Gastón Peña es un joven cordobés de apenas 25 años, criado en la ciudad capital y hoy vive en el tranquilo barrio de Parque Vélez Sársfield. Pero a su vez su padre siempre tuvo una pequeña quinta en las afueras y en dirección norte, en Villa Retiro, camino a Colonia Tirolesa. Allí acostumbran hasta hoy tener caballos criollos y para polo, que a veces los amansan ellos mismos. Es que su padre, si bien es martillero público y citadino, heredó de sus ancestros la pasión por el campo, los caballos y las pilchas gauchas. Todo eso le inculcó a Gastón, como a sus demás hijos, que hasta llegaron a participar de algunas jineteadas. Cuenta él que, en su adolescencia, le nació otra pasión, además del criollismo, que fue el deporte del tenis, al que llegó a jugar de modo profesional.
Comienza recordando, Gastón: “Cuando éramos chicos, mi padre nos llevaba a la quinta de unas tres hectáreas, donde vivía mi abuelo, bien criollo y campero, en Villa Retiro, cerca de Jesús María. Él tenía mulas, un sulky, una volanta, y no se perdía de participar en ningún desfile. Apenas llegábamos nos ensillaba alguno de sus caballos para que saliéramos a pasear por la zona, con amigos, entre hermanos, o con mi padre. Todas mis raíces son camperas, porque mis abuelos maternos fueron tamberos, en Pascanas, al sureste de la provincia”.
“Desde que tengo memoria, participamos de las cabalgatas brocherianas –cuenta, además, Gastón- porque mi abuelo se anotaba todos los años. Es emocionante cruzar las Altas Cumbres, por Pampa de Achala, en presencia de Los Gigantes, o andar por Ambul. Lo hacemos siempre con la gente de Colonia Tirolesa. Y mi hermano jugó al polo en su adolescencia”.
Pero el joven cordobés aclara: “Si bien es imborrable, la huella que mi abuelo me ha dejado en el alma, quien más ha sembrado en mi corazón la pasión por las tradiciones criollas y el campo, ha sido mi padre. Además, él siempre ha sido mi gran compañero. Aclaro que él no es de andar empilchado de gaucho, ni de usar rastra, cosa que a mí sí me gusta. Pero él es un gaucho de alma, de hacer gauchadas a quien se cruce, sin conocerlo. Y cada fin de semana, fue siempre el primero en agarrar el mate para salir a recorrer el país y no perderse una yerra. Y como de chico me gustó trabajar los cueros, él siempre que viajaba me traía algunos”. Entonces le preguntamos a Gastón:
-¿Y quién te inició en el noble oficio de soguero?
-A mis 15 años hice un curso de soguería con Sergio Meolans, pero después, un amigo de mi padre, Edgar Moreno, de los pagos de Unquillo, generosamente me abrió las puertas de su casa para enseñarme el arte de trabajar el cuero crudo, que lamentablemente se va perdiendo. Además, Córdoba no es como la provincia de Buenos Aires, acá estas costumbres no abundan tanto como allá. Mis primeras piezas, fueron con Sergio, una vaina, después unos cintos, todos con figuras tejidas con lesna. Más tarde, con Edgar, hice mi primera cabezada, con cuero crudo. Él me enseñó a preparar los cueros, sin químicos ni máquinas, es algo de mucha paciencia y te tiene que gustar mucho. Por eso cada vez hay menos gente que enseñe este oficio.
-¿Pensaste en dedicarte de lleno a la soguería?
-Sí, pero me pareció que eso solo no me iba a bastar para vivir en el futuro. Y como siempre íbamos a las fiestas gauchas, me gustaba observar a los que vendían pilchas, tanto para el gaucho como para el caballo. Y a medida de que fui creciendo, fui aprendiendo la razón y la utilidad de cada pilcha. Me empezó a gustar comprarme un poncho, pero no cualquiera, sino uno antiguo, con historia, y así con todas las demás pilchas. Empecé a formarme una identidad, a ser un cultor del criollismo y de lo que es un gaucho como tal.
-Contanos sobre esa otra pasión, que tuviste desde muy joven, el tenis.
-Resulta que logré llegar a jugar tenis profesional, a enseñar, y empecé a soñar con representar a mi país en el extranjero. Sabía de una beca universitaria que podía conseguir para ir a estudiar una carrera, a Texas, en Estados Unidos. Pensaba en Administración de Empresas. Y allá mismo te dan la posibilidad de jugar tenis de muy alto nivel, con la ventaja de sumar puntos de A.T.P. (Asociación de Tenis Profesional) para tener ranking.
-Pero a pesar de semejante perspectiva, no viajaste. ¿Qué pasó?
