Pablo “Bana” Borrelli trabajaba en una línea aérea internacional, tenía un buen puesto, estaba en ascenso. Antes había estudiado y se había recibido de economista. Todo iba bien… al menos dentro de los parámetros establecidos, pero él sintió que lo que estaba haciendo no lo llenaba, no tenía pasión. Por eso, un día, decidió agarrar la bici y sin mucho más que una carpa, una estufa para cocinarse y un puñado de elementos de camping, se lanzó a “explorar” (es la palabra que él utilizó) el mundo.
En el último capítulo de El Podcast de tu vida (número 107) cuenta de su niñez en Santa Cruz y por qué decidió patear el tablero y junto a su gran aliada, (le puso nombre a la bici), “La Poderosa”, entre 2012 y 2016, pedaleó más de 40.000 kilómetros por África (Ghana, Guinera, Mauritania, Marruecos), Europa (Portugal, España, Italia, Grecia, Turquía), Asia (Irak, Irán, India), y América (Estados Unidos, México, Guatemala, Colombia, Ecuador, Cuba), entre otros.
Está convencido que los caminos en la vida hay que elegirlos con el corazón. Al menos así lo hizo él. Hoy es CEO de Ruuts, una startup que busca conectar las dos puntas de la agricultura regenerativa y sustentable: los productores que “hacen las cosas bien” y las empresas que quieren o necesitan “pagar sus deudas ambientales”. Pasen y lean…
– Quiero arrancar con una frase que vos escribiste en tu blog mientras estabas pedaleando por el mundo: “Todos los caminos son válidos. Pero debes tener siempre presente que un camino es solamente un camino, y si crees que no debes seguirlo, no has de permanecer en él bajo ningún pretexto. Tu decisión de mantenerte en él o de abandonarlo debe estar libre de miedo y de ambición. La pregunta que debes hacerte es ¿Tiene corazón ese camino?”. La busqué, es del libro del antropólogo Carlos Castañeda que se llama “Las enseñanzas de Don Juan”. ¿Qué reflexión te merece hoy esa frase?
– Esa frase tiene mucho que ver con esa época de mi vida pero también hoy. Cuando decido hacer algo, desde dónde lo estoy haciendo. Si es desde el miedo, o bien desde las entrañas, que me llena el corazón, y esa es una linda filosofía de cómo ir tomando decisiones en la vida. En ese momento me convocaba mucho porque yo venía de trabajar dos años y medio en una aerolínea, con oportunidades de crecer ahí y un día sentí que tenía ganas de explorar el mundo y escaparme del camino convencional que era universidad y trabajo. Hoy también me sirve, ¿desde dónde estoy encarando tal o cual cosa? A veces sale bien, otras mal, pero esa es mi brújula.
– Hace más de 20 años que soy periodista agropecuario y entrevisto todo el tiempo productores, contratistas, gente de campo. Y muchas veces, sobre todo cuando uno habla con productores regionales, uno dice “che, esto no es negocio, y la estás pasando mal”, pero es tu pasión… el cuore manda, el legado… Y si bien hoy hay más profesionalismo detrás de todos los negocios, y uno tiene las herramientas para muñirse y saber si detrás de la pasión hay negocio o por dónde se escurre la rentabilidad, esto sigue pasando…
– Totalmente. Es necesaria la pasión pero no suficiente. Con pasión, si no hay rentabilidad no alcanza. Es muy duro. Pero la pasión tiene que estar, si no, pierde sentido. Para mí es difícil empujar un carro que no me apasiona.
– Naciste en Rio Gallegos, provincia de Santa cruz y allí te criaste hasta que te fuiste a estudiar a Buenos Aires. ¿Qué te acordás de tu infancia? ¿De qué laburaban tus padres? ¿Cómo estaba conformada esa familia?
– Si, mis viejos los dos son agrónomos, se conocieron en Balcarce. Después se separaron. Y somos 4 hermanos. Tengo dos hermanas más grandes. Y un hermano más chico. Y Río Gallegos era un pueblo entonces, ahora creció un poco, pero una infancia muy linda, jugando al fútbol en la vereda. Lo recuerdo con mucha alegría.
– ¿Y el campo? ¿Había campo en esa época en tu vida?
