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Resistir en el pasado: En la Colonia Menonita de La Pampa, trabajar por y para el campo es condición necesaria para entender el mundo

Diego Mañas por Diego Mañas
11 mayo, 2024

A unos 35 kilómetros de Guatraché, en el sureste de La Pampa, se estableció en 1986 la Colonia Menonita que nombraron “Nueva Esperanza”. Esa nueva esperanza que buscaban los colonizadores que en su mayoría venían de México, tenía que ver con cultivar las tierras, ararlas. Vivir de ellas, y por ellas. La esencia de la vida de los menonitas.

Cultural y tradicionalmente los menonitas son agricultores, trabajadores de la tierra. Si bien el origen de todo es religioso, puesto que son seguidores de Menno Simons, líder que surgió de la reforma protestante europea, los menonitas se consideran parte necesaria de la tierra y la agricultura. Y el trabajo. Su vida entera la dedican a trabajar la tierra.

Fue así como este grupo fue agricultores llegó a Argentina, y en especial a La Pampa, donde establecieron su vida en comunidad. Allí compraron 10 mil hectáreas, que dividieron en 10 campos de iguales proporciones. Cada campo es como un barrio, o manzana gigante. Allí están las parcelas que en su mayoría tienen cerca de una hectárea.

En esas hectáreas, montan sus proyectos de vida. Pero como en el sureste de La Pampa las tierras no tienen una aptitud maravillosa para la agricultura, tuvieron que hacer otra cosa para vivir. Claro, relacionada con el campo. Entonces desplegaron sus conocimientos para establecer un pujante polo metalúrgico, donde fabrican silos, comederos, mixers, carros, galpones y todo tipo de implementos para el campo, que venden a todo el país.

Es entonces que si uno recorre la comunidad, encuentra que en esas parcelas, es habitual montar un galpón industrial como fábrica. Pegado a él, la casa del núcleo familiar, y a los alrededores, tierras cultivadas.

Para un menonita es inevitable abandonar la labranza de la tierra, por dos razones: Una, porque así es su concepción de la vida; segundo, porque es su fuente de alimentos y subsistencia.

Claro que la industria metalúrgica, el comercio y las carpinterías que allí dentro progresan, generan buenos ingresos, pero ellos resisten, inclaudicables, al paso del tiempo, al progreso y las tecnologías.

Parte de su acervo religioso es mantenerse aislados del mundo y de su acelerado discurrir. La cultura foránea para ellos es contaminante, y los distrae de lo que realmente importa, que es trabajar. Si no viven en una casa pegada a la fábrica, viven en el patio de la fábrica. O a metros. Su vida consiste en despertar, desayunar e ir a trabajar. Sin interrupciones mundanas. Frenan al mediodía para almorzar, se duerme una siesta corta, y a las 3 de la tarde, el sonido de los generadores y soldadores vuelve a musicalizar aquella singular atmósfera pampeana.

Luego del trabajo, claro, vuelven a sus casas para cenar en familia, y dormir. Una rutina que solo es interrumpida los domingos, que es cuando se permiten descansar, sociabilizar, y asistir a la iglesia. Ese es su día.

Es entonces que la forma de vida modifica la forma de entender la tierra y su trabajo. Tienen gallinas, vacas, caballos, ovejas y cultivos. Hacen sus propias carneadas para obtener carne bovina, ovina. Realizan sus productos lácteos en sus tambos, para consumir y vender. También los huevos y carne aviar. Los cultivos son para hacer alimentos como panes, obtener azúcar, aceites, todo lo que se pueda. Los caballos son de los más celosamente cuidados, pues son los que los llevan a todos lados.

Los menonitas resisten en el pasado. Se resisten a esa marcha del mundo que permanentemente los hace competir por algo que los distrae. No tienen celulares, ni computadoras, no hay tendido eléctrico, no hay señal de teléfono. La electricidad es para las fábricas y las casas, y se obtiene de generadores que están prendidos hasta la noche, cuando se apagan porque las fábricas cierran. Usan y compran tractores, pero les ponen ruedas de acero. Hacen juguetes de madera y hierro (camiones o tractores mayormente). Las tradiciones y la cultura los mantiene enfocados en esta lejanía que los rodea. No son ajenos a ella; venden, compran y comercian con todos, reciben visitas, hacen negocios. Pero la comunidad se mantiene intacta.

Pedro Giesbrescht es el dueño de la ferretería industrial que funciona en el campo 6 de la Colonia Menonita. Pedro llegó en octubre de 1986 y fue uno de los primeros colonizadores. Si bien la mayoría de los residentes provino de México, el arribó desde Bolivia. Y es quien explicó muchas de estas cosas a Bichos de Campo, que pasó un día completo en la comunidad.

Como el idioma cotidiano en la colonia es el Plautdietsch, una variante del alemán, Pedro nos explica brevemente, pese a hablar muy bien el castellano: “Cada uno siembra algo, depende de cuántos hectáreas pueda tener. Siembra y casi todos tienen vaquitas para ordeñar. Pero eso en los últimos años se mermó mucho, no es más el tambo como antes, porque se complica con todos los sembrados, que no resulta bien rentable. No es muy rentable y bajó mucho la cantidad de tambo que hay”, haciendo alusión a que debido a la baja rentabilidad de los cultivos en aquella tierra, decidieron usar el espacio para las fábricas metalúrgicas, que genera ingresos mejores, y la producción tambera quedó para subsistencia, y algunos productos como quesos que se consiguen en Guatraché, o Alpachiri, cercanías de la Colonia.

Bichos de Campo dialogó con Pedro Giesbrescht en el patio de su ferretería industrial, y la entrevista completa se puede ver a continuación:

Mucho hay escrito sobre los menonitas de La Pampa, pero pocas veces ellos mismos se animan a ser la noticia, o los protagonistas. Por idioma, por falta de costumbre, por falta de práctica viendo televisión o redes sociales, o porque los hayan estafado en un pasado, ellos prefieren no salir en cámara a contar su vida, a contar sus historias. Que son muchas, pero todas están ligadas con el trabajo. El trabajo del campo.

Bichos de Campo recorrió la colonia, conoció a muchos de sus habitantes, y pudo entender un pedacito de su vida, de su forma de entender el mundo, que es llamativamente distinta a la que tenemos quienes vivimos afuera de la colonia. Dicen que muchos visitantes cuando se van preguntan si hay lugar, si puede uno quedarse a vivir como un menonita, pero no se puede. Ellos resisten, resisten al paso vertiginoso del tiempo. Resisten en su contramarcha. Resisten desde el pasado.

Etiquetas: carroscolonia menonitacultura menonitaguatrachéla pampamenonitamenonitasresistir en el pasadosilosTolvas
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