-Cuando ya estaba haciendo los papeles para viajar, empecé a ver que mi viejo se estaba bajoneando, literalmente: deprimiendo. Y también a mi mamá, la noté preocupada. Es que somos muy unidos y familieros. Las becas son por cuatro años y lo común, es que la mayoría de los que se van, no regresan. Yo tengo dos hermanos, uno mayor, Facundo, de 27 años, que ya es martillero, como mi padre, pero además tiene una página web de venta de caballos criollos y de polo, El Cardenal. Y otro hermano, menor, Franco, de 20, que estudia ingeniería mecánica y además es fotógrafo. Mi papá nos ayuda y acompaña mucho, siempre. Él Iba a ver todos mis partidos de tenis.
-Entonces te quedaste. ¿Y esa decisión provocó algún cambio vocacional?
-Me imaginé que si yo me iba, mis padres iban a sufrir mucho. Entonces decidí quedarme en mi patria, pero no sólo para estar, sino para cultivar los valores que nos distinguen, esos que nos dan una identidad y que he venido heredando de mis ancestros, con tanta pasión. En 2019 decidí estudiar Agronomía, y hoy, con mucho esfuerzo estoy haciendo materias de segundo y tercer año. Después, en mayo de 2022, a mis 23 años, me puse a vender pilchas gauchas. Tuve que elegir una marca y le puse “La Dicha”, porque es lo que más me hace feliz, me sentía chocho de poder hacer lo que más me gusta. Poco a poco tuve que dejar el tenis, por falta de tiempo y, este año, dejé de dar clases, porque ya podía vivir de mi nuevo oficio de vendedor y no podía con ambas cosas. Pero el tenis es otra pasión que alguna vez retomaré.
-¿Empezaste solo?
-Debo confesar que con el paso del tiempo llegué a sorprenderme de que vine a vivir de vender las mismas pilchas que tanto me gustaban usar. Al principio vendía con mi hermano Facundo, pero después él tuvo que dedicarse a su profesión. Es que a él también le gusta empilchar como buen gaucho, y al verlo, sus amigos y todo el mundo que lo ve, le preguntaban dónde había comprado esas pilchas. Ahora él me los pasa a mí. Empecé a traer cosas de Buenos Aires, que a los cordobeses les costaba conseguir.
-¿Qué vendías al comienzo?
-No sólo vendía mis artesanías en soga, sino también camperas de lana cruda. Después fui agregando: recados, caronillas, cojinillos, estribos, frenos, bozales, embocaduras, cabezadas, fajas, rastras, ponchos, pañuelos, sombreros, tiradores, lazos, cuchillos platería, mates de calabazas que llegan de Brasil y yo les hago las bases de apoyo en cuero con lesna. Comencé a promocionar mis cosas por las redes sociales. Pero me propuse vender, no sólo calidad, sino identidad. Todo artesanal y natural, sin químicos, nada industrial o mecanizado. Mantengo ese principio hasta hoy, la gente se va dando cuenta y poco a poco me he venido ganando mi lugar en el ambiente gauchesco.
-¿Si no te incomoda, de dónde sacaste los primeros pesos para poder comenzar?
-Yo venía ahorrando de lo que ganaba con mis clases de tenis. Ni salía los fines de semana, para poder juntar más. Vendí un caballo que usaba para trabajar como acarreador de potros para las jineteadas, tarea que hice por gusto durante un año. Lo vendí con el recado completo. Como se venía el festival de Jesús María, muchos que me compraban a distancia, me preguntaban si iba a estar allá, para entregarles sus productos. Yo tenía un autito, lo cargué con todo y allá me fui a entregar y a vender.
-Si fuiste a un festival, se supone que después te entusiasmaste con muchos otros.
-Sí, después me surgió estar presente en la fiesta de El Talar, en General Madariaga, donde tomé contacto con muchos artesanos, que aproveché para que me proveyeran, ya que yo cada vez tenía menos tiempo para producir. Es el día de hoy que no abandono mi taller, pero también vendo de otros. Después pude poner mi primer puesto en la jineteada de Villa del Rosario, cerca de Río Primero, en junio. De pronto me vi en la necesidad de tener un salón de exhibición y ventas. Mi madre, sin dudarlo, me ofreció una habitación de nuestra casa, que daba a la calle, y lo acondicionamos para recibir gente y donde mostrar las pilchas.
-¿Y por qué agregaste las camperas de lana cruda?
-Es que conocía a una señora de la provincia de Buenos Aires que aún continúa con la linda tradición de hilar y tejer camperas y chalecos de lana de oveja, con botones de madera, muy lindas. Primero le compré para mí y, al usarlos, todo el mundo me preguntaba adónde los había conseguido. Le pedí una tanda, y hoy son los productos que más me compran en invierno. Supongo que no todo el mundo sabe que para las destrezas criollas hay un reglamento de qué pilchas puede usar el jinete. Y estos chalecos y camperas están permitidos.
