Aunque el título de esta nota parezca insinuar todo lo contrario, la historia que aquí se relatará es una donde el diálogo y los acuerdos abundaron.
Sus protagonistas son Rogelio Fogante, un agrónomo reconocido por ser uno de los padres de la siembra directa en Argentina, así como de la asociación Aapresid y de la empresa Bioceres, fallecido en 2016; y Marisa Fogante, su hija, que devino en productora agroecológica con total apoyo de éste, y que logró su propia revolución al cultivar frutas orgánicas en Formosa, que ya llegan a los principales mercados del país.
“Calculo que fue la herencia que me tocó. Él era hijo del medio, yo soy hija del medio, y los dos hicimos cosas que la familia no se esperaba que hiciéramos. Así que quizás fue la parte de él que me inculcó su espíritu revolucionario peronista”, reflexionó Marisa Fogante durante una charla con Bichos de Campo.
Según recuerda, sus primeras inquietudes surgieron del trabajo de planificación que realizaba con su papá durante el inicio de las campañas, en la que observaba la cantidad de insumos químicos que se aplicaban por ese entonces en los lotes.
“Me empecé a cuestionar el modelo de producción y a tener conversaciones muy interesantes con mi papá. Él, que ya falleció hace ocho años, era un tipo muy inteligente, con una gran habilitad de escucha de esa que no existe mucho ahora. Él podría no estar de acuerdo en algo pero aún así podía hacerse cargo de lo que no entendía, y podría proponerte hacer cosas que te generaran nuevas preguntas para que juntemos andemos por ese camino”, contó Fogante.
Un hito central de ese camino que transitaron juntos fue un viaje a la provincia de Formosa en 2006, en el que conocieron a productores taiwaneses que cultivaban en el norte todo tipo de frutas exóticas orgánicas. Allí se adentraron en el cultivo de banana orgánica, que para padre e hija era territorio desconocido.
“Nunca habíamos estado en un campo de bananas, fuimos con mi papá y mi pareja de ese momento y nos encantó. Era un lugar para hacer un montón de cosas. Y sin conocer terminamos comprando un campo de otro taiwanés. Así que además de las bananas también hay mangos, lichi, ojo de dragón, toronja, varias variedades de mango. Ahí mi viejo empezó a andar mucho ese camino, muy contento, porque sintió que en ese momento de su vida se podía dar ese permiso también encarar ese otro proyecto”, recordó la hoy productora.
Parte del interés que su padre volcó a ese plan familiar estuvo relacionado con sus antiguos vicios como investigador del INTA, por lo que comenzó a hacer distintos ensayos agronómicos en el campo.
“Me propuso hacer un ensayo para comparar la producción de banana con y sin urea, y ver qué sabor tenían, qué color, qué altura, cómo quedaba el suelo, qué podíamos mejorar. En ese momento, la cultura de la zona era poner la medida de una latita de picadillo por planta de urea, sin importar cómo estaba su condición. Creo que esa enseñanza estuvo buenísima porque es un camino donde conviven experiencias, nos escuchamos, compartimos. Hay otra tanda con la que es directamente más complicado hablar porque estamos todos en ataque y defensa, cosa que creo que debemos desandar”, señaló Fogante.
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-La decisión fue entonces hacer agroecología en Formosa– le preguntamos.
-Sí, fue una decisión consensuada con él.
-Esto significa que se puede hacer mucha agronomía aún en planteos agroecológicos, que no hace falta renunciar a ella.
-Claro, ¿cómo vas a renunciar a la Agronomía? Y eso que yo no soy agrónoma, pero estaba él ahí con una pasión expresándola. Fue muy apasionante ese camino, agradezco estar acá gracias a que él, que bancó la parada económica. Sentir acompañamiento de una persona con toda esa historia, con todo ese conocimiento, para mí fue un golazo.
-¿Y funcionó finalmente? ¿Siguen adelante 20 años después?
-Funcionó. Por ahora siguen adelante cuatro familias que viven ahí y trabajan con nosotros desde el 2006. Eso también es un regalo. Atravesamos millones de conflictos, momentos donde no podíamos vender la fruta, donde la banana no valía nada. Los comercializadores te pagaban por ahí cinco pesos el cajón y terminábamos pensando a dónde la mandábamos. Aún así, “Mi Banana” fue la primera banana orgánica certificada de Argentina, que se conoció en Buenos Aires. Se ponía toda negra pero la gente realmente la incorporó porque adentro está buenísima, tiene un sabor, una calidad, un gusto y una consistencia que no tiene nada que ver con la fumigada.
-En algún en algún momento esa pelea comercial por instalar la banana te demostró que el camino era también pelear en el territorio de la comercialización. ¿De ahí viene la experiencia de Rosario?
-Exacto. Durante un evento en repudio a los 20 años de los transgénicos, nos encontramos con unas amigas. Una tenía una huerta cerca de Rosario y yo tenía fruta en Formosa. Ahí salió este proyecto “Red Suelo Común”, y de repente empezamos a conectarnos con toda la gente que estaba produciendo agroecológico en Rosario, que es mucha. Después se sumaron productores de cítricos de Entre Ríos, productores que hacían huevos y otros que hacían papa. Ahora hay un espacio en Rosario que se llama Mercado del Patio donde tenemos un local ahí y hacemos venta mayorista. Más que comercializadores nos gusta el término facilitadores de alimentos de verdad. Los valores que tratamos de mantener son para que todos puedan acceder a estos alimentos. La idea es que la gente pruebe y conozca.
-¿Cuanto a volumen de tu producción de frutas sale finalmente por este canal?
-Entre un 20% y 30%. El resto va a Buenos Aires y algo va a Córdoba.
Otro de los puntos que destacó Fagone de este camino fue el cambio que se dio entre los propios cosecheros del campo en Formosa.
“Empezaron a entender por qué era bueno hablar de Agroecología, cuando el resto de los que trabajaban en otros campos, haciendo algo parecido, te decían ‘qué ganas de renegar que tienen’. Eso porque había que hacer algún trabajo manual, no echar glifosato no urea, y trabajar la banana de forma delicada. Sin urea hay que trabajar más el suelo y su vitalidad”, concluyó la productora.