En el noroeste de Misiones, casi sobre la margen del río Paraná, a unos 47 kilómetros al sur de Puerto Iguazú, se halla Puerto Esperanza. Más precisamente todavía, en el Lote 23 C, sobre la calle Entre Ríos, al lado de la plaza Pulgarcito, en una parcela de 7 hectáreas, vive Claudia Cecilia Pfaffenzeller. Es nativa de allí, tiene 46 años, está casada y con ocho hijos. Descendiente de alemanes, Claudia es una guardiana de semillas nativas y criollas de su provincia. Una custodia del monte.
Claudia fue secretaria de la cooperativa almidonera CAEL y trabajó mucho con el FONAF, la Federación de Organizaciones Nucleadas de la Agricultura Familiar. Hace once años que trabaja en la Feria Franca 8 de Diciembre junto a otras seis mujeres y un solo varón, los miércoles y sábados de 7 a 12. Como ama el monte y la cocina, se capacitó en el cultivo de plantas nativas y criollas, hasta de la vid. Sabe de injertos, podas, manipulación de alimentos, y de cómo conservarlos.
En la feria vende mermeladas, pickles mixtos con coliflor, brócolis, morrones de diversos colores, pepinos, cebollas, huevos, zanahoria , y panes caseros, dulces, como el tradicional “pan cuca”, y salados, sobre todo, pan con chicharrón, panes rellenos de dulce de batata, membrillo, ricota, que elabora con sus manos.
Lo de las ferias comenzó como recurso para aprovechar los excedentes de sus chacras. En la suya, Claudia trabaja con su marido, Luis Elio Rheinheimer, con quien lleva más de 30 años de casada. Dice que “se sacó la lotería”, porque es su gran compañero, que la ama y la respeta, y hasta cocina cuando llega primero a la casa.
De su chacra aprovechan para vender en la feria, verduras y hortalizas como también plantas medicinales, toronjil o melisa, romerito, cedrón, cúrcuma, y ornamentales como orquídeas y otras. En ella cultivan maíz, mandioca, zapallo, maní, tienen sus gallinas y algunas vacas. Además son apicultores.
A Claudia le encanta hacer tortas de cumpleaños gigantes, rellenas con mermeladas y almíbares de frutas regionales y silvestres, como de yabuticaba, rosella, guabirá, pitanga, nísperos, quinotos, mamón, higos, zapallo, que ella misma elabora y vende en la feria.
En su chacra de 7 hectáreas sólo cultiva 2 y conserva celosamente 5 hectáreas de monte, porque lo ama y sabe que debe protegerlo. Allí tiene árboles frutales y añosos, típicos de la región. Los días de lluvia le apasiona contemplarlos junto a las aves que en ellos anidan. Además heredó de su familia 20 hectáreas, en Andresito, donde tiene hornos de carbón. Pero no queman su propio monte sino que compran a otros lo desmontado. De eso se ocupa su marido.
Le pregunté a Claudia qué receta prefería contarnos y me dijo, mientras amasaba unos chipacitos para acompañar el mate, que le gusta hacer “Panes a la olla”, un plato de tradición alemana.
“Preparás unos bollitos de masa con levadura y los colocás dentro de una olla, apenas aceitada o enmantecada, para que no se peguen, y separados para que vayan leudando allí mismo. Los dorás a fuego lento, del lado de abajo y de los costados, sin moverlos, y luego echás un poco de agua en los costados, y tapás la olla para que se cocinen al vapor. Si se seca la olla y al clavarles un cuchillo ves que aún le falta a la masa de los bollitos, agregale otro poco de agua. Aparte, preparás una salsa a tu gusto, y con espátula servís los panes en cada plato, les echás la salsa por encima y los servís. Una delicia”.
Claudia no ambiciona lujos y reconoce que el trabajo en la chacra es muy sacrificado. Pero agradece poder vivir sin que les falte la comida diaria. Para eso no sólo trabaja mucho sino que también piensa mucho y educa, comprometida con su familia y su comunidad. Dice que para tener una pareja de verdad, deben tirar “en el carro” juntos, de modo parejo. De todos modos, le enseña a su hijita que siempre trate de ser una mujer independiente, que lo ideal es tener un ingreso monetario propio, porque eso da libertad y seguridad a la mujer.
Pero además sostiene que -como gringa que fue educada de modo muy hermético, discriminando a los negros y nativos-, no tenemos que ser racistas, no debemos discriminar a las personas por su color, ni su raza, ni su religión. Ella prefiere comprometerse con su comunidad, ser solidaria, y así ha llegado a cortar una ruta para reclamar un nuevo edificio para la escuela 611, la de sus hijos. Le preocupa la situación actual, porque ve que se está destruyendo al pequeño productor, ya que les aumentan todos sus costos, y cuando venden les pagan una miseria.
Hace 13 años que tiene a cargo la jardinería de un cementerio privado, porque ama las plantas, lo natural y la vida silvestre. En su chacra corta con motosierra y ara con buey, mientras en el jardín del cementerio corta con la guadaña y con el tractorcito.
Pfaffenzeller insiste en que lo que más le preocupa es cuidar su monte nativo, que es su fuente de vida y salud, al que ama desde su infancia. Tiene claro que cuando ella cultiva, amasa y cocina, cuando cuida, acompaña y defiende derechos, está haciendo y elevando la cultura de su pago chico y de su país.
Claudia eligió el chamamé “A Villa Guillermina”, de Ricardo Ramón Visconti y Gregorio Molina, porque lo cantaba con su hermano y su mamá, porque les calaba hondo ese ritmo litoraleño, y la letra de ese paisaje forestal del chaco santafesino. Nosotros elegimos la versión del Dúo Coplanacu para saludar a Claudia desde Buenos Aires.