Arla no nació como un gigante. Empezó con algo tan simple como productores que ordeñaban cada mañana en el frío del norte europeo y decidían juntarse para procesar la leche de manera colectiva.
Ese modelo cooperativo surgió a fines del siglo XIX en Dinamarca y Suecia, cuando la industria láctea era apenas manteca, crema y quesos básicos. Con el tiempo se sumaron más tambos, más plantas, más fusiones entre cooperativas. Y un día, sin dejar de ser de los productores, la marca Arla se convirtió en uno de los jugadores lácteos más grandes del mundo.

Hoy esa red involucra a miles de tamberos europeos, aunque el número formal según el balance 2024 es más preciso: 7.624 productores, todos socios y dueños de la empresa. El dato no es menor: no es una compañía que cotiza en Bolsa ni tiene propietarios invisibles detrás de fondos internacionales. Los dueños ordeñan. Los dueños cobran por la leche que entregan. Los dueños deciden. Y cuando hay ganancias, vuelven al campo.
En 2024, Arla facturó 13.800 millones de euros, procesó 13.700 millones de kilos de leche cruda equivalente y produjo 6.398 millones de kilos de productos lácteos, un volumen que la ubica holgadamente en el podio global. Cerró el año con 401 millones de euros de beneficio neto y pagó al productor 0,509 euros por litro de leche, más un retorno cooperativo adicional de 0,022 euros por kilo. Esa distribución resume su ADN: lo que gana la industria vuelve al tambo.

Su negocio actual se divide en dos grandes mundos. Por un lado, el visible: yogures, manteca, leche fluida y quesos con marcas como Arla, Lurpak, Castello, Puck, Skyr y Lactofree. Y por otro lado, el que explica su salto más reciente: Arla Foods Ingredients (AFI), que convierte suero en aislados, proteínas, permeados y fracciones de alto valor destinadas a nutrición infantil, deportiva y clínica.
Ese segmento facturó 1.015 millones de euros en 2024 y volvió a traccionar los resultados en el primer semestre de 2025, cuando Arla alcanzó ingresos globales por 7.454 millones de euros, un 13% más interanual. Ahí aparece el giro profundo: Arla dejó de depender de vender leche como commodity; su negocio es agregar valor.
Argentina tiene un rol claro en ese mapa. Acá la compañía no compite en góndola ni vende leche fluida: su presencia está en Porteña, Córdoba, donde opera Arla Foods Ingredients, enfocada en el procesamiento de suero para exportación.
En enero se destrabó una inversión que había quedado en pausa: la construcción de una tercera torre de secado por 50 millones de dólares, que duplicará la producción de permeado en polvo y ampliará la capacidad para ingredientes de nutrición infantil y alimentos de mayor valor agregado.
La planta, que emplea a unas 300 personas y exporta el 90% del volumen producido, es el procesador de suero más grande del Mercosur y tiene prevista la finalización de obra para 2026. Su rol no cambia: transformar suero argentino en proteína que se paga mejor en los mercados más exigentes.
A nivel global, Arla sostiene una red industrial distribuida en múltiples países. Los balances informan plantas en Dinamarca, Alemania, Suecia y Reino Unido, pero también operaciones fabriles en Países Bajos, Polonia, Bahréin, Arabia Saudita y China, lo que refuerza un perfil internacional, que se construyó sin renunciar a la estructura cooperativa original.

Desde la mirada del productor, Arla mantiene instrumentos que empujan la mejora productiva y ambiental: el programa FarmAhead, que combina chequeos, métricas y un sistema de incentivos económicos asociados al bienestar animal y a la reducción de emisiones; y un esquema de precios que traslada parte del valor agregado a quien entrega la leche.
La cooperativa también reporta progresos en sostenibilidad, con reducciones en emisiones por kilo de leche y un plan para llegar a cero emisiones netas en 2050, vinculando parte del pago al tambo con el cumplimiento ambiental.

En paralelo, creó el estándar Arlagarden, que audita bienestar animal, uso de antibióticos, alimentación, manejo ambiental y calidad higiénico-sanitaria. No es un sello verde para la foto: es un esquema técnico que influye en el precio que cobra el productor.
Todo esto convive con un presente marcado por la estrategia Future26: más valor agregado, menos dependencia del volumen, expansión en ingredientes y nutrición, crecimiento en mercados externos y un sendero explícito hacia un modelo climático compatible con 2050.
Ese enfoque se apoya en una organización que ya emplea 23.632 personas en todo el mundo y que, lejos de desdibujar sus raíces cooperativas, las usa como ancla para crecer.





