Teresita Flores tiene 83 años de edad y nació en Sanagasta, en la provincia de La Rioja, un pueblo originario, prehispánico, que se resistió a los españoles y al que luego los jesuitas llevaron negros esclavos para las colonias, me señala ella con su espíritu crítico. Es curioso ver hoy a muchos de sus pobladores con rasgos negros. Se debate su etimología entre “pueblo de negros”, “de ollas” o “de brujas”.
“Yo soy la bruja mayor”, exclama Teresita, con picardía, pero las ollas -como símbolo de su cultura alimentaria ancestral- y el saber de sus orígenes, llegaron a cautivarla durante toda su vida.
Apenas Teresita se recibió de maestra fue nombrada directora de una escuela en el pueblo de Cuipán, en el Departamento San Blas de los Sauces, que significa Casa o lugar de conejos, porque parece que en esa región abundaron los cuises, solo que no tan grandes como los que se comen popularmente en Perú.
Teresa me cuenta que ejerció la docencia durante cuarenta años por varios pueblitos, algunos olvidados y sin luz, donde los chicos pastoreaban las cabras y había que salir a buscarlos. Había que hacer de todo: despiojaban a los niños, cocinaban, acarreaban agua y en muchas ocasiones no tenían ni una pizarra. Pero en esos pueblitos la gente se las arreglaba para ser feliz, dice.
Teresita se casó en Jalicas (nombre de uno de los últimos caciques) con un docente, hijo de libaneses, quien la alentó a estudiar en la Universidad de La Rioja, donde logró recibirse de Profesora de Literatura y Castellano, con gran sacrificio, ya con tres hijos. Desde Los Sauces, donde vivía, viajaba todos los días a la Capital.
Su pasión por las letras la llevó a escribir poesía de alto vuelo y enraizada en la cultura profunda de su provincia. Su madre falleció cuando ella tenía 8 años de edad. Tuvo que empezar a cocinar y fue aprendiendo a combinar sabores, aromas y colores.
En el interior de su provincia fue conociendo a mujeres admirables que cocinaban platos tradicionales con ingredientes nativos y recetas simples, que en su austeridad y sabiduría popular descollaban en ingeniosos platos que alimentaban rico, sabroso y nutritivo. Desde una sopa, un guiso, una tortilla, una colación o un postre. Ella comenzó a tomar apuntes porque tanta maravilla y riqueza cultural no debía perderse.
Pero en el fondo, Teresita se fue dando cuenta de que lo que relucía en la educación oficial y en los medios masivos era la historia según los vencedores. Toda esa riqueza nativa, que se fue fusionando con todas las demás culturas, la africana, la de Medio Oriente y demás corrientes migratorias, no se visibilizaba.
Contando la historia de la cocina, fue narrando la historia política y cultural de su provincia. Me cuenta que los Incas dividieron su imperio en cuatro Suyus. El Noroeste argentino, con La Rioja, conformaba el sector Sur del imperio, que llamaron Tawantisuyu. Cada familia formaba parte de un Suyu, un lugar.
Teresita se la pasa señalando a los intendentes riojanos que celebran las fundaciones de los pueblos en las fechas que en realidad los españoles sólo los refundaron. Porque todos los pueblos de La Rioja son prehispánicos, menos su capital. Señala que ya no quedan aborígenes ni negros puros, sino mestizos. Quedan apellidos originarios como los Chumbita, los Chacoma, los Choque.
Esta maestra de alma levanta su voz autorizada cuando pretenden “resignificar” la festividad sagrada y tan popular de La Chaya, corriendo el riesgo de desvirtuar su hondo sentido. Al final de las cosechas de la papa, el poroto, la algarroba o el maíz se celebraban encuentros sagrados con mitos y danzas rituales. Sostiene que sólo deben actualizar, hacer presente en cada ciclo anual, el sentido originario que se hunde en la cultura del trabajo agrario, en las mingas que precedieron al moderno cooperativismo, las cosechas y la veneración agradecida a la Madre Tierra, que es la Madre de la Vida, por los frutos que nos da.
Teresa escribe libros, y una vez que los regala dice que son del Pueblo. El último, de poemas, se titula “Solamente el rescoldo”. Ahora está escribiendo un ensayo sobre la papa. Escribió 18 en total, entre ellos: “Cocina típica de La Rioja”, “La cocina riojana”, “Historias a la Olla”, “La Rioja y el Maíz de América” y uno sobre mitos y leyendas de su provincia.
Los invito a leer y a googlear a Teresita Flores. En Buenos Aires, sus libros se consiguen en La Casa de La Rioja. Ella ha sido declarada Mujer Destacada de La Rioja en 1996, Vecina Ilustre en 2001, Vecina Ilustre en Tarija y en San Lorenzo, Bolivia. Es Cofundadora del Museo Rumi Mayu, en Sanagasta, y la autora de la Ley 8.961 que declara conmemorar el Día de la Cocina Riojana al tercer domingo del mes de Julio.
Me despidió con estas sabias palabras: “Mi fortuna son mis libros, mis hijos, nietos y bisnietos. Una puede irse cuando Dios quiera, pero tiene el deber de dejar algo”, que en su caso ya es una profunda huella.
Así escribe la Teresita poeta:
Duendes de Sanagasta
Urden los duendes la siesta, en Sanagasta.
El aire es un contrapunto de guitarras
cuando pasa la copla
por los cántaros frescos de la vidala.
Es la segunda jornada del “entierro”,
la de la edad primera del rudo pan de fuego,
feraz, ensimismada; casi de humo fantasmal,
como de música desatada en silencio;
esta pequeña patria de la chaya
desanda en los vapores de febrero.
Y no sé por qué
no le tallan un nombre al salitral del vino
si en el anonimato de cantar y embriagarse
les surte por los poros
el alcohol de una vida trajinada y tranquila.
Algunas viejas peinan el violín
con la espina sonora de la caja
y las chicharras
sacrifican la seda triunfal de la algarroba
bajo el innúmero sol de la belleza.
Será -tal vez- porque el vino
les acerca un olvido juguetón y asesino,
pura suerte, no más, de enfrentar el camino.
Será, tal vez, porque la chaya se morirá también plantándole un horcón a la tristeza.
Le quiero dedicar a Teresita Flores la dulce canción “Mi pueblo azul”, del riojano Ramón Navarro, a su pueblo natal de Chuquis, interpretada por León Gieco.