El Paraje San Francisco está ubicado a 23 Kilómetros de la ciudad de Los Toldos, en el partido de General Viamonte, por caminos de tierra. Es de esos clásicos lugares que tienen una vieja escuela rural, una capilla, un almacén de campo y unas pocas casitas desparramadas, donde en otros momentos -cuando el trabajo en el campo era muy distinto que ahora- vivían muchas familias y había muchísima vida.
Raúl Severini espera a Bichos de Campo disfrutando de un bello día de sol de otoño en el patio de pasto de la escuela en la que él mismo estudiaba de chico, porque siempre vivió en ese lugar. Por ese entonces era el hijo del almacenero, nada más y nada menos. Conoce todos los secretos del paraje.
La escuela ya no funciona como tal, porque como muchos otros poblados rurales este paraje también se ha ido despoblando. Pero en una formidable cruzada personal, Raúl se ocupa de que en ese mismo lugar sigan escuchándose los mismos ruidos de antaño, y que repiquen las mismas postales de aquel entonces. Allí funciona, desde hace varios años y con singular éxito, el Museo “Cosas del Siglo Pasado”, como para que el que quiere aprender cómo se vivía entonces pueda hacerlo, y para que quien quiere olvidar no puede hacerlo.
Plagado, pero plagado, de objetos y máquinas que Don Raúl fue recolectando (siempre con regalos o donaciones, nunca comprando) a lo largo de su inquieta vida, este Museo Indefectiblemente nos lleva hacia aquella vida rural del siglo 20, aunque también hay muchas cosas capaces de conmover a los argentinos de la gran ciudad. El fuerte es la maquinaria y muchos implementos para el trabajo agrícola, pero hay de todo: hasta longplays de Sandro que se escuchan en un viejo tocadiscos, y unos caramelos Media Hora con los que Raúl simula darnos el vuelto de nuestra compra en un reconstruido almacén de pueblo.
-Un museo en el medio del campo. Es algo que solamente se puede ver en lugares donde haya gente muy apasionada y evidentemente Raúl lo es. Lo curioso es que está apasionado con grandes epopeyas sino con la sencilla historia de su propio paraje, el Paraje San Francisco. ¿Por qué?
-Nací acá enfrente, cruzando la calle, hace casi 76 años. Y sigo viviendo acá. Llevo 76 años acá, en este paraje que no pienso dejar por ahora. Así que seguimos y seguimos en este museo.
Mirá la entrevista completa:
El paraje San Francisco lleva ese nombre debido a que un inmigrante que se llamaba Francisco Tobar, natural de Aragón, llegó a esa zona rural en 1882 en 1890 compra media legua en el paraje conocido como la Encorazada.
La familia Severini tiene relación con el lugar desde que en 1944 compra un predio don Alfredo Severini, que fue el ultimo bolichero del paraje hasta 1968 cuando cierra sus puertas definitivamente. Hubo además carnicería, herrería y, por supuesto, también un Club y la Capilla. Para ese entonces la población en el paraje crecía y se hizo necesaria la educación de los niños, y por eso nació la Escuela 21 Remedios de Escalada. Se instaló en el enclave actual del museo en 1968 pero dejó de funcionar por falta de matrícula en el 2006.
Cuenta Raúl que en el paraje llegaron a vivir 43 familias a mitad del siglo pasado, cuando las estancias de la zona estaban en su apogeo y contrataban mucha mano de obra. “Donde mi papá tenía el almacén, acá enfrente, venía muchísima gente. Había una cancha de fútbol al lado, donde se jugaba los domingos. Pero actualmente somos 6 familias las que estamos durante el día. Algunos vienen, trabajan, pero regresan a la ciudad. Y los que quedamos somos muy pocos, muy pocos”, dice Raúl, convocando a la melancolía.
Raúl Severini extraña con claridad el bullicio social que solía haber antaño en este lugar, sobre todo alrededor del almacén familiar, donde se juntaban los paisanos a jugara al truco o a las bochas. A esos parroquianos, “incluso los he atendido yo siendo adolescente, porque teníamos muchas actividades en el campo y yo atendía hasta que fui a hacer el servicio militar y se cerró el almacén. Es el último almacén que hubo en San Francisco. Así que viví todo eso. Puedo dar testimonio porque fui testigo”.
Y vaya si fue testigo. Y vaya si se encargó de mantener la memoria viva. Además de fundar este increíble museo del Siglo 20, Severini escribió dos libros: uno de “Historias y recuerdos”, que cuenta cómo se crió en el almacén de campo de su padre. Y otro libro titulado “Y no es cuento”, de relatos fantasiosos en base a los ‘bolazos’ que escuchó en el boliche.
-¿Esta escuela en algún momento también tuvo muchos chicos?
–Tuvo muchos chicos, sí, pero año a año fue decreciendo la matrícula hasta llegar a 2006, que no hubo un solo alumno. Entonces se cerró la escuela y quedó cerrada hasta 2014, que me la dieron a mí en comodato para poner el museo.
-¿Cuando empezás vos a pensar en la idea del museo?
