Sergio (50) nació en San Juan capital, vive en Pocitos y todos los días hace 40 kilómetros hasta su finca, para trabajar en su pequeño establecimiento vitivinícola ubicado en Caucete. Se reconoce como un productor viñatero y hacedor de vinos, pero no es enólogo sino que toda su sapiencia le viene de familia. Él pertenece a la tercera generación. Su abuelo empezó la actividad en 1970. Su papá, Roberto Albín, tiene 81 años y aún trabaja, se ocupa de etiquetar todas las botellas a mano. Su mamá, Teresa Vargas, es el sostén de toda la familia, dice.
Cuenta Sergio: “Mi familia vendía uvas y sólo hacía vino para consumo familiar, hasta que conocí a mi actual esposa, Paula Tornello, y mi suegro, José Santos, resultó ser enólogo. Un día éste probó nuestro vino y nos dijo: ‘Habría que decantarlo más…’. Nos tentó a mejorar el vino y empezó a nacer la idea de venderlo. Con su ayuda, en 2001 nos inscribimos como Vino Casero y creamos la marca ‘Don Albín’ en honor a mi padre. Empezamos a comercializarlo y a ganar clientes. En 2013 conseguimos la habilitación como elaboradores de Vino Artesanal, que nos permite producir hasta 12.000 litros por año. Actualmente lo encorchamos a mano, lo encapuchamos, etiquetamos, y hasta armamos las cajas a mano para venderlo”.
Continúa: “Tenemos un galpón chico de 80 metros cuadrados, con tanques metálicos y algunos de plástico. Hacemos una sola filtrada del vino antes de meterlo en la botella. Elaboramos tres varietales: Syrah, Cabernet Sauvignon y Moscatel de Alejandría, en dos variantes: secos o cosecha tardía, unos 30 días después de su justa maduración, concentrando mayor cantidad de azúcar y resultando más dulces. Con orgullo pertenezco a la Cooperativa de Productores Vitivinícolas de Moscatel Sanjuanino”.
“El vino es como el pan –alecciona Prado-, no es lo mismo un pan industrial que una tradicional ‘semita’ hecha al horno de barro. Al ser artesanal, puede ser que este año el vino nos salga con 13,5 grados de alcohol y el año que viene, con 14,8”. Y confiesa: “Tratamos de sacar un vino diferente al de las góndolas. Quienes nos visitan esperan algo distinto. No digo que sea mejor que aquellos. Ahora estoy tratando de ampliar mi producción a otras cepas”.
Sergio está colocando sus vinos en Córdoba. Él mismo los entrega por todo el Valle de Punilla y en Merlo, sobre todo en vacaciones. Algo envía a Entre Ríos, Tucumán y Buenos Aires. “Nos interesa dar cierta imagen de exclusividad y personalización, enviando por encomienda a todo el país y entablando amistad con nuestros clientes. Además, los primeros y terceros sábados de cada mes, vendemos en la Feria Agroproductiva de San Juan capital, que se realiza en el Paseo de las Palmeras, en el Parque de Mayo.”
Pero Sergio fue por más: “Con la idea de agregar valor a las uvas, me propuse practicar antiguas tradiciones que nos ayudan a volver a lo natural y a recuperar nuestra identidad. Estamos haciendo jalea y arrope de uva, vinagre, aceto balsámico, harina de uva tinta, y uvas pasas. Vendo todo bajo la marca Don Albín”.
Explica Sergio que las mayores propiedades de la uva salen de las semillas y de la piel, además del aroma y el sabor. Y detalla: “La harina de uva tiene una sustancia llamada ‘reveratrol’, que es un antioxidante natural, ya que posee vitamina E, Omega 6 y mucho más. Lo hacemos con uva tinta, porque tiene más de esta sustancia que la uva blanca. A este polvo de uva se lo puede revolver en un vaso de leche para los niños, o en una ensalada, etc. Se recomienda consumir entre 5 y 10 gramos por día en forma permanente. No somos muchos los que hacemos esta harina y nos cuesta venderla porque no se conoce. Vendemos 200 paquetes de 100 gramos por mes”.
Sergio reconoce que hoy le conviene más vender vino que uvas, pero se adelanta: “No toda la uva debería ir a parar a la elaboración de vino, porque tarde o temprano se va a aprobar la ley de ‘alcohol cero’ para los conductores en todo el país y va a bajar mucho el consumo de vino”. Por eso, agrega: “No pensamos producir más cantidad de vino, sino en seguir agregando valor a la producción, elaborando cosméticos, vendiendo hojas de parra para cocinar los ‘niños envueltos’ y también jugo de uva”.