– Iba al campo cuando acompañaba a mi viejo cuando iba a hacer una evaluación de pastizales o íbamos al campo de algún pariente. Y a mí me gustaba pero no me volvía loco. Me pasaba todo el día arriba de la chata cruzando campos, mi viejo haciendo muestreos, yo aburrido, no era lo más divertido. Pero sí me gustaba cuando empezamos a ir a pescar o andar a caballo. Y después me acuerdo, en esas estancias, con los cuero de oveja arriba, bien pesados, me re acuerdo de eso. Pero te soy sincero, era algo que sucedía cada tanto. No iba mucho al campo. Me crié más en la ciudad.
– Hace mucho, mucho tiempo… bueno, no tanto, pero sí, hace más de dos décadas, tu viejo, junto a Ricardo Fenton y Alejandra Canosa, ponían en marcha OVIS21. Quiero llevarte a aquellos días, Si no calculé mal tendrías 17 años aprox. ¿Qué te acordás de ese momento? ¿De qué se hablaba en la mesa familiar? ¿Qué contaba tu viejo?
– No me acuerdo del momento en que arrancó porque en ese momento mi viejo se había ido a vivir a Buenos Aires, yo me había quedado terminando el secundario en Gallegos. Pero sí cuando me mudé a Buenos Aires empecé a ir a la oficina que tenía Ovis en Agüero y Santa Fe. Lo usaba de lugar de estudios y ahí sí seguí los primeros pasos, escuchaba reuniones, iba y venía gente, estaban a full.
– Llegó el momento de estudiar. Elegiste economía. Me interesa saber por qué economía, por qué no otra, por ejemplo, veterinaria o agronomía o algo vinculado directamente con el campo… ¿Tenías un plan B?
– Nunca me enamoré de lo que hacía mi viejo. Esa es la verdad. No me volví apasionado en ese momento. La conexión vino después, mucho más adelante y más acá en el tiempo. A mí me gustaban mucho las matemáticas. Y me había anotado para hacer actuario, que son los que hacen los cálculos de riesgo, una carrera con muy buena salida laboral. Pero al poco tiempo de estar en el Ciclo Básico en la UBA, me vino el propósito de querer saber más cómo funciona todo, con ganas de ser parte de buscar soluciones. Y me cambié a economía. La hice, pero te soy sincero, no terminé apasionado por la economía cuando me recibí. Me dio herramientas, algunas materias me gustaron más que otras pero cuando salí no dije, ahora me dedico a la economía.
– Bueno, bien, recibido, te pusiste a laburar, estabas en una línea aérea, te iba bien, tenías posibilidad de un ascenso, pero pateaste el tablero y te fuiste a pedalear por el mundo. ¿Hubo algo que te hiciera tomar esta decisión en particular? Es muy difícil lo que hiciste, salir de la zona de confort y del camino “normalizado”, aceptado socialmente…
– Yo en la mitad de la carrera me había ido a trabajar un año a Holanda. Después volví y seguí estudiando. Asique ya había tenido un gustito de que hay un mundo para conocer ahí afuera. Y cuando terminé la carrera empecé a trabajar en LAN y me encantó pero después de dos años me empezó a pasar que, me estaban dando al posibilidad de crecer, pero en las reuniones empecé a sentir que me faltaba algo. Que la compañía gane más guita por mi trabajo a mí no me cambiaba la ecuación. Me faltaba la pasión. Yo no quería asumir un compromiso para crecer si después lo iba a dejar. Pero si no estoy para crecer ¿para qué estoy?
– ¿Y entonces?
– Y ahí surgió que quería salir a explorar el mundo. La idea de la bicicleta era algo que venía cocinándose de a poco. Yo cuando me había ido a Buenos Aires había empezado a moverme en bicicleta por la ciudad. Y me pareció increíble. Y me enteré que había gente que viajaba por el mundo en bicicleta y cuando renuncié me animé. Te aclaro que antes, yo había hecho un viaje de una semana de Bariloche a Neuquén en bici y la pasé muy mal. Pedaleaba como un loco, pero estaba muy solo. Un nivel de soledad que nunca había explorado. Mirá que había viajado de mochilero mucho. Pero tenía algo muy potente para mí y cuando renuncié dije, me voy a explorar con la bici. Sin tiempos. Por ahí eran dos meses o un año, no sabía. Yo había ahorrado plata trabajando en LAN y sabía que podía ir gastando de a poco antes de tener que volver a laburar. Y así empezó un viaje que duró 3 años y medio en una búsqueda de explorar el mundo.
– ¿Qué conocimientos tenías de los básicos para moverte solo en bici, arreglarla, etc?
