Por Esteban “El Colorado” López
El curanto es una emblemática comida de la región patagónica, de esencial carácter comunitario, porque viene de antiguas costumbres de los pueblos originarios, que no seccionaban sus vidas como nosotros, los modernos, sino que comían de modo ritual, en comunidad, cantando, bailando y orando a los espíritus y dioses, con el fin de poder convivir cotidianamente con las abrumadoras y temibles fuerzas de la naturaleza. Tenían muy claro que comer, era y es sagrado.
En lengua mapudungún (que significa, el hablar de la tierra), “currá” viene a ser “tierra”, y “tu” sería “sol”, que querría decir “caliente”; en este caso “tierra caliente”.
Se estima que el curanto comenzó en la isla de Chiloé, la isla de las gaviotas, en el sur de Chile, donde es común que esta preparación se componga fundamentalmente de mariscos o de pescados. De allí la fueron trayendo hasta nuestro lado argentino, pero a su vez se sospecha que haya llegado a Chile desde la Polinesia. Posee reminiscencias de arcaicos ceremoniales ígneos, y sabemos que la magia del fuego siempre nos ha extasiado.
En la majestuosidad del paisaje patagónico, abrían un hoyo circular en la tierra, colocaban piedras en su fondo, luego lo llenaban de leña. Encendían un fuego, y comenzaban a danzar a su alrededor, dando saltos, y entonando un canto letánico. Algunas piedras podían estallar. En ese caso, si las que estallaban superaban cierta cantidad, era una señal de que uno de los participantes moriría a fin de ese año. Acá, les aviso que pensé en no contarles este detalle, pero supongo que somos personas modernas y no creemos en estas supersticiones.
Entonces prosigo: cuando ya estaban bien calientes las piedras, se retiraba la leña y los participantes del ritual pasaban sobre ellas, pisándolas. Los mapuches actuales colocan una tabla a modo de puente y ya no pisan las piedras.
Luego los comensales arrojaban sobre las piedras, mariscos, verduras, carnes, y las tapaban con hojas grandes de nalca. Cubrían todo con tierra, dejando cocinar todos los ingredientes durante unas horas, hasta finalmente lanzar algunos gritos con el objeto de ahuyentar a los malos espíritus, y luego darse la gran panzada.
Si en vez de cocinar en un hueco de tierra, hiciéramos esta preparación hoy en una olla, se lo llamará “pulmay”, que sería curanto en olla. Por conservar los jugos de las verduras y de las carnes se considera como una sopa.
Hoy sigue bien viva esta comida tradicional, que se ganó los paladares de pobres y ricos, y se aprovecha turísticamente por los valores que virtuosamente encarna. Los huinca, hombres blancos, gringos trabajadores, fueron llegando a partir del siglo XIX, Suizos y galeses se convirtieron en grandes cultores del curanto. Cavan un pozo en la mapu o tierra, de unos 50 centímetros de profundidad, y pueden cocinar carnes de capón, de vaca, de cerdo, hortalizas, zapallos, papas, batatas, choclos, todo con hierbas aromáticas. Tapan los ingredientes con una lona en vez de hojas. Si los imita, no use sal o use muy poca.
Jamás olvidaré mis primeros curantos con amigos, en viaje turístico allá por 1987, a orillas del río Malleo, luego de una pesca clandestina, junto a varios mapuches, bajo un cielo inmaculado, y la presencia misteriosa del volcán Lanín, entre los lagos Tromen y Huechulafquen.
El gran mitólogo rumano, Mircea Eliade, sostuvo que los mitos no mueren jamás, y que seguiremos siendo supersticiosos, sólo que nuestro pensamiento mágico tomará otras formas de expresarse. Tal vez no creamos más en que si una piedra del curanto explotara, alguien morirá. Pero mientras elijo cuál de todas las prestigiosas bodegas patagónicas acompañará al curanto que hoy invitaré a mis amigos en mi jardín, le pido por favor a usted que no me de la sal en la mano, sino que la coloque sobre la mesa, que luego yo la tomaré.
Agradecimiento: Cuando usted tome la Trochita del Viejo Expreso Patagónico, podrá escuchar en el placentero viaje de Esquel a Ingeniero Jacobacci, a mi amigo y peñi (hermano), el cantautor Eduardo Paillacán, y comprarle su CD. De él recibí su imprescindible ayuda para realizar esta nota, y además nos envió en un audio sus sabios comentarios sobre el curanto, y nos recomienda escuchar una canción alusiva, de Isabel Parra,. Primero va la letra y después el audio.
El Curanto, de Isabel Parra
Levántate, hombre flojo,
salí a pescar, salí a pescar,
que la mar está linda
pa’ navegar, pa’ navegar.
No puedo levantarme,
tengo mucha hambre
y el pescar con fatiga
va a malograrme.
Quiero comer curanto
con chapalele,
milcao, chicha ‘e manzana
y aunque me vuele.
Los botes ya salieron
de la ensenada, de la ensenada,
y vos ‘tai en la cama
sin hacer nada, sin hacer nada.
Es que he comido mucho
por lo derecho
y es malo hacer esfuerzo
tan satisfecho.
Aclaración: Ya que citamos a los mapuches, tan discutidos en los últimos tiempos, aprovecho para compartirles una breve información que investigadores del CONICET han publicado hace poco, con el afán de aportar un poco de luz ante tantos malos entendidos:
…”Los mapuches no son araucanos de origen chileno y no exterminaron a los tehuelches. La mayoría de los…nombres de los pueblos indígenas variaron entre el siglo XVIII y el presente; algunos son nombres que se dan a sí mismos —como por ejemplo “mapuche”— y otros fueron impuestos —como es el caso de los términos “araucano” y “tehuelche”.
Vale decir que “araucanos” no es el “verdadero nombre” de los mapuche ni tampoco es el nombre de los “antiguos mapuche”; es apenas el nombre que los españoles quisieron darles.
Los mapuches, por otra parte, no son “indios chilenos”, sino pueblos preexistentes. Esto significa que vivían en estos territorios antes de que existieran los Estados y que había mapuches en lo que hoy es Argentina, así como había tehuelches en lo que hoy es Chile. A su vez, las alianzas matrimoniales entre unos y otros y los desplazamientos producidos por el avance de los Estados sobre sus territorios dieron lugar a que muchas familias se identifiquen en el presente como mapuche-tehuelche, tal como ocurre en la actual provincia de Chubut. Los tehuelches, por otra parte, no “se extinguieron”, sino que desde hace varios años luchan para demostrar que continúan existiendo y, en la Patagonia austral, han comenzado a identificarse en el espacio público como aonek’enk…”