Prado también necesita desahogarse: “No me siento un gerente de oficina. Ando en el tractor porque así me crié, pero además porque no consigo tractorista especializado. Está cada vez más difícil. Es que el hijo del obrero ya no quiere ser obrero de viña. Y mi hijo tampoco quiere estar a cargo de mi establecimiento, porque la actividad es cada día menos rentable. Además de que hoy, ya sea que produzcas leche, aceitunas o uvas, te pasa lo mismo: no tenés incentivos. Voy a pedir ayuda al Estado porque la necesito, justamente porque estoy en problemas, con deudas, y me piden que les presente las patentes pagas desde 2020 a 2022”.
Sigue: “Ser viñatero es hermoso pero la situación no está nada fácil, porque no sólo tenemos problemas con el agua, con conseguir gente para las cosechas y para producir el vino, sino también financieros, porque lo nuestro es un ciclo de 15 meses: cosechamos en marzo, facturamos en mayo, concretamos la venta en 6 pagos, recibimos el primer cheque en junio y terminamos de recuperar en noviembre el dinero que invertimos. Pero comenzamos la inversión en mayo o junio del año anterior, arando la tierra, limpiando las plantas, los callejones, hasta que en junio, cuando cayeron las hojas, empezamos la poda y la ‘atada’. Si tuvimos dinero, hicimos una fertilización. Mientras en más de un año pudimos sufrir heladas, caída de piedras, las plagas, el viento Zonda que te puede quemar las uvas y bajar los rindes que esperabas y necesitabas”, asegura.
Y completa: “Para que un parral te entre en producción, necesitás 2 a 3 años. Y no son los mismos parrales para vinificar que para hacer pasas de uva. Hoy necesitás siete mil u ocho mil dólares (blue) para armar un parral, entre palos, alambre, nivelación del suelo, mano de obra para armar los tejidos, comprar las plantas a los viveros especializados. A veces te dan ganas de invertir el dinero en un plazo fijo y esperar en un bar a cobrar los intereses, sin riego y sin trabajar”, recapacita, Sergio, con dolor.
“Le cuento: –dice- estaban pagando 4.500 pesos en tranquera por una bolsa de cebolla. Pero a nosotros nos pagan 32 pesos el kilo de uva. ¿Entonces cómo hacemos para pagar mejores salarios? El ideal sería que nos pagaran entre 22 y 25 centavos de dólar (blue). No es lo mismo la uva para mosto que la uva fina, que se paga más cara. Algunos vendieron la fina a 40 o 42 pesos, cuando el ideal debió haber sido entre 120 a 140 pesos”.
“En mi finca de 20 hectáreas tenía todo cultivado, pero por la falta de agua, abandoné un cuarto de la superficie. Hoy tengo un cuarto de mi producción de uva para mosto y otro cuarto para uva fina. Este año parece que habrá más agua porque hubo más nieve, pero no alcanzará para recuperar el 25% perdido. Y no pudimos vender jalea de uva por falta de frascos”, añadió.
Pero no todo sale mal para Sergio: “Fue muy positivo haber podido estar presentes este año con nuestros productos en la feria de La Rural de Palermo, porque nos conoció mucha gente y ganamos nuevos clientes”, cuenta con una sonrisa. Reciben a muchos turistas que llegan con la intención de aprender a elaborar vino, pero ellos además los sorprenden con todos sus derivados. Sergio dice que “tienen que venir a ensuciarse, a hacer la poda con tijera, y me gusta que se sientan como en su propia casa y que se muevan con toda libertad. En este momento me hallo acondicionando la finca para integrarla a la Ruta del Vino Sanjuanino”.
Sergio no pierde la esperanza ni en su país ni en su pasión por seguir siendo viñatero, y culmina: “A pesar de todo, tenemos ganas de seguir. Hay que hacer políticas para recuperar la cultura del trabajo. A los chicos de las escuelas agropecuarias no se los prepara para ser emprendedores independientes sino más bien para salir y conseguir trabajo en los emprendimientos de otros. No es el camino más corto, pero a mí me da muchas satisfacciones. Por eso me la paso ofreciendo a los alumnos de las escuelas a que vengan a aprender y a contagiarse en ser emprendedores independientes. Pero hay que tener paciencia y saber que no es fácil”.
Le dedicamos a Sergio Prado y a su familia, la Cueca del vino nuevo, de Eduardo Troncozo y Carlos “Pipo” Charlín, por la sanjuanina Claudia Pirán:
Excelente nota! Seria bueno sa ber como contactarse con esta gente . Soy menfocina y muero por tomar arrope como en mi infancia. En Mza no consigo