– Yo tenía una carpa, una estufa para cocinarme, cosa de camping las sabía. Aprendí a arreglar las cosas básicas de la bici para no quedarme tirado en cualquier lado. Me compré un kit y con eso me mandé. Aparte era divertido porque todavía no existían los smartphones. Yo iba a cibercafés y me anotaba en un papel de por dónde ir. Ahora parece que era viajar a la antigua y fue hace apenas 12 años. Es muy loco porque desde que me fui hasta que volví pasamos de mandarnos mensajes de texto en un celular básico a estar todos con smartphones. Me perdí una época del mundo.
– ¿Te acordás del momento que saliste? ¿Quién te despidió? ¿Qué sentiste?
– La salida es loca porque como yo trabajaba en LAN tenía seis meses de pasajes gratis. Entonces yo iba a salir pedaleando de Argentina y un compañero de laburo me advierte que use esos pasajes gratis. Entonces, volé de Argentina vía Santiago vía Polinesia Francesa y estuve tres semanas recorriéndolas. Después de ahí volé a Isla de Pascua, y de ahí a Madrid donde me quedé sin pasajes. Por eso mi despedida de Argentina fue en Ezeiza, me fui solo. Pedí un taxi desde mi departamento, muy conmovido porque sabía que tenía una aventura en solitario. Y me acuerdo que llegué a Polinesia, agarré mis cosas, la bicicleta embalada y me largué a llorar pensando ¿Qué carajo estoy haciendo acá? Me quedé media hora sentado ahí.
– Y debe ser difícil hasta que le vas encontrando la vuelta a estar solo. Porque, al menos, acompañado, encontrás consuelo cuando las cosas no salen bien y alguien para compartir las cosas lindas…
– Si, todo un tema. Y la bici acentúa eso de ir solo. Porque cuando estás de mochilero encontrás gente en un hostel, te hacés amigos. A mí me llevó a explorar esa soledad profunda, los vaivenes anímicos que no tienen buffer, porque no tenés con quien compartirlo. Es una experiencia muy única. Yo soy otra persona al día de hoy, viajando solo que acompañado.
– Me imagino que en tres años pasaron un montón de cosas, pero ¿Con qué cosas te quedaste más que nada desde lo cultural o para aplicar en tu vida una vez que volviste?
– Hay varias cosas, primero que la gran mayoría es que la gran mayoría de la gente es buena. No sé. Me pasó en Sierra Leona, Africa, que llegaba a un pueblo y la gente me recibía super bien. Y me decían: “Acá somos todos buenos, pero cuidado con el pueblo de al lado”. Iba al pueblo de al lado y era igual al anterior. La humanidad en sí es buena per se. Gente que está dispuesta a ayudar. Lo otro, el valor de lo simple. Los años más bellos de mi vida fueron con una bicicleta y una carpa. Y lo rico que era eso de levantarme y ver el amacener. Me setea mucho cuando me estoy enroscando con algo, voy ahí, vuelvo a poner las cosa en valor, las cosas que tienen sentido para mí. Después hay algo del esfuerzo, llegar pedaleando a algún lugar es muy distinto de haberlo hecho en auto, ir transitando ese recorrido, los olores, las relaciones. Eso le da otro sentido. Hoy todas las cosas que encaro están atravesadas por estos aprendizajes.
– Estuviste por África en una de las etapas que hiciste, ¿Qué te quedaste de ese continente, al menos lo que viste. ¿Es cierto que, como dicen, tienen varias cosas para ser el granero del mundo? Pero también les faltan muchas otras…
– La gran mayoría de Africa está subdesarrollado. También hay un potencial enorme en la producción de alimentos. Para mí lo interesante es que no hagan toda la curva que hicimos nosotros. Que no se pongan a hacer la agricultura que nosotros ya sabemos que no va sino que empiecen a producir con la agricultura del futuro, ese sería mi anhelo. Creo tienen esa oportunidad. Porque tienen ambientes prístinos, con gran potencial. Hay mucho para hacer.
– ¿En algún momento se te terminó la guita y empezaste a laburar para ganarte el mango?
(Se ríe) – No se me terminó la plata. Volví y todavía tenía ahorros. Es que era un indigente. Dormía en la carpa, en cualquier lado. Pero en un momento sentí que estaba bueno hacer plata andando. Y en una parte del viaje, en Estados Unidos, con mi hermano, nos pusimos a hacer artesanías que nos habían enseñado unos argentinos a hacer y nos iba bárbaro. Íbamos a la playa a México y con lo que vendíamos podíamos viajar seis meses. Dije “esto lo puedo hacer toda la vida”. Pero bueno, hacíamos unas muy buenas pulseras.
