Pablo Gallastegui cumplió 49 años de edad y lleva 32 de payador y cantor surero, porque si bien se inició en la música a sus 14 años, fue a los 17 que realizó su primera payada en público cuando a su pago de Dolores, en la provincia de Buenos Aires, llegó Horacio Otero, “el puestero payador”, y lo invitó a improvisar con él.
-¿Ese fue tu lanzamiento como payador y cantor?
-Desde esa vez no paré más y comencé una vida de cantor profesional.
-¿Pero de dónde te nació esa pasión por este arte criollo, tan antiguo y mágico, que se cultivó en los circos y el teatro criollo?
-Mi padre fue un amante de las payadas, las escuchaba por las grandes emisoras de radio de Uruguay. Y yo desde muy chico escuchaba con él, en Radio Argentina, a los payadores que cerraban los viernes en vivo, con Miguel Franco.
-¿Pero te criaste en la ciudad de Dolores o en el campo?
-Mi vida comenzó en el campo, porque mi viejo Pedro fue siempre productor rural, ya que heredó un campo chico de su padre. Él siempre ha sido un eterno enamorado de los caballos, toda su vida fue domador y entablador de tropillas, criador de yeguarizos criollos, mestizos. Más precisamente fue fanático de los caballos de pelo, como llamamos en esta región a los que tienen alguna mancha particular. Generalmente son los overos, en sus diversos tipos, el overo negro, el picaso overo y el bayo ruano, el naranja, con las clinas blancas. Iba a las fiestas con su tropilla y obtuvo muchos premios. De joven supo montar en algunas jineteadas. Yo crecí pegado a mi viejo y de los tres hermanos fui el que heredó esa pasión por los caballos.
-¿Y heredaste ese amor por los caballos?
-A mis 3 años de edad ya andaba a caballo, solito, y siempre tuve una conexión especial con este animal tan noble.
-¿Como sigue tu historia?
-Mi madre, María Emilia Hagen, fue directora de una escuela rural y prefirió no tenerme como alumno. Entonces me mandó a estudiar a Dolores. De lunes a viernes estaba con mi abuela y los fines de semana regresaba al campo. Después decidí ir a estudiar abogacía a La Plata. Hice unos cuatro años, pero me di cuenta de que no era lo que me gustaba. Me volví para ayudar a mi padre en el campo, porque hubo una gran inundación y ya no regresé a la facultad. Agarré una tropilla de mi viejo, para domar, y me quedé.
-¿Siempre alternaste el canto con algún trabajo alternativo?
-Sí, desde 1997 hasta 2004 trabajé en Mundo Marino y viví en San Clemente del Tuyú, en una experiencia muy enriquecedora porque aprendí a comunicarme con delfines, orcas y demás, de un modo afectivo muy hermoso. Allí formé mi familia, porque en 2005 regresé a Dolores, casado y con mis dos hijas. Pero aquel trabajo me limitaba para poder dedicarme los fines de semana a la música y el canto. Entonces retomé la vida rural entrando a trabajar de domador en una cabaña de caballos criollos, en la Estancia La Flecha, en Dolores. Esto me facilitó volver a dedicarme al canto repentino e improvisado de las payadas. Pero en 2012 me ofrecieron trabajar de administrativo y además de encargado de personal en el Hospital Municipal “San Roque”, de Dolores, lo cual me daba una gran estabilidad económica. Entonces decidí volverme a vivir a la ciudad y hasta hoy trabajo allí. Eso sí, a pesar de que abandoné el trabajo rural, ya nunca dejé de cantar y de payar.
-¿También sos autor y compositor?
-Siempre fui muy curioso y escuchaba mucho a los referentes. Participé de algún taller de guitarra, pero fui bastante autodidacta. Mientras tanto también empecé a escribir poesía desde que cursaba el colegio secundario. Luego, empecé a escribir y a componer algunas milongas y décimas. Un día me puse a estudiar el profesorado de Lengua y Literatura, y me recibí en 2015. Desde entonces también trabajo como docente en el nivel secundario y terciario, lo que me alimenta para mi vida de poeta y de autor.
-¿Y no te quedó un sabor amargo por no haberte dedicado de lleno a ser artista en tiempo completo?
-Mi abuelo, que llegó de España, decía que “hombre de muchos oficios no sirve para nada”, pero a mí los diversos trabajos que he realizado me han enriquecido, me han hecho muy feliz y me han dado libertad incluso, para mi oficio de cantor, por no depender económicamente del canto. La música y el canto me llevan a trabajar mucho en el floreo de las jineteadas. Y además de las payadas, soy un enamorado de la música surera –la cifra, la milonga, el triunfo, el vals criollo, la huella, el estilo, el triste-. Escribo y compongo mucho. Tengo varios discos editados y estoy trabajando en el proyecto de un libro. Generalmente viajo con mi familia para actuar como artista y disfruto mucho desde que salimos de casa hasta que regresamos. Me he presentado en Brasil, Uruguay y en muchas provincias de mi país. He participado en la Fiesta Nacional de la Guitarra desde que se inició, en la noche de los jueves que es la del canto surero y de los payadores, que se colma de público. Y hace cuatro años que trabajo en el equipo coordinador del escenario.
-¿Y a tan variados oficios les encontrás un hilo conductor?
-Como todos pueden ver, he tenido muchos trabajos, muy distintos entre sí, pero siempre mantuve dos hilos conductores en mi vida: mi familia y el arte de la música, de ser payador y cantor surero. He recibido muchos premios y reconocimientos, pero sobre todo he cosechado muchos amigos. El campo es mi esencia, donde aún viven mis padres y adonde regreso a ensillar cada vez que puedo.
Pablo Gallastegui eligió dedicarnos una milonga de la cual es autor, compositor e intérprete: “Mi mejor documento”, que es uno de sus temas más difundidos –junto a “En el medio” y “La bandera en mi guitarra”- y le da el título a uno de sus tres discos editados.