-Todo te iba llevando a tener que organizarte e ir creando tu pequeña empresa.
– Sí, tuve que vender mi auto y mi padre me consiguió una camioneta a muy buen precio, para, además, poder tirar de un carro con mercadería. Me organicé un calendario de fiestas tradicionales y empezamos a salir con él o con dos amigos bien gauchos, que tengo, Tomás Martínez y Matías Tobares. Mi madre y mis abuelos maternos, María Inés y Américo, me ayudaban a recibir la mercadería cuando yo estaba de viaje, porque éstos viven cerca. Quería crear mi propia página web y no sabía cómo. Mi primo, Gonzalo Daghero Peña, me asesoró mucho en crear mi marca con visión de futuro. Me dijo que contratara una agencia de marketing para que me manejara la página. Y me pagó los primeros meses de ese servicio hasta que pude empezar a pagarlo yo.
-¿Qué otras fiestas sumaste en tu calendario anual para estar presente con tus pilchas gauchas?
-Empecé a ir a la Fiesta de la Tradición en La Carlota, a la Fiesta Patronal de Ticino, a la fiesta de Las Varillas, capital de la Jineteada, a la del Puchero, en Pasco, a las fiestas de Arroyo Cabral. Y el año pasado me fui a la Fiesta de la Tradición, en San Antonio de Areco, a comprar y de paso a conocer el ambiente. Y allá decidí animarme a venir este año, con mi viejo, a la Feria de remates de animales, de Lito Araneta, en Carmen de Areco, donde puse un puesto y me fue muy bien, vendí mucho e hice muchos contactos y amistades.
-Parece que tu marca “La Dicha” encierra mucho agradecimiento de tu parte.
-Totalmente. Es que un día me puse a revisar cómo se me fueron dando todas las cosas para llegar a ser tan dichoso, hoy. Cómo lo que a mí me fue gustando cada vez más, le fue gustando a la gente y cada vez más personas me compran. Es como que uno contagia o mejor, la gente percibe o recibe tu pasión y se identifica. La ayuda de mis padres, de mis abuelos, mis hermanos, mis amigos, mi primo y tantos más. Este año fuimos a caballo, a agradecerle al Cura Brochero.
– La felicidad, contagia.
-Veo a tanta gente que no hace lo que más le gusta y que no es feliz… Es más, muchos de mis amigos no entienden por qué elegí este camino. Es que yo me doy cuenta de que la ganancia de dinero es secundaria, para mí. Por ejemplo, hoy me la paso reinvirtiendo para mejorar y dar mejor servicio. Mi padre tiene una frase que repite cuando ve una oportunidad y dice: “Ésta puede ser la tabla para poder cruzar el río”. Eso vio en la camioneta que me consiguió. Yo lo vi así en el caballo que tuve que vender para dar otro salto en mi vida. Y no fue ni el mejor ni el más lindo caballo, pero me sirvió para una etapa de mi camino. Hay que saber desprenderse, también, en la vida.
-¿Y cómo vas con tu emprendimiento, actualmente?
-Crecí tanto que tuve que buscar un local independiente de mi casa familiar. Gracias a mi amigo, Francisco Pérez Fernández, conseguí mudarme en marzo de este año, donde hasta tengo mi oficina en Córdoba capital. Hoy todos los días anuncio por Instagram algún producto.
-¿Y qué sueños tenés para tu futuro?
-Sueño con consolidar mi marca como sinónimo de confiablidad, calidad, identidad criolla. Tuve una gran gratificación en mi etapa de tenista, que fue cuando vi competir por primera vez a mis alumnos. Creo que volveré al tenis de algún modo, pero lo que no dejaré es esta vida en torno a las pilchas gauchas y el criollismo, que me llena el alma, viajar, conocer a otros paisanos, compartir costumbres y sapiencias, todo eso no tiene precio. Me gustaría formar mi propia familia, tener hijos e inculcarles los mismos valores criollos que recibí.
– ¿Qué consejo le darías a los jóvenes?
-Que no se queden, que todo se puede lograr, teniendo garras y siendo disciplinados. Que vale la pena ir detrás de un sueño. Que alrededor hay mucha gente buena que te va a ayudar. Y que no perdamos los hermosos valores que tanto han cultivado nuestros ancestros, y eso es nuestra argentinidad. Es la mejor manera para que salgamos adelante. Y si retomara el tenis, me gustaría representar a mi país en el exterior, con mucho orgullo.
Gastón Peña eligió dedicarnos “Gajos de otoño”, huella, cuya letra es de Domingo Berho y la música, de Argentino Luna, interpretada por el cantor criollo, Nico Díaz.