Cerca del paraje Fair, a 20 kilómetros de Ayacucho y en plena cuenca del Salado, se ubica El Centenario, un establecimiento dedicado a producir Angus negro y colorado que tiene el objetivo de lograr un rodeo adaptado a los ambientes y pastizales de la zona.
El campo posee un diseño práctico y moderno con un callejón principal (hecho con postes metálicos galvanizados) con tomas de agua cada 100 metros que permiten conectar bebidas móviles a casi todo el campo excepto a una parte, que solo está ambientada separando sectores de lomas y bajos.
En esa escenografía realizan pastoreo diario respetando un diagrama de 150 parcelas, dependiendo del ambiente, la disponibilidad y el clima. En total, cada parcela tiene entre 90 y 120 días mínimos de descanso.
“Desde que comenzamos en 2015 hacemos agroecología. Considero que es una gran caja de herramientas con muchas escuelas que brindan distintas tecnologías de proceso que utilizamos según la decisión a tomar”, explica Santiago Donoso, que arrancó el proyecto junto con su padre.
En estos 8 años en El Centenario se han desarrollado experiencias con métodos de pastoreo como el adaptativo por ambientes (ADP), PRV (Pastoreo Racional Voisin), manejo holístico de pastoreo, como también se desarrollaron prácticas con cultivos de cobertura, abonos verdes, aplicación de biofertilizantes y calendario sanitario biológico, entre otras tecnologías de proceso. Y siempre en constante intercambio con otros productores y técnicos en un continuo aprendizaje.
“Buscamos tener el campo siempre cubierto y mantener las raíces vivas utilizando la vaca para generar un impacto instantáneo con altas cargas: los animales remueven las primeras capas de tierra ayudando a la infiltración de agua y así se llega a cada rincón del campo con bosta, logrando un gran aporte de materia orgánica que, con un manejo sanitario libre de antibióticos, el escarabajo estercolero se encarga de descomponer e incorporar”, describe este productor oriundo de Tierra del Fuego.
El Centenario ha participado de distintos grupos de productores agroecológicos y hace 6 años que es miembro de Alianza del Pastizal. Actualmente están produciendo de forma conjunta con los fundadores de la empresa PensAgro y desarrollando el nuevo diseño del campo.
“Ayacucho es uno de los partidos más grandes de Buenos Aires, por ende, los parajes rurales son de vital importancia para la vida en el campo”, dice Santiago. “Argentina es uno de los países con menor porcentaje de población viviendo en la ruralidad y es muy importante que los jóvenes comencemos a diseñar proyectos productivos de menor escala”.
“Hoy en los campos nos encontramos con una gran oportunidad, ya que hay muchas estructuras ociosas y las ciudades tienen grandes problemas para el acceso a la vivienda. Hay que salir de las urbes porque el mundo necesita más productores y esta es una gran salida para la gente joven y hoy Internet te conecta desde cualquier lugar”.
-¿Por qué eligió este planteo ganadero?
-Principalmente porque estos sistemas productivos revierten el cambio climático, además aumentan la carga animal, mejoran la calidad y cantidad de forraje disponible y eso trae beneficios para la fauna nativa y para el suelo ya que las parcelas están al menos 360 días sin animales.
Luego Santiago cuenta que “desde que arranqué siempre trabajé haciendo manejo de pastoreo, pero no soy hijo de productores ni mi familia viene del mundo del agro, por ende tuve que ir informándome y desarrollando experiencia sobre la marcha. Mi primer acercamiento al mundo agroecológico fue durante mi adolescencia donde participaba en una organización civil (Cultivarte) con huertas biodinámicas en un comedor en el barrio de Benavídez. Entre las actividades que realizábamos visitamos productores de diferentes zonas del país que nos demostraban que había otra forma de producir, sin insumos químicos y que además regeneraban la tierra, así que cuando arranqué este proyecto hace 8 años elegí esta como la forma de producción”.
-¿Antes qué se hacía en este campo?
-El campo, como la mayoría de los campos de la cuenca del Salado, tiene una historia de pastoreos continuos, donde se dejaba que la vaca hiciera un pastoreo selectivo con grandes potreros. Estas prácticas han ido degradando los pastizales naturales de la zona haciendo perder diversidad de especies de pastos que son el hábitat de la fauna nativa. Pero además el pastoreo continuo afectó el desarrollo económico y social de la región como consecuencia de los cambios generados principalmente en la estructura de la vegetación.
-¿Qué cambios hubo en el campo desde que se trabaja con este modelo regenerativo?
-Mejoraron muchísimo el paisaje del campo, la diversidad de la fauna, la flora y microbiología del suelo. Se nota a simple vista: cuando el campo estaba arrendado era una superficie pelada con pastoreo continuo y potreros de 100 hectáreas con alambre 7 hilos, o sembrados de alambre a alambre sin importar el ambiente. En cambio ahora pasamos a una estructura simple y liviana que permite trabajar con facilidad y hacer un manejo eficiente del pastizal natural con ambientes descansado.
-¿Tiene algo de pasturas?
-El campo es 100% pastizal natural. Usamos el pastoreo casi como única herramienta, trabajando para mejorar cada ambiente. Antes interveníamos las lomas con cultivos para pastoreo como maíz, sorgo, avenas, pasturas y ahora las estamos naturalizando dejando sucesiones espontáneas que van mejorando año a año. Estas prácticas mejoran la estructura del suelo y por lo tanto aumentan la infiltración y la capacidad de retención de agua, reduciendo mucho el riesgo de erosión.
-¿Cómo arrancaron?
-Mi familia está radicada en Tierra del Fuego desde los años 60, pero siempre tuvimos una pata en Ayacucho, ya que mi mamá nació allí. Cuando empecé en el campo tenía 26 años. El primer desafío fue restaurar el casco de 1920 y hacerlo habitable, ya que estaba abandonado, así que con un amigo nos fuimos a instalar para poder arreglar la casa poco a poco. Después hicimos una primera prueba sobre 15 hectáreas para ver si funcionaba el sistema; para eso desarrollamos un modelo de negocio que fuera rentable y que representara nuestros valores. Así que sembramos un maíz de manera agroecológica, hicimos pastorear 90 vaquillonas durante 6 meses, con parcelas y dos cambios diarios, y luego a esas vaquillonas las vendimos preñadas.
-¿Fue sencillo?
-Al comienzo me tuve que poner a investigar porque de campo sabia poco y nada, así que fuimos pensando la estructura que había que armar, levantar los perimetrales que faltaban, arreglar las mangas, etcétera. A partir de ahí dejamos de arrendar tradicionalmente y comenzamos a producir el campo.
-¿En qué están trabando ahora?
-Además del campo y otras actividades de la familia estoy trabajando en proyectos de agregado de valor de la carne. Creo que hay un potencial para el desarrollo de las economías regionales, sobre todo con el posicionamiento de la carne argentina en el mundo. En Río Grande, estoy participando de un clúster ganadero para fortalecer la identidad de la carne fueguina que tiene grandes perspectivas.
-¿Qué cambió para usted con todo esto?
-El cambio más importante fue personal, encontrar a tan corta edad una pasión a la que le quiero dedicar toda mi vida. Y eso fue algo que también le pasó a mi viejo antes de partir: siempre quiso venirse a trabajar al campo y desde ese entonces nuestra relación se tornó muy disfrutable, haciendo que él también sienta que no solo teníamos un solo un proyecto ganadero, sino que éramos los custodios de un espacio.
Boludeo o algo económicamente sustentable?