“Arranqué a jugar a los 7 años, iba con mi mamá 45 minutos en colectivo, desde City Bell hasta La Plata, a Estudiantes, y llegué a jugar en primera. También hice el curso para entrenador y árbitro de menores. El básquet fue mi primer amor deportivo, después jugué rugby y fútbol… pero era malo. Siempre me apasionaron las motos, hoy tengo una pequeña colección, con una de cada país fabricante importante”, cuenta el gerente de marketing de Spraytec, Pablo Lafuente De Volder, en una parte de la charla durante el capítulo 62 de El podcast de tu vida (publicado en diciembre de 2022).
“Me encanta la libertad que te dan las motos”, confiesa y recuerda la primera travesura en dos ruedas cuando le agarró la moto en marcha al padre y casi choca todo. ¿Cuándo arrancó esta linda locura? ¿Por qué elige una moto? ¿Pensó alguna vez en correr o hacer travesías?
Tiene 4 hijos, Agustín y Paloma los más grandes, y Sofía y Gonzalo lo más chicos, querría tener el superpoder de teletransportarse, le gustan las series de época, y le gustaría viajar imaginariamente al 1810… cuando se empezaba a gestar la patria. Además, cuenta de cuando, en plena guerra, visitó Ucrania. Pasen y lean…
-Lo primero que quiero saber es de tu niñez, tu infancia. ¿Cómo era “Pablito” Lafuente… ¿Pablito-Jaimito o Pablito-Santito?
-Y… bueno… (se ríe), tenía momentos de las dos cosas. Algunos que con la revolución interna cometía travesuras pero en general, me da más santito que diablito. Pero recuerdo algunas travesuras en casa. Mi viejo, “Pelusa” le decíamos, le gustaba la mecánica, los autos, las motos. Entonces, algunas cositas hice con esas motos y autos…
-¿Qué lugar ocupaba el deporte en tu vida y dónde te criaste?
-Yo nací en la ciudad de La Plata, pero viví mucho en City Bell, que es una localidad hacia el norte de La Plata. Había muchas falencias, no tenía centros de salud, y todo se hacía en La Plata. Salud y compras importantes. Era toda una excursión. Ahora parece insignificante pero si no nos llevaba mi viejo en auto íbamos en el micro 3, famoso, que íbamos con mi vieja. En esas idas y vueltas empecé con mi primer amor deportivo que fue el básquet. A los 7 años empecé a jugar en Estudiantes de La Plata. Y los primeros años mi vieja, Marcela De Volder, me llevaba en el colectivo al entrenamiento. Que era Lunes miércoles y viernes a las cinco de la tarde. Tuve siempre cierta facilidad para el básquet. Hice grandes amigos y fue muy formador. Tener una constancia y disciplina. Estábamos a 45 minutos del club, había que ser muy prolijo para organizarte e irte. De chico cuando iba con mi vieja y de más grande cuando iba solo.
-El básquet es un deporte muy sano. Lo digo con conocimiento de causa porque jugué desde los 3 años hasta los veintipico y hasta hoy cuando puedo. ¿Hasta qué edad jugaste?
-Y hasta los 20 años. Las rodillas me costaban. Jugaba en el poste bajo. A los codazos abajo del aro, buscando rebotes.
-¿Cuánto medís?
-Mido 1,97. Y pesaba 85 kilos…. Ahora peso 120… era más difícil defenderme con esos pocos kilos porque era ágil. Llegué a jugar en la primera de Estudiantes. Incluso con un amigo hicimos el curso de entrenador y cuando teníamos 14-15 años ya empezamos a entrenar a los más chiquitos. El mismo curso te habilitaba para ser referí. Asique entrenábamos y también dirigíamos partidos. Es una época que recuerdo con muchísimo cariño.
-¿Y después jugaste rugby?
-No. De adolescente jugué también al rugby. Y al fútbol. Los dos deportes me gustaban, supongo que era porque estaba al aire libre, a diferencia del básquet que estabas encerrado. Entonces siempre el pasto y contacto con el aire me tiraba…. Pero siempre fue muy malo en esos deportes. El rugby es una pasión.
-¿Y cuándo apareció el campo en tu vida? ¿Y qué era el campo para vos de chico?
