Julián Domínguez, el peronista bonaerense risueño y cercano a la iglesia católica, será recordado no por sus gestiones como ministro de Agricultura en dos tramos de la historia, sino por las osadas decisiones tecnológicas que tomó en ellas. En su segunda gestión, en 2022, se animó a contradecir a toda la cadena triguera y autorizó la siembra del trigo HB4, el único transgénico en todo el mundo, que todavía despierta polémica. Pero en 2011, en su primera intervención en la cartera, había tomado una decisión semejante vinculada a otra innovación discutida, la Ractopamina.
En junio de 2011, Domínguez firmó la Resolución 1458/2011, para flexibilizar otra resolución de 2006 que establecía que la Argentina era territorio libre de anabólicos en la ganadería. “Prohíbese en todo el Territorio Nacional el uso de productos veterinarios indicados como promotores del crecimiento”, establecía aquella normativa que vulneraría Domínguez, andá a saber en nombre de qué lobby, para luego exceptuar “del cumplimiento de lo dispuesto por la presente medida a la Ractopamina, exclusivamente para su uso en cerdos”.
Ese excepción para que los productores locales utilicen esta sustancia, que según dicen puede incrementar la velocidad de conversión de alimentos a carne para producir hasta 10% más volumen, quedó de todos modos condicionada a que la propia Secretaría de Agricultura y el Senasa implementaran un “Programa de Trazabilidad”, para identificar los animales tratados con Ractopamina y los que seguían libres de anabólicos.
Hecha la ley, hecha la trampa. Como muchas cosas en la Argentina, ese programa nunca se implementó. Pero la medida de Domínguez se convirtió en un talón de Aquiles de la actividad porcina en la Argentina, ya que el país quedó aprisionado en su propia trampa: aprobó la Ractopamina pero sigue prohibiendo a sus productores usarla.
Flor de político Domínguez. Violín en bolsa, tampoco se ocupó en su segundo tramo como ministro – entre 2021 y 2022- de corregir el desaguisado que había hecho.
Lo cierto es que ahora -en el escenario de atraso cambiario que propone el gobierno de Javier Milei- está ingresando gran cantidad de carne porcina del exterior, especialmente desde Brasil. Y que esa carne importada compita de modo desleal con la producción local, según denuncian desde hace varios meses los integrantes de la Federación Porcina Argentina (FPA).
Según datos oficiales, entre enero y mayo los ingresos de carne de cerdo han sido de 24.303 toneladas. En los cinco meses iniciales de 2024 ese mismo producto había ingresado con 3.939 toneladas, lo que “demuestra que fue grosero” el incremento de las compras, a juicio del especialista Juan Luis Uccelli.
¿Pero por qué se habla de competencia desleal? En la reunión de la Mesa de las Carnes, esta misma semana, el empresario e integrante de la FPA Daniel Fenoglio explicó que desde la década de los 90 en la Argentina “no se daba este nivel de importaciones” de carne porcina. Pero más que por esa competencia, se quejó de que Brasil está volcando en el país grandes volúmenes de carne de animales tratados con Ractopamina. Al parecer, según dicen los productores, esa sustancia está prohibida por 160 países del mundo y Brasil no puede venderles carne tratada. Por eso utiliza a la Argentina y al Uruguay como receptáculos de segunda instancia.
“Es competencia desleal, porque el uso de Ractopamina le mejora el costo de producción del 5 a 10% a los productores brasileños”, indicó Fenoglio. Le pregunta que le hizo Bichos de Campo a continuación era obvia:
-¿Cómo se soluciona este conflicto? ¿Prohibiendo la carne brasileña con esa sustancia o permitiendo que ustedes también comiencen a usar la Ractopamina?
-A nosotros nos parece anacrónico que se apruebe aquí la Ractopamina. La Argentina tiene prohíbidos todos los promotores de crecimiento en todas las carnes- respondió.
Queda claro que la cadena porcina prefiera local desandar el camino que -vaya uno a saber por qué- transitó en 2011 el ex ministro Domínguez, y más que nivelar la cancha con Brasil prefiere que se prohíba efectivamente el ingreso de carne de ese origen tratada con ese promotor de crecimiento.
Para eso bastaría con derogar la resolución firmada en aquel momento, pero los lobbies parecen seguir potentes.
Cuando asumió la gestión libertaria y las importaciones de Brasil comenzaron a morder los tobillos de los productores porcinos, otro tibio secretario que tuvo Agricultura, el ex decano Fernando Vilella, reconoció sobre la Ractopamina: “este producto no es que está prohibido, sino que no está aprobado. Y eso le genera a quienes lo usan un diferencial de productividad. En el caso específico del cerdo es de un 5 o 6%. Y a eso le agregamos que a veces ciertos cortes como la bondiola, en países como Brasil, no son tan buscados como en Argentina. Ahí tenemos un tema que hay que resolver a futuro”. Pero no lo resolvió.
Lo cierto es que, según creen los productores, ahora el trámite para prohibir el ingreso de carne brasileña (no toda, sino aquella tratada con Ractopamina) salió de la Secretaría de Agricultura y el Senasa está en la Cancillería. Al parecer, “hay que avisarle a Brasil que le vas a poner una limitación”.
Mientras tanto, los argentinos seguimos comiendo grandes cantidades de carne de cerdo del vecino país provenientes de animales que han sido tratados con un anabólico que los productores locales.
Y todo gracias a Domínguez. Quizás cuando en unos años podamos llegara a tener conflictos comerciales por el trigo HB4 (Dios no lo quiera), lo vamos a volver a recordar.