– Que bueno, que bien. Hubo un día, después de tres años y medio que le pusiste un punto final. ¿Hubo un por qué para no querer seguir o un por qué para querer volverte?
– Un poco de las dos. Por un lado empecé a sentir las ganas de formar parte de un proyecto que fuera más grande que mi vida propia. Yo me sentía y siento una responsabilidad de construir la sociedad que se viene. Por ahí legado de mi abuelo, de mi viejo, gente que le ha puesto mucho de su vida a construir el futuro. Y eso lo tengo adentro. Para mí era obvio que no iba a estar viajando en bici y haciendo pulseras toda mi vida. Yo había estudiado economía, tenía para aportar al mundo algo. Eso estaba en mi cabeza. Y en un momento sentí las ganas de probarme en eso. Y por otro lado, ya llevaba muchos años, había dejado de ser novedad y viajar en bici se convirtió en rutina. También iba a tener mi primer sobrino en Argentina, hijo de mi hermana. Paré como Forrest Gump. En seco. Estaba cerca de Lima. Y me vine.
– ¿La tenés la bici?
Si, claro. La uso acá en Bariloche, la bauticé como “La Poderosa”.
– Bueno, viniste a Argentina, empezaste a ver qué hacías y al tiempo surgió la idea de Ruuts. Contame un poco cómo vienen con ese proceso.
– Cuando me vuelvo en 2016 me meto en OVIS a laburar con mi viejo. A hacer lo que tuviera que hacer. Y muy conectado con el propósito de que la producción puede ser la solución a parte de los problemas que tenemos con el tema ambiental. Conecté con lo de regenerar y cómo los productores ganaderos pueden ser parte de la solución al cambio climático, recuperar la salud de los ecosistemas. La salud del suelo pega por todos lados. Y me di cuenta que mi viejo está en algo que es buenísimo, y no sé si había algo más interesante para poner mi energía. Empezamos el laburo de “despatagonizar” OVIS. Nosotros vivíamos en Buenos Aires. Primero con la formación de técnicos. Después el armado de una red de técnicos para trabajar con productores en todo el país.
– ¿Y lo de la huella de carbono y todo esto?
– Ahí surgió eso. ¿Qué más podemos hacer? Pensamos. La idea del mercado de carbono estaba empezando a crecer en 2020/21. Entonces pensamos en armar el puente para que los productores, además de que les vaya mejor porque producen de una manera distinta, se les pague por esto, es una bomba, y nos va a permitir que esta transición suceda más rápido. Ese es el inicio de Ruuts como idea. Al principio queríamos armar nuestros propios créditos en blokchain, estaba muy de moda eso. Pensamos armar nuestra propia certificación. Y le vendimos créditos a Naranja X, a Banco Galicia, vendimos como 100.000 dólares en créditos. Pero después nos dimos cuenta que para acceder a la gran demanda internacional necesitábamos una certificación internacional. Ahí nos fuimos a trabajar con Verra que es una de las certificadoras de las más grandes. Dijimos, tenemos que armar una autopista de datos que tiene que ser impecable. Para que una empresa gringa confíe en lo que está comprando de un gaucho que está en el sur sur del mundo, tiene que haber una trazabilidad de datos y tiene que ser muy robusto. Y esa fue la hipótesis científico-tecnológica que nos pusimos a resolver y armamos una plataforma para poder capturar todos esos datos, y sistematizarlos para que sea más simple para adoptarlo por parte del productor. Que el costo marginal de agregar un productor a estos programas sea cercano a cero.
– ¿Y cómo están hoy en ese proceso incipiente?
– Hoy ya tenemos medio millón de hectáreas bajo contrato. Estamos trabajando en chile, Paraguay, Argentina y Brasil. El 2025 vamos a emitir los primeros créditos con Verra.
– Te hago la última de esa parte, ¿Qué te entusiasma cuando te levantás? ¿Qué te gusta de lo que hacés?
