El cinturón hortícola que rodea al partido de La Plata ha albergado durante muchas décadas a productores de distintas colectividades, empezando por los italianos y portugueses, hasta la más reciente llegada de los bolivianos. Hoy, son éstos últimos los que dominan prácticamente todo el negocio.
En la zona de Abasto, hoy caracterizada por la proliferación de pequeñas chacras productivas, vive y trabaja desde hace casi 40 años Rogelio Villa, uno de los primeros horticultor bolivianos que decidió instalarse en forma permanente en Argentina.
“Vine acá con 23 años, huyendo de la miseria y buscando el progreso. Mi juventud fue el capital de arranque. En ese entonces, la colectividad boliviana era golondrina. Venía a la cosecha de caña en Tucumán y en el norte del país. Por ahí alguno pasaba Mendoza o Corrientes. Venían nada más en la época de plantación. Quedarse no se quedaba nadie”, relató el productor en una charla con Bichos de Campo.
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Cuando Villa llegó al país en 1984, a pocos meses del retorno de la democracia, su primer domicilio fijo fue en la provincia de Tucumán, hasta que se instaló en forma definitiva en Buenos Aires. Su primer trabajo como socio minoritario de una chacra lo tuvo en la localidad de Florencio Varela, y luego se trasladó a la zona de Abasto, en donde con el tiempo -y junto a su hermano- pudo comprar su propio terreno.
-¿Y cómo había sido tu vida en Bolivia?
-Era agricultor allá. Yo me crié en la tierra, bajo los durazneros y los parrales. Le ponía ganas y pasión, por eso acá nos salió fácil desenvolvernos. Para nosotros Argentina no es complicada porque llevamos a la agricultura en la sangre. Yo me quedé porque en Bolivia no hay futuro y acá la mano de obra no va a faltar- aseguró el productor.
Aunque con el correr de los años su situación mejoró, Villa sabe que tener una producción agrícola en este país implica asumir un riesgo.
“Acá como todos los insumos son importados tenemos que ir al dólar blue. Y con eso no te podés manejar porque vendés en pesos y poquito. Nuestra esperanza está puesta en que la gente se decida a consumir. Los bolivianos laburan todo lo que pueden, no solo 8 horas, y aún vendiendo el 20% de tu producción no recuperas tu laburo”, afirmó.
Para aliviar la precariedad en que muchas veces viven y rpoducen los productores bolivianos, muchas agrupaciones sociales vienen reclamando en los últimos años la posibilidad de acceder a créditos para el acceso a la tierra. Pero ¿el panorama mejora siendo poseedor? Según Villa, aún teniendo su casi tres hectáreas de tierra propia, sigue en una situación de desventaja.
“La tierra la tengas comprada o alquilada el costo es igual. Esta tierra es mía y tengo que pagar impuestos municipales, inmobiliarios, los servicios y blanquear mi actividad como monotributista. La otra es que no puedo acceder a ninguna ayuda a la que los inquilinos accedan. Ser el dueño de la tierra no te salva. Tenés que laburar igual, no te salva”, aseguró.
-¿Qué necesitan entonces usted y sus paisanos para progresar en Argentina?- le preguntamos a Rogelio Villa.
-Lo que se necesita es hacer cuentas desde que se empieza hasta se que se termina de producir. Hay que saber cuánto cuesta producir y a cuánto van a vender. Organizar la parte comercial es clave. Hay veces que se capacita a los productores para vender más y mejor, pero nunca se los capacitó para que vendan bien, y menos para que recuperen su capital y tengan algo de ganancia. No los capacitaron, ni ellos hacen algo por capacitarse.
-¿Usted identifica el nudo de la cuestión ahí?
-Sí. La gente es muy reacia a hacer eso. Se organizan pero enseguida terminan bajo el ala de algún político barato. Están más en eso que mirando los problemas que tienen que resolver. Y hay un montón de cosas que se tienen que cambiar.
-¿Qué pasaría si el dólar sube mucho y para muchos bolivianos no quedara resto para enviar dinero hacia su país?
-Dejar de producir va a ser imposible. Mientras Bolivia siga con este problema acá la mano de obra no va a faltar. Allá no hay futuro. A menos que en unos años decidan controlar la tasa de natalidad. Allá hay lugares que ya son fantasmas. En el pueblo de donde soy, hay un 20% de la gente, el resto están fuera el país, principalmente a la Argentina. Yo ya me nacionalicé, ya me adoptaron. Tengo mi vida hecha acá y acá la termino.
-¿Ha sido feliz esa vida o ha sido muy sacrificada?
-Sí, ha sido feliz y sacrificada. Pero sin sacrificio no tenés nada. Cuando salís a hacer algo no estás libre de cometer errores, de que algo te salga mal. Son cosas de la vida que hay que asumir. Yo no digo que me haya ido mal, me fue bien. Mis hijos ya son profesionales. Ya me doy por hecho. Ahora sólo espero jubilarme.