-Mis padres nada que ver. Éramos una familia urbana clásica de los suburbios platenses. Teníamos contacto con la naturaleza porque en City Bell las casas tienen pasto, pero nada más. Y yo creo que a partir de los 20 y pico, tuve idea de irme a vivir al campo en la ruta 2. Me empezó a picar el bichito de los eucaliptus, y eso no frenó nunca más. siempre me pareció una actividad cargada de nobleza. Producir alimentos, generar trabajo desde la naturaleza. Me parece que es algo muy lindo. A mí me reconforta.
-¿Pero qué estudiaste vos?
-Soy un muy mal estudiante, abandoné la facultad varias veces. Soy un fracasado estudiante de arquitectura.
-¿Y tenías un plan b?
-Creo que arquitectura era el plan b. Cuando terminé el secundario yo iba a un colegio que pertenecía a la universidad. Y fue una inercia seguir estudiando, pero no le encontraba la vuelta. No me despertaba interés. No me divertía. El plan A era abrirme camino, desarrollar cosas, el campo después apareció.
-¿Cuándo fue el primer contacto entre la ruralidad y una manera de ganarte el mango?
-Tuve algunos trabajos como independiente acercándome al campo desde la comercialización, y después entré hace muchos años a Biagro, la empresa de biológicos que estaba creciendo hace bastante más de 20 años. Hice mi carrera ahí. Fue muy gratificante para mí porque me permitió desarrollarme en un ambiente muy creativo. La empresa crecía y el mercado crecía. Fue un doble impulso. Y creo que fue una etapa de mi vida que generó mis más fuertes vínculos. Las personas del sector son las que más cerca tengo. Por supuesto que tengo amigos de fierro de toda la vida y los valoro, pero puedo decir con satisfacción que mi trabajo lo hago con amigos. Y para mí es importante y estimulante.
-¿Qué te gusta de lo que hacés hoy?
-Me encanta mi trabajo. Es abrir mercados, desarrollar negocios, empresas. La verdad que para mí ni siguiera es un trabajo en sí. No lo tomo como tal. Lo disfruto mucho. Todo el tiempo que lo hago es reconfortante. No es una carga. Me impulsa siempre a hacer trabajar la cabeza y resolver nuevas situaciones.
-La creatividad te motiva…
-Uno va desarrollando herramientas para resolver problemas. Pero lo más estimulante no es usar esas herramientas viejas para resolver problemas nuevos, sino encontrar una nueva herramienta. Parte de esa creatividad tiene que ver con trabajar en un contexto cultural como el argentino, pero también porque han crecido en el mundo. Eso te obliga, porque seguro que las herramientas que te sirven en Argentina seguro no te sirven para otros lugares como Ucrania, donde has ido algunas veces y están creciendo…
-¿Qué te quedó de esa experiencia? (N de la R: los visitó en medio de la guerra)
-Yo estuve en Ucrania porque tenemos allá una filial con la que estamos todo el tiempo en contacto. Fue un acompañamiento a nuestro equipo. Y era necesario para mí. Cuando uno conoce las personas ya no son anónimas, comparte momentos y trabajo. No es lo mismo decir tal vendedor de Ucrania que fulano de tal, con nombre y apellido. La contadora estuvo viviendo en el subte, otros tuvieron que migrar, algunos sus mujeres emigraron con los hijos, pero los hombres no podían emigrar porque tenían que estar disponibles por la guerra. Otros compañeros del equipo de trabajo entraron en la milicia. Personas que uno conoce, que son cercanas, no son abstractas, estaban pasando por un momento tremendo.
-¿Con qué te quedaste de ese viaje?
-Los abrazos. El agradecimiento de la gente que nos decía “¿Qué hacés acá?, no viene nadie a visitarnos”. Mucho cariño, recibimos. Lo valoraron muchísimo.
-Bien, ahora sí quiero preguntarte por las motos. ¿Qué recordás de tus primeros contactos con las motos, los fierros… me contaste de una linda anécdota con una moto a tus nueve años…
-Mi viejo tenía una Vespa, estaba haciendo el asado, la tenía en marcha al lado de la parrilla y no me acuerdo por qué él se alejó un segundo, y yo, que tenía vista la moto, ya en marcha, y no sabía bien como pero creía que los cambios se hacían desde el manubrio. Jamás había manejado. Y mi abuela me motivó, la mamá de él, Blanca, “robásela”. Y me subí nomás, puse un cambio solté, zapateó y salí andando. Y en ese momento la calle era de tierra, el portón estaba abierto, menos mal porque me lo hubiera chocado, porque no sabía frenar y andaba por la calle y mi viejo me corría y yo no sabía cómo frenarla. Tenía miedo de caerme… finalmente me pudieron rescatar.