-A fin del siglo pasado vi que se renovaban muchas cosas, porque cambiaba el siglo. Muchas cosas se tiraban. Y este fue un detonante. Al final del siglo hubo un programa por televisión que se llamó 100 años, que lo conducía Quique Pesoa y al final de la reseña siempre mostraba una pieza antigua. Mostraba eso que yo ya tenía y te explicaba lo que era esa pieza. Y yo la tenía, o la tenían mis abuelos o los vecinos. Así que empecé a juntarlas, restaurarlas, limpiarlas y guardarlas en cajas. Y así coleccioné un montón de piezas que después expuse en Los Toldos, en el Museo de Arte, como siete años después. Ahí me conoció la gente que dijo: ‘Hay alguien que junta cosas viejas para no tirarlas’. Todo lo que ves acá es donado. Yo no compro nada. Nunca compré ni una estampilla. Nada, nada, nada. Es todo regalado.
En el Museo, dentro y fuera de la escuela, en el paraje, en medio del campo, hay miles de objetos. Hay que destinarle más que una tarde completa para conocer todos sus secretos. Raúl, además, se tomará con sumo agrado el trabajo de explicarnos para qué servía cada una de las cosas que expone. Lo hace con los alumnos de las escuelas de la zona que llegan, por suerte, con mucha frecuencia a visitarlo. También con gente mayor, que a veces derrama lágrimas convocadas por la emoción de reencontrarse con algunos objetos que creía olvidados.
“Hay miles de piezas. Tengo una hija que está estudiando museología y tiene que hacer el inventario total, así que se va a encargar. Yo ya no lo quiero hacer. Sí llevo el registro de cuando entra la pieza, quien la donó… Pero hay miles. Ahora estoy creando una hemeroteca en una sala, una biblioteca rural y una discoteca, porque ya tengo cerca de 600 discos de pasta y vinilo para exponer. Y tengo periódicos de Los Toldos, tengo revistas muy viejas”, se entusiasma Raúl.
-Vemos que también tenés muchas herramientas de trabajo de aquellos años. ¿Cuál es la más rara de las que tenés?
-A nuestra espalda tenemos todas herramientas tiradas con caballos. Por supuesto, en la década del 30, según dicen, yo no había nacido. Fuimos el granero del mundo trabajando con estas herramientas. Así que imagínate cómo se trabajaría, qué bien y cuánto. Adentro hay una foto de las primeras trilladoras con mucha gente arriba. Había 38 personas trabajando para trillar 10 o 12 mil kilos por día. Hoy una cosechadoras de última generación hace 1 millón de kilos por día. Y casi sin personas. Te das cuenta entonces la gente que vivía acá.
Pero Raúl no reniega de la tecnología, pese a que la reconoce como un factor determinante para el paulatino despoblamiento de parajes como el suyo. “Es necesario pensar que a mitad del siglo pasado éramos 2.500 millones de habitantes en el mundo. Hoy somos 8.700 millones. ¿Cómo nos alimentamos con aquellas herramientas? No, imposible. Había que hacer tecnología para seguir avanzando. Ya vamos a ver, dentro de poco, herramientas autónomas”, vaticina.
A este cronista de Bichos de Campo también Raúl lo hace conmoverse por un instante al mostrarle una vieja radio Siete Mares como la que había en su casa de la infancia. “Está funcionando bien… Mis nietos buscan en la radio y me dicen ‘mirá abuelo, esta radio es de España’. Pero hay radios mucha más viejas, que están funcionando también. Hace 53 años no teníamos satélite y si queríamos escuchar radio de Europa o de Estados Unidos teníamos que recurrir a la Siete Mares. Después ya vino el satélite y cambió todo”.
-¿Le ha pasado que alguna vez los chicos no entienden para qué servían las cosas que les va mostrando?
-A veces no entienden. No entienden cómo escuchamos música con esos equipos grandotes. Hoy lo tienen todo en el celu. No entiende cómo vivíamos sin celular, cómo escribíamos una carta, la poníamos en el buzón, después iba el cartero, lo mandaba a Buenos Aires, iba para Buenos Aires, y venía la contestación con suerte a los 20 días.
“Hace un tiempo vino una chica, tomó una fotografía con el celular, y dijo ‘se lo voy a mandar a mi abuelo que está en España, que siempre me habló de esto’. Me acerco y le digo, ‘¿cuánto tardaste mandarle eso a tu abuelo?’ La chica me miró sorprendida. ¿Qué me pregunta? Yo le expliqué que a su edad tardaba como 45 días, porque compraba el rollo, cargaba la cámara, se terminaba las 36 fotos, mandaba rebobinar el rollo, venía si había salido bien, mandaba a hacer la copia. Veía las copias, las ponía en un sobre, las llevaba al correo, y lo mandaba a España. 45 días. Hoy son cuatro segundos”, cuenta Raúl, siempre gustoso con el progreso.
-¿Cómo hace la gente que quiere venir a conocerte y venir a ver el museo?
-Tiene que llegar hasta Los Toldos por Ruta 65, tomar hacia 9 de Julio y a 9 kilómetros hay un cartel que dice “Museo Cosas del Siglo Pasado”. Toma ese camino de tierra durante 14 kilómetros se encuentra con el museo. Yo la paso muy bien con esa gente, los espero. Y te puedo asegurar que la gente se va muy contenta porque me lo ponen en el libro de visitas. Hay gente que se despide con lágrimas en los ojos, se emociona y me dice ‘me llevaste en un viaje a la historia’. La nave es este museo, para viajar a la historia.