Aunque no se acuerda de la fecha exacta, Santiago Ranciari sabe que hace más de 20 años nació su curiosidad e interés por las llamas. Con el tiempo esto se transformó en amor.
Además de productor ganadero en la zona de Pehuajó, provincia de Buenos Aires, Santiago es payaso. Aclararlo no es un dato menor porque para él su oficio de artista infantil es en un 90% captar la atención del público. Cuando encontró una foto vieja de un familiar posando con una llama –algo muy común que ofrecían las comunidades gitanas para ganarse el mango-, sintió que ese animal podía ser llamativo para captar el interés del público por su performance.
Luchi fue su primera llama. Tenía un ojo azul y otro marrón y había perdido a su mama, así que la crió guacha. Esto significa alimentarla a mamadera. “Criar un animal así implica casi humanizarlo. La llama pasa a tener actitudes humanas, duerme en una alfombra al lado tuyo, viene a darte un beso y te mira a los ojos.”, cuenta Ranciari. Aunque hoy lo dice seguro, por ese entonces se sorprendió porque era su primer roce con este tipo de animal.
El día que llevó a Luchi a una visita al hospital para despedir a una mujer mayor vio que el animal se inclinó para abrazarla. Ahí entendió que había mucho más potencial del que había imaginado. “Pasó el tiempo y me volví un acumulador compulsivo de llamas”, dice entre risas.
De las 64 llamas que llegó a tener, hoy cuenta con 48. Cuatro de ellas ya se encuentran en la etapa final de adiestramiento para convertirse en rehabilitadoras. El proceso no es más complejo que juntarse con ellas y ver cuáles son las más amigables y dóciles.
Ranciari aclara que por naturaleza todas las llamas tienen un comportamiento gregario, son muy curiosas y cariñosas. “Cuando hay una que nos gusta, la traemos acá al pueblo y empieza a vivir con nosotros. Duerme en un patio pequeño. Entra cuando estamos almorzando o cenando y se sienta al lado tuyo”, explica. Sus hijas son el mejor termómetro.
Las llamas terapéuticas no distinguen sexos, pueden ser machos o hembras. Sin embargo lo que remarca el productor es que en un 90% se trata de animales sin madre, criados a mamadera. La docilidad y la vistosidad en los colores de su lana ayudan a despertar los sentidos de las personas. Son usadas para trabajar en contacto con chicos con autismo, para quienes están deprimidos o tienen problemas motrices. “Yo no sé si las llamas curan pero lo que puedo asegurar es que en lo inmediato te cautivan y cambia la fisonomía de una persona que está en una situación disminuida.”
Aunque se interesa mucho en su acción terapéutica, no es el único motivo por el que las tiene. Si alguien se acerca a su campo puede ver un molino pintado de colores y llamas graciosas pastando y agrupadas. Para él adornan el paisaje. En este cuento de hadas, pensar en destinarlas para la faena le revuelve el estómago y siempre le da la negativa a quienes se lo proponen.
Si no las nombra por el Santo del día en que nacen, lo hace por sus características físicas. Pompi, por ejemplo, es una llama blanca con un manchón negro en el lomo. Para él no es difícil cuidarlas ni interfieren con el resto de su producción vacuna, que es lo que lo sustenta. Comen el forraje disponible y, aunque tengan un sorgo de un metro y medio de altura, eligen el pasto del costado del alambre donde está más bajo.
Tampoco tiene grandes gastos de sanidad y por lo general las esquila cada dos años. Algo interesante es que no encuentra quién pueda trabajar con lana de llama y tiene un galpón donde acumula lo que esquila desde el 2017. Un kilo de lana puede estar alrededor de los 3.000 pesos y él tiene alrededor de 100 kilos.
“Esquilo y guardo en un galpón con medidas de seguridad para evitar la polilla. Esto genera trabajo manual pero no hay hilanderas en la zona”, dice frustrado. Asegura que está dispuesto a entregarla si aparece alguien que se interese y sepa trabajarla.
Su mayor problema lo tiene con los perros salvajes. Los considera un mal endémico en la zona. De las 18 llamas que mataron en el último ataque, 5 eran rehabilitadoras. Santiago las llamaba las “Messis” de la terapia. Desde que se mudó a otro campo en Carlos Tejedor, para tener más espacio y forraje durante el invierno, ese inconveniente ya no lo tiene. “Desnaturalizamos el campo para que los perros se olviden de él”, afirma.
Este payaso, señor de las llamas, tiene interés ahora en conseguir 50 o 60 madres y darle un mayor valor a la actividad. “Tiene mucho trabajo manual con poco requerimiento. Una llama en Buenos Aires come en cualquier lado porque hay pasto en cualquier lado”, asegura.