En el mundo ganadero, Luciano Macaroni es conocido por su trabajo al frente de la cabaña Santa María, que reproduce genética Shorthorn desde 1953. Aquella herencia de sus abuelos, que le permitió desarrollarse profesionalmente y mantener a su familia, hoy se encuentra golpeada por las inundaciones que copan gran parte de la superficie del partido bonaerense de 9 de Julio.
“Yo me crié en el campo y sigo viviendo ahí, o seguía hasta hace unos meses. En marzo nos tuvimos que ir porque sino los chicos no podían ir a la escuela. A pocos días de arrancar ya tenían 12 faltas y con mi señora decidimos irnos. En la casa no teníamos problema, el problema era el camino”, relató el cabañero en conversación con Bichos de Campo.
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Aunque en ese momento el campo se encontraba en buenas condiciones, debido a una alta absorción del suelo tras varias campañas con sequía, con el paso de los meses y las copiosas lluvias que se registraron el escenario cambió.
“Te diría que hasta que terminen las clases mi familia no va a poder volver. Tenemos distintas profundidades de agua. Hay partes donde el camino se ha roto por los camiones y tractores que van pasando, que llegan al metro y medio o más de agua. Si encontrás un pozo quizás no puedas salir”, lamentó Macaroni.
El último “changüí” que tuvo, según contó, fue en junio, cuando el clima le dio unos días para hacer su remate anual, donde vende cerca del 80% de su producción.
“Todos me decían que estaba loco, porque los caminos estaban muy mal. Pero si no lo hacía ese día, no lo hubiera hecho más. Ya lo había postergado dos veces. Saqué a la hacienda por arreo, unos 15 kilómetros hasta otro campo que tengo pegado al pueblo, que es más alto. Llevamos en un viaje todos los machos y en otro viaje todas las hembras y de ahí cargamos a los compradores”, recordó.
Pero además del agua, Macaroni enfrenta hoy otras dos problemáticas adicionales, igual de importantes. Por un lado está la provisión de alimento, que se vuelve cada vez más difícil al no poder ingresar al campo con máquinas para sembrar maíz, ni tampoco para hacer rollos con lo que quede de pasto seco.
“Hay partes del campo secas donde se podría hacer maíz para picar, porque está seco y firme. Pero este año la fecha en la que normalmente siembro, que es por el 20 de septiembre, es impensable. Y tengo algunas pasturas nuevas que logré hacer en el otoño, que están espectaculares, pero no puedo entrar porque no tengo piso. Si yo entró ahí es hipotecar la futura comida de esos animales, aunque no creo que me quede otra. Algún daño vamos a hacer”, indicó el productor.
El otro obstáculo tiene que ver con las bajas del personal del campo a causa de la avanzada del agua.
“Uno de mis empleados tuvo que salir para que le saquen un clavo que tenía de una operación, y luego de volver a la casa ya no pudo salir. Podría pero es una persona grande y debe hacerlo a caballo. Otro de mis empleados, el cabañero que cuidaba a los animales para las exposiciones, renunció. Y tengo a otro que todavía va y viene a caballo conmigo, que espero que me aguante porque si no, ¿a quién llevo? ¿A quién contratás para meterlo en el campo con el agua hasta el cuello?”, reconoció Macaroni.
Mientras tanto, todos en la zona aguardan con temor la llegada de la primavera, que en un año normal traería más agua.
“La lógica indica que en los meses en los que estamos entrando va a llover. En años normales estaríamos deseando la lluvia como locos. Hasta hace seis o siete meses extrañábamos a la lluvia. Cuando empezó a llover nos alegramos y mirá hoy dónde estamos”, concluyó el productor.