Se lo conoce por lo efímero de sus obras: esculturas en arena, flores en papel maché, piedras apiladas que si se quita la última se desmoronan… Al mirar el trabajo del artista plástico Alejandro Arce, que pasó su infancia en un campo ubicado entre Bariloche y El Bolsón, uno se pregunta por qué hace lo que hace. ¿Será que viene por el lado de la impermanencia, del constante cambio de las cosas? ¿Será el no deseo de pasar a la posteridad? ¿Será una suerte de ascetismo?
“Por un lado siempre me ha costado guardar cosas: me pesa estar haciendo lugar, pensando en cómo acomodar”, responde Arce. “Me di cuenta de que lo que más me gusta es el momento del hacer y que una vez que la cosa está terminada no siento algo especial, ni particular por tenerla. No tengo el deseo de atesorar ni conservar y no es que me parezca mal sino que a mí no me llama la atención”.
“También me pasa que tengo una casa chica y los cuartos son como estudios, y no tengo el galpón que necesitaría para acumular todo lo que produzco, entonces incluso cuando hago cosas en casa son chiquititas o que duran poco, como la animación con stop motion: implica un trabajo de meses para lograr un corto de unos minutos: cada video lleva entre 3.500 y 5.000 fotos, una por cada movimiento… y todo para un video que se ve una vez o, como mucho, dos veces”.
Arce nació en Bariloche y un día sus padres decidieron irse a vivir al campo, así que se convirtió en alumno de una escuela agraria cuya tía era la directora y, según sus palabras, toda esa etapa fue la mejor experiencia de su vida: se vinculó más que nunca con la naturaleza y conoció muchas cosas. “Siempre me interesó la relación no violenta con los animales y fue en esa época donde tuve mi primer caballo y ´amansado´ por mí”, recuerda.
“Un día había que amansar caballos y llamaron a gente para que lo hiciera y en esa época la doma era distinta, se trataba de doblegar al animal. El caso es que palenquearon varios caballos y uno de ellos no se dejaba y se escapó. Yo lo encontré al día siguiente, lastimado y con unos peones lo llevamos a la casa, vino un veterinario y yo lo empecé a asistir, a darle de comer, curarlo y así lo fui amansando; el Cobrito se llamaba”.
Arce es muy conocido, especialmente, por sus esculturas y dibujos en la arena, arte que lo llevó a trabajar en un documental sobre la vida del director de cine Robert Altman. Resulta que en una ocasión en que Altman ganó el Oscar, en su discurso dijo que hacer una película era como construir un castillo de arena con amigos en la playa, entonces al director del documental se le ocurrió que comenzara con una escena de alguien haciendo un castillo de arena… y para eso lo convocaron.
“Me contactaron unos amigos y lo hice. Arrancamos un día a las 4 de la mañana. Yo estaba con el director del documental, un camarógrafo y un fotógrafo y el equipo no llegaba porque se había quedado varado en el camino, entonces empezamos con una cámara, con lo que teníamos, hasta que empezaron a llegar todos”, describe Arce. “Me gusta que las cosas sean así: arreglarse con lo que hay porque ahí salen cosas lindísimas, que no están tan planificadas. Esto no quiere decir ser improvisado sino tener un plan pero flexible adaptándose a las personas. Y así fue: la escena tenía que representar una playa de Estados Unidos se filmó en La Lucila del Mar y fue una gran experiencia”.
Ahora Arce está trabajando en una serie de esculturas en arena sobre animales en peligro de extinción: lleva realizadas más 70 animales y su idea es seguir visibilizando esta problemática de las especies amenazadas, cuya ausencia desequilibra los ecosistemas a los que pertenecen. Dos ejemplos del Impenetrable chaqueño que visitó recientemente: si no hay yaguareté desaparece el principal predador y proliferan en exceso los animales que eran originalmente su presa; si no hay tortuga yabotí muchas semillas no prosperan porque necesitan de ellas para dispersarse.
“La naturaleza me interesa desde siempre y cuando me metí con estos animales tomé más conciencia de la cantidad que hay en peligro”, explica el artista que tiempo atrás también relevó la flora de la Patagonia y realizó esculturas en cartapesta de dos metros de altura. “Con las esculturas en arena la gente se engancha mucho: los chicos se dan cuenta de que pueden hacer más que solo castillitos y los grandes se reflexionan sobre lo efímero y muchas veces me dicen: `para qué hacer algo que dure siglos si vamos a estar tan poco por acá, mejor disfrutar el momento´. Cuando hago esculturas en arena y antes de empezar con el equipo, hacemos Tai chí para empezar bien y estar alineados.
-¿Por qué tai chi? ¿Qué aporta?
-Porque es una como una meditación en movimiento. Se trabaja con la respiración y eso ayuda en muchos aspectos: en lo físico, en la armonización de músculos y postura, y también ayuda mucho en la cabeza, te reformatea, te refresca.
-¿Le gustaría llevar su arte al entorno agropecuario?
-Mucho. Me encantaría llevar mi arte al campo y, por ejemplo, hacer esos dibujos “tipo extraterrestres” de grandes dimensiones. Me gusta la interacción entre la gente y la obra, la difusión del arte y encontrar nuevas posibilidades. Y lo traslado a cada espacio que puedo.