Si bien Argentina todavía mantiene una condición climática privilegiada en comparación a otros países, muchos productores frutícolas ya comienzan a hacerse preguntas sobre las nuevas especies de fruta que están arribando a los mercados locales, y que para más de uno son verdaderas rarezas pero para otros podrían convertirse en una opción productiva en un contexto de restricciones hídricas.
Así aparecen en el radar algunos frutos provenientes de distintas variedades de cactus, que aunque aquí solo pueden observarse en el noroeste de nuestro territorio, en países como Israel, China y Vietnam su producción y comercio está por demás extendido.
Aunque por su forma no se distingan tanto, estas frutas tienen nombres muy variados según el lugar en donde sean cultivados.
Un ejemplo de esto es la “pitaya”, un fruto de color vibrante y con escamas en su exterior, que en México adquirió el nombre de cactus trepados y en China el de “dragon fruit” o fruta de la pasión.
Centrándonos en el caso particular de la pitaya, su producción se ha extendido sobre todo en aquellos países que presentan serios problemas de escases de agua. Es Israel, donde la crisis hídrica se ha extendido por más de una década, los agricultores se han tomado el trabajo de dedicarle tiempo a su investigación para volverla una fruta atractiva al consumidor y de gran sabor.
La mayoría de las variedades de pitaya no tienen espinas, aunque algunas, como la amarilla, tienen algunas. Las más comunes son las rojas, aunque la intensidad de sus colores puede variar en función de sus cruzamientos genéticos. Algo similar ocurre con su pulpa, que es la parte que se consume, que puede ser de color blanca o roja. Aportan gran cantidad de calcio y minerales.
“Las primeras introducciones de esta especie en Israel se dieron hace 30 años. El sabor de las primeras era mediocre y no tomó mucho tiempo convencer a las personas de que podrían ser sabrosas, y no únicamente ornamentales. Además al principio tenían picos productivos altos y concentrados, por lo que había mucha fruta en un solo momento y su precio bajaba. Por eso se apeló a su mejoramiento genético”, explicó Noemí Tel-Zur, investigadora de la Universidad Ben Gurión de Israel, durante una exposición sobre esta fruta exótica.
Según la especialista, la pitaya puede vivir libre de sustratos, ya que al ser trepadoras puede sujetarse de otras plantas –sin ser parasitas de ellas- o de estructuras colocadas por el agricultor como postes. Su maduración se da durante el verano (aunque la variedad amarilla solo madura en otoño e invierno) y en comparación con otras frutas, al momento de ser cosechada, la fruta no aumenta su grado de dulzor, por lo que es importante no arrancarla antes de tiempo.
Sobreviven con riego y fertilización por goteo en territorios con climas áridos, pero a la vez las variedades que se cultivan en zonas tropicales como Vietnam resisten grandes lluvias. Otra diferencia está en la polinización: en zonas áridas no hay suficientes insectos polinizadores, por lo que los mismos cultivadores deben realizarlo en forma manual durante las noches, único momento del día en que las flores se abren.
Actualmente Israel obtiene una producción de pitayas de entre 25 y 35 toneladas por hectárea, para lo cual emplea entre 500 y 1000 metros cúbicos de agua por hectárea por año. “Esto supone menos de la mitad de lo requerido para la producción de cítricos”, aseguró Tel-Zur.
Otro beneficio es su precio: las pitayas pueden llegar a venderse a 9 dólares el kilo (aunque el productor recibe la mitad de eso).
Ahora bien, ¿existen experiencias similares en nuestro país? La respuesta es afirmativa. Una de las variedades más desarrolladas de frutos provenientes de cactus es la tuna, que es producida principalmente en el noroeste del país, aunque también hay importantes experiencias en la provincia de Córdoba.
Al igual que la pitaya, la tuna tiene una cascara gruesa que debe pelarse para llegar a la pulpa, pero se diferencia por tener una mayor presencia de espinas, que puede dificultar su recolección. Esta fruta puede venderse entre 55 y 60 pesos por kilo.
Otras variedades que puede encontrarse en nuestro país son la “ulua” y la “ucle”, ambas provenientes de las cactáceas. La primera resiste temporadas más frías, y la segunda jornadas de radiación solar intensa, sin demandar por eso más agua. Si bien ambas tienen flores que solo se abren de noche, a diferencia de lo que ocurre en Israel no tienen problemas con los polinizadores naturales.
Por el momento, estas dos frutas crecen de forma silvestre en nuestro país, y especialistas se encuentran evaluando su “domesticación” para conseguir insertarlas en el mercado.