Al criadero “El 17”, ubicado en Colonia San Martín, provincia de Buenos Aires, las primeras 7 cerdas llegaron en 2006. Hoy cuenta con 65 madres divididas en bandas de rotación, 5 abuelas que proveen genética materna, un padrillo de repaso y detección de celos y, para inseminar, un macho para genética de carne.
“La única forma de estar a la altura de las exigencias del mercado es incorporar genética al tiempo que van cambiando los gustos”, describe Sergio Molina, propietario del criadero junto a su esposa Mónica. “Para el productor de cerdos el problema más importante es la falta de políticas a largo plazo, pues es sabido que la producción primaria requiere dos años de planificación mínima. En un criadero a campo el clima es uno de los problemas a sortear, tanto las bajas temperaturas como las altas y después la presión impositiva, los insumos a valor dólar y la falta de mano de obra”.
“Yo venía de la actividad apícola, quería cambiar y mi intención era poner conejos porque las instalaciones que teníamos se prestaban para ello”, recuerda Sergio. “Pero me encontré con un productor porcino que me alentó a entrar en la actividad (mi esposa también quería) y me asesoró en la crianza”.
Luego de capacitarse en el INTA de Tornquist, Molina conformó un grupo porcino llamado PORSUR, que, según sus palabras, les dio seguridad y conocimiento. Ser productores agrupados les permitió sumar experiencia y armar la línea de comercialización. También trabajar sobre el bienestar animal, que fue clave para asegurar las ventas y la mejora de los precios. Actualmente son 19 pequeños productores que comercializan en conjunto.
“Hago agricultura sembrando cebada solamente para la cría y me hago cargo del mantenimiento de todo lo que involucra el criado y de idear elementos de utilidad, siempre reciclando”, cuenta Sergio. Para sacar las guías y el control de pesaje se tiene que movilizar hasta Pigüé, que queda a 50 kilómetros.
“Mónica es el 51% del criadero. Ella lleva adelante el día a día con la sensibilidad de la mujer de campo, con ese don con las cerdas preñadas, en los partos e inseminación, llevando los registros de todo el criadero. Esto último es fundamental, sumado a la actividad bancaria que ella realiza”, explica. Con respecto a la producción, tienen nueve y medio crías al destete por cerda (cabe recordar que es un criadero a campo). Los capones se venden vivos a frigoríficos y solo faenan para consumo propio.
En 2012 Sergio y Mónica se animaron a sumarse al grupo de turismo rural Raíces de Campo, apoyado por el INTA y Cambio Rural. Comenzó con visitas guiadas, contando la historia del criadero y recorriendo todas las etapas de la producción. Luego incorporaron la gastronomía a base de carne de cerdo, lo cual les dio el toque distintivo al circuito.
“Los resultados son muy positivos, porque la gente se familiariza con la crianza del animal, conoce la bondad de la carne de cerdo y por supuesto genera un ingreso económico extra. Es muy importante que los medios de prensa se acerquen a nuestro lugar para que se conozca y difundan el sacrificio del trabajo en la producción primaria”.
Con respecto a la situación actual por el coronavirus, Sergio explica: “Seguimos funcionando porque los frigoríficos siguen demandando. El tema es el cobro, que se hace con cheque diferido y eso nos complica. Por otro lado el turismo está totalmente parado y estamos esperando a ver qué pasa. Acá, que somos una localidad chica, hay muchas precauciones y todo es más fácil. De algún modo nos sentimos privilegiados porque estamos rodeados de verde y en el medio de la naturaleza, y no como mucha gente encerrada en la ciudad”.