a los excluidos por otros gobiernos era expandiendo la economía, para poder integrar mediante la cultura del trabajo a todos. Pero resulta que cuando empezó a gobernar no hace otra cosa que hablar de ajuste y achique de la economía. Es obvio que eso no sirve”, reflexiona Ricardo.
El productor cordobés define a la devaluación, en este contexto, como una “desgracia con suerte”, porque a mediano plazo las empresas podrán exportar y quizás mejore el precio que pagan a los tambos, que todavía están cobrando “2 pesos por debajo de los costos”. Insiste ahí, otra vez: “La única forma de paliar eso es ser eficiente en todo”.
Triste conclusión, repetida, la que nos queda de la charla con Ricardo Alegre. “La política no apunta a favorecer a quien produce sino a quien especula y timbea. Desde Martínez de Hoz para acá que vengo escuchando que hay que combatir la inflación, que hay que combatir el déficit. Pero todo eso se combate con producción, generando riqueza y distribuyendo para mejorar la calidad de vida de toda la sociedad”.
Le preguntamos a Ricardo cómo se imagina el futuro de la lechería argentina en este contexto. Y repite: “Si no cambian las políticas solo van a ir quedando los que siempre le meten para adelante, solo los que tienen capacidad”. Alegre no se alegra. Lo dice con tristeza.
Es casi imposible encontrar un productor como los hermanos Alegre. Mucho trabajo personal, distribución clara de las tareas, asesoramiento permanente de buen nivel y, sobre todo, mucha pasión.