En toda la provincia de Mendoza, el tradicional productor viñatero de pocas hectáreas se encuentra en peligro de extinción, porque la venta de uva en si misma no siempre consigue ser una actividad rentable. Sin embargo, las nuevas generaciones que han decidido seguir ligadas a la vitivinicultura buscan alternativas y a sus orígenes como finqueros le han dado un agregado de valor, elaborando su propio vino.
Este es el caso de la familia Ibarra, que ha sabido desdoblarse y en la bodega de los abuelos, que eran solo productores netos, las nuevas generaciones elaboran vinos con uvas cultivadas de forma orgánica y los venden sobre todo a los turistas que suben por el la ruta 173, que va camino al Cañón del Atuel, en la zona más turística de San Rafael. Allí, conviviendo con el proceso de elaboración, han montado un restaurante donde se sirven platos tradicionales de la zona y además, cada tanto, se ofrecen espectáculos artísticos.
Entonces, si bien los Ibarra sueñan con alguna vez exportar la marca, actualmente casi que les alcanza con comercializar sus vinos en su propio establecimientos, y a precios mucho más justo de los que obtendrían entregando sus uvas a otra bodega.
El proyecto familiar, que lleva adelante Edgardo Ibarra junto a su padre enólogo, su madre y todos sus hermanos apunta a elaborar vinos de “muy buena calidad”. La bodega boutique, montada en la vieja casona de los abuelos, cuenta con tanques de acero inoxidable yen barricas de roble francés, que conviven perfectamente con las mesas, los mozos y la carne a la masa, uno de los típicos platos mendocinos.
Entonces, a la producción de vinos de la familia Ibarra la acompaña un linda historia que ha trascendido varias generaciones y donde cada integrante tiene una actividad concreta. “Son todos roles naturales o de repente yo era el que pasaba en el Citroen, buscaba la botella en la casa de mi abuelo y la llevaba a vender al hotel de un medio primo. Ahí empecé con la venta de los vinos y hoy me encargo de la parte comercial. Me encargo de comercializar los vinos acá y hace ya un par de años estamos intentando exportar. Este es uno de nuestros objetivos”, contó a Bichos de Campo Edgardo Ibarra.
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Junto a Edgardo, que incluso estudió como arquitecto y fue quien rediseñó la casa de sus abuelos para convertirla en una bodega-restaurante , el emprendimiento se sostiene gracias su hermano y de su padre, ambos enólogos de profesión que conocen los secretos de sus ancestros para elaborar el vino con las uvas que crecen en unas pocas hectáreas que de otro modo difícilmente podrían ser sostén de toda la familia. En la bodega se elaboran además las uvas de otros pocos productores cuidadosamente seleccionados, que también producen de modo orgánico.
“Pablo, que es mi hermano menor, se encarga de elaborar estos vinos riquísimos y junto con mi viejo hacen los vinos que tenemos ahora a disposición, que son Malbec, Cabernet, Chardonnay y vinos espumantes. Además tengo otro hermano que está por recibirse de ingeniero y se encarga de toda la parte gerencial de la empresa”, cuenta Edgard.
-¿Entonces ustedes han construido una pequeña bodega pensada para agregarle valor a las viñedos de pequeños productores de la zona?
-Nosotros elaboramos a terceros, elaboramos lo propio. Nosotros ponemos la tecnología, brindamos el espacio y el almacenamiento. A veces inclusive etiquetamos para otras personas .Es una manera de utilizar eficientemente el espacio ocioso que teníamos en la bodega. Es una manera de utilizar los momentos ociosos de las máquinas para poder darle más valor. Como empresa participamos activamente de la Cámara de Comercio de San Rafael y formamos parte de una mesa de enoturismo. Así trabajamos fuertemente para promocionar a San Rafael en todo el país.
-Elaboran vinos orgánicos. ¿Con esto buscan dar un plus de valor a sus producciones?
-Sí. Es parte de nuestra filosofía de vida. Creemos que lo natural, lo orgánico, es la mejor manera para tener un pasaje por este plano de forma saludable y más ameno con todo. En estos momentos revolucionados, creo que el vino orgánico viene a poner esa pausa, esa reflexión. Y bueno, esto es un poco lo que tratamos de hacer en la bodega.
-Finalmente de unas pocas hectáreas de viñedo están viviendo un montón de personas…
-Somos un montón las familias que vivimos de este proyecto. El turismo tiene esto, que es equitativo. La industria del turismo distribuye en el territorio. Lo fantástico de esto es que lo hemos fusionado con la industria vitivinícola, porque somos fundamentalmente productores de vinos. Pero bueno, nos aliamos con el sector turístico para poder hacer la oferta acorde a los momentos que vivimos, acorde a la realidad, acorde a la economía. Nuestros vinos son todos vinos que no son carísimos, son vino con los cuales nosotros obtenemos una ganancia suficiente como para vivir tranquilos. La idea es compartir vinos de calidad, comida exquisita en un espacio que trata de recordar lo que eran las galerías mendocinas
-¿De cuántos vinos de producción estamos hablando?
–Somos productores artesanales. Tenemos un límite en la producción, así que hacemos partidas pequeñas partidas de 3000, de 1500, de 4000 botellas y se venden en el momento. O también se pueden comprar en la página de la bodega.
En definitiva, los Ibarra ha sabido buscar la vuelta a los desafíos de la vinicultura actual, donde por un lado hay pequeños productores fundiéndose por lo que le pagan por la uva las bodegas, que cada día son más grandes. Ellos, asumiendo diferentes roles, son un claro ejemplo de las tantas maneras que existen para volver hacer rentable un pequeño viñedo y, sobre todo, que se mantenga la tradición de muchas familias que se niegan a abandonar sus fincas.