Pedro Saubidet es conocido como “el payador de las estancias”, pero antes de descubrir su vocación tuvo un largo recorrido siempre ligado a la producción agropecuaria, y especialmente a la ganadería.
Nació y se crió en un campo al norte de Santa Fe, en el corazón de una familia numerosa que contaba con seis hermanos, de los cuales él fue el menor.
Sus antepasados tuvieron campo en la zona de Tapalqué, en Buenos Aires. Su padre, formado en un colegio rural salesiano, comenzó muy joven a recorrer distintos establecimientos rurales como trabajador.

Más tarde, ya con varios hijos nacidos, se instaló con toda la familia en la estancia La Fortuna, “a unas diez leguas de San Cristóbal, donde ejerció durante casi cuarenta años como mayordomo y administrador. Ahí nos criamos todos nosotros, en una estancia netamente ganadera”, describió Pedro, en conversación con Bichos de Campo.
Su infancia estuvo marcada por la escuela rural San Francisco, a la que le escribió un chamamé, y por el aprendizaje cotidiano al lado de su padre y de los peones.

“Siempre, de muy chiquito, anduve a la sombra de Don Pedro, de mi papá, tratando de aprender todos esos trabajos rurales que me gustaban tanto: el caballo, el lazo, la guitarra también”, recordó.
Más tarde, su camino laboral lo llevó a trabajar en distintos campos del país y también de Uruguay. Luego volvió al país y se estableció en Ayacucho, Buenos Aires, y para finalmente terminan en La Pampa, a donde se mudó hace unos quince años.
Allí formó su familia, en el paraje La Araña, de Toay, una zona que, afirmó, “habla el idioma de las vacas”. Eso le permitió sentirse siempre cerca de la vida rural. También trabajó en una consignataria, Vicar Ganadera, una firma histórica de Victorica.

“Fue una época muy linda, una gente muy seria”, rememoró sobre ese tiempo, en el que colaboró en la organización de ferias y remates.
Pero en algún momento el destino empezó a inclinarse para otro lado. La música lo acompañó desde muy corta edad, sobre todo el chamamé, influenciado por su origen litoraleño. Su padre, sin embargo, le dejó también la semilla de la milonga y la payada. De chico escuchaba a grandes payadores uruguayos que llegaban a los festivales de Santa Fe, figuras que lo marcaron.
Y un día decidió intentarlo. En 2010 se animó a participar de un certamen nacional de payadores jóvenes en Olavarría. “Me anoté y tuve la suerte de ir y ganar”, dijo contento. Ese fue el punto de inflexión.

Desde entonces, comenzó a abrirse camino en un oficio que exige técnica, sensibilidad, memoria, improvisación y una entrega total a lo que sucede en el momento.
“Algunos decían que el payador es como un trapecista sin red”, graficó. “Eso es la payada: parirse un verso a cada instante, sin saber del todo hacia dónde se va. Es un desafío. Vos te aventurás en un verso y muchas veces no sabés a dónde vas a llegar”, señaló luego.
Con los años y la práctica fue consolidando un recorrido que hoy lo tiene en festivales de todo el país: Diamante, Jesús María, fiestas tradicionales y encuentros camperos que lo convocan domingo tras domingo.
“Por suerte puedo trabajar bastante bien”, reconoció, agradecido por un oficio que abrazó con pasión aun cuando le implicó dejar atrás el esquema estable de la vida de estancia.
A los 43 años, Pedro Saubidet es conocido como “el payador de las estancias”, un nombre artístico que lo define y lo devuelve a sus raíces. Vive en La Pampa con su esposa y su familia, pero lleva en su voz y en su guitarra la memoria del norte santafesino, de los montes y las cañadas, de los peones que lo formaron y de la escuela rural que le dio identidad.
Payar, para él, es una forma de decir quién es. “El payado te permite expresar lo que uno siente. Es muy del momento”, explicó. Y en esa mezcla de riesgo y belleza encontró su verdadera vocación.
En la entrevista con este medio, para despedirse, improvisó unos versos que resumen ese camino y ese amor por las tradiciones: “Con un mate compartido, acortando la distancia, desde el pueblo a las estancias saldré con mi recorrido. Yo soy un agradecido… Y aquí me encuentro feliz de hablar de nuestra raíz”.