-¿Y cuándo, ya de grande, empezaste a comprar motos para coleccionar?
-Siempre me gustaron las motos. Tuve varias en mi vida. Y de todo tipo. No te imagines motos tremendas. A mí me gustan todas las motos. Desde las de 110 cc. Me encanta la libertad que simbolizan las motos. Por supuesto a esta edad ando menos, me canso, son más pesadas, pero me gustan. Tuve pisteras en algún momento, una ZZR 600, y de las tipo chopera Yamaha Virago 750, y hasta una enduro.
-¿Y hoy? ¿Cuáles tenes?
-Hoy, que tengo un poco más de posibilidades de elegir, compré las motos que me gustan y me dan cada una sensación diferente. Por supuesto que tengo una Vespa, casi como mandato familiar, y son muy respetadas entre los moticiclistas. Vos podés ver la Harley más grande pero si hay una Vespa se gana su respeto. Tengo una Harley 1200, porque a quien que le gusten las motos no le gusta ese bodoque espantoso que parece que estás manejando arriba de una salamandra, te quemás, hace ruido, pesa 10.000 kilos, pero así como son las amamos. Y después algunas más aptas para andar, una BMW GS que te da la sensación de que podés ir a donde quieras. Son más altas, podés andar rápido, hacer muchos kilómetros o pocos. Igual, yo nunca me gustó andar mucho rato arriba de la moto, me gusta más para usarlas un rato. Después tengo una Ducati Scrambler 1800 Icons, que aprendí todo de nuevo. Es una moto increíble. Tiene un grado de maniobrabilidad tremendo. Tiene salida rápida, frena como ninguna, es linda, es una moto que a mí me cambió el concepto de las motos. Tango también una Royal Enfield 500 bullet que quiero muchísimo. Me queda un poco chica, te confieso… pero… Y tengo una vieja Honda 900 cardánica que restaurada, de cuatro cilindros y en vez de cadena tienen un cardan y tiene dos cajas de cambios, como algo pintoresco, una de alta y una de baja. Es una moto del año 80.
-¿Y le pusiste nombre a alguna?
-No, no… mi idea era tener una moto de cada país de los representativos en fabricación de motos. Alemania, Italia, Inglaterra, Estados Unidos y Japón. En algún momento era una idea loca que pude completar.
-Llegamos al pin-pong de este podcast y arranca con algún país o ciudad que hayas estado y recomiendes ir o al que volverías
-A mí me encanta Dublín, me parece que hay que visitar y estar en el Temple Bar, por lo menos una vez en la vida. Lo que pasa que una vez que fuiste querés volver, la gente es amable, el lugar es mágico. Hay cerveza, rugby…
-¿Y algún lugar, país, ciudad que no conozcas y que te gustaría conocer?
-Tuve mucha suerte que he conocido muchos lugares por mi trabajo. Pero un lugar que no conozco es el sur de Chile.
-Cuando elegís una serie o película, ¿por dónde vas?
-Me gustan las que tienen que ver con la antigüedad, que te permiten conocer de época. La de Vikingos me encantó. Fue de las primeras que vi.
-Cuando llegás a tu casa después de un día de laburo complicado. ¿De qué manera te reseteás?
-Yo tengo un sillón en casa que es cuasi religioso que cuando llego de la oficina, los días que me toca la oficina, que no son todos los días, me siento ahí y como un acto mecánico pongo alguna serie o película, pero no la estoy mirando del todo. Estoy desconectándome del laburo, mirando mensajes de la gente que me fue mandando durante el día, me pongo al día con los afectos.
-¿Algún superpoder que te gustaría tener?
-Teletransportarme. De una. Sin tener que pasar por aeropuertos, migraciones, horas de vuelo. Sería lo mejor.
-Te dejan volver el tiempo atrás, ¿A dónde irías?
-Me gustaría hacer estado en lo que fue la fundación de nuestra patria, siglo XIX, cuando estaban cocinando el estofado. Me parece super atractivo. Nuestros próceres nos parecen personajes muy atractivos. Me hubiera gustado estar ahí.
-Esta charla termina siempre con un tema musical que elige el entrevistado. ¿Qué tema elegis?
-“Héroes”, una canción de David Bowie, tiene muchas versiones. Tendría que ser una buena versión de ese tema.
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