– Me entusiasma mucho cuando creamos cosas nuevas. Me divierte pensar ideas disruptivas. Entonces desde pensarnos cómo funcionamos como organización, hasta qué nuevos proyectos podemos hacer, a qué empresa podemos contactar, cómo podemos mejorar nuestra ciencia, nuestra tecnología, para generar más impacto. Todo eso es mi fueguito. Cuando me siento hoja en blanco, o en una sesión de brain storming a pensar cosas nuevas, eso es lo que más me divierte y moviliza. Y también me gusta mucho cuando tenemos reuniones con empresas y les podemos compartir lo que estamos haciendo, transmitir el poder de todo esto y cómo esas empresas pueden ser parte de todo esto.
– Bueno, bien, ahora sí llegamos al pin-pong de El podcast de tu vida, que rompe el hielo preguntando sobre ¿Qué hacés para despejar tu cabeza hoy?
– Mi terapia es correr. Y después de correr me meto al lago, que está a una cuadra de casa. Asique la corrida con golpe de frío es el reseteo por excelencia. Me funciona muy bien. Mirá que medito y hago otras cosas, pero como correr y agua fría, no hay otra. Después también me gusta hacer jardinería, cortar el pasto.
– ¿Cómo te va con la cocina? Parrilla, horno, olla… tenés algo que digas “con esto quedo bien”.
– Soy un rústico. Esas personas que no pueden estar más de cinco minutos cocinando. Como mucho bife vuelta y vuelta con tomate o ensalada. Después tengo una bondiola a la cerveza negra que aprendí a hacer y con eso me defiendo. También he aprendido a hacer algún que otro plato de comida india, pero como llevan tiempo hace rato que no los hago. Y bastante de grande aprendí, en cuarentena, a hacer asado.
– ¿Qué ciudad o lugar que no conozcas te gustaría conocer?
– De Argentina hay toda una zona que no he ido que es Formosa, Chaco, que me gustaría conocer. Hay una zona que es la parte de Mongolia y los instatns que es gigante y me gustaría explorar en algún momento.
– ¿Y de lo que has recorrido y conocido? Armame un podio. Entiendo que los lugares mucho tienen que ver con la gente con lo que lo conocés, el momento…
– Me sorprendió mucho Irán. Es un país con todas las críticas a las reglas del Islam, las restricciones a las mujeres y todo eso. Pero muy hospitalario, una cultura super interesante que realmente me voló la cabeza. India, estuve seis meses y no entendés lo que está pasando. Para mí es todo tan distinto que para lo que uno es cotidiano es distinto. Era muy atractivo. Me sentaba en una esquina a tomar un chai, que es el té que toman ellos, y a mirar la gente. No lo podés creer. Volvería una y otra vez a India, es un mundo para explorar. Y después me gustó mucho Colombia. Haciendo foco en las personas. Es un país de gente tremendamente amorosa. Me enamoré de Colombia y los colombianos.
– Buen podio te armaste. No sé si sos de mirar series o películas, ¿qué te gusta mirar?
– Soy bastante malo para las series. Mi novia me odia por eso. Yo me niego. Siento que quedás enganchado en una que después no podés parar. Pero en general, si elijo, voy por las historias verídicas. Si son la historia de una persona. Son las que más me gustan. Bibliográficas. Que me inspiren. Estoy tratando de leer más que mirar series.
– ¿Y qué lees?
– Y, ahora mucho de emprendedurismo. Un mix de autoayuda y emprendedor. Son cosas que me atraviesan en la diaria y las consumo mucho.
– Si pudieses tener algún superpoder ¿cuál elegirías tener?
– El del que el tiempo vaya más despacio.
– Si pudieses agarrar el Delorean, el auto de Volver al Futuro y pudieses viajar en el tiempo. ¿Adónde irías y para qué? Puede ser un momento en tu vida, con alguien… o puede ser a algún momento histórico, en la historia de la humanidad que te hubiera gustado presenciar.
– Creo que me gustaría ir al tiempo donde no sabíamos qué había del otro lado del mar. Esa época donde explorar era real. Salían y no sabían si se iban a caer del mundo o qué. Subirte a un barco y encontrarte con gente inesperada. Me hubiera fascinado esa incertidumbre.
– Bueno, llegamos a la última y, para algunos, la más difícil. Tenes que elegir un tema musical para que quede sonando. ¿Qué elegís?
– Elegiría “Hablando de la libertad” de La Renga. Hace rato que dejé de escuchar la renga pero la frase esa de Don Juan, con la que abrimos la nota, tiene mucho que ver con esto. Un poco de espíritu rebelde. Esa elijo.