Se crió en el campo, fue a una escuela rural, es de los que aprendió haciendo. El entrevistado de este capítulo de Oli-Nada-Garcas “El podcast de tu vida”, estuvo casi en un mano a mano (en realidad eran él y dos más) con Néstor y Cristina Kirchner en plena ebullición de 2008 y tiene anécdotas para compartir de aquel acalorado meeting. Además de aquello, en la charla, hablamos de su experiencia como escritor. Ya escribió un libro y va por más.
Patricio Watson nació el 9 de marzo de 1953 en un pueblito del sudoeste cordobés, Santa Eufemia. Creció en el campo y aquellos años de infancia fueron de los mejores de su vida, “cuando uno tiene pocas obligaciones y mucho tiempo para hacer lo que quiere”.
Actualmente está instalado en Monte Buey, Córdoba, donde es productor agropecuario. Está ligado a Confederaciones Rurales Argentina a través de Cartez, la confederación Regional en la que están incluidos los productores cordobeses. Su familia está compuesta por su mujer Mariana, y tres hijos: Gerónimo (agrónomo, trabajando en Holanda), Federico (geólogo) y Virginia (tiene un emprendimiento).
“Viaje a mi sepulcro”, la novela, versa sobre los tesoros nazis en Argentina, a través de la historia de unos amigos. Un texto entretenido y emocional.
“Siempre que me sobra un minuto trato de hacer un deporte, soy muy competidor”, contó. El campo es mi lugar en el mundo, mi casa”, enfatiza.
Pasen y lean…
-¿Qué te quedó grabado a fuego de tus primeros años de vida en el campo?
Los primeros años fui a una escuela rural. Mi hermano iba en un petiso y yo en un zaino mañero. De esa época me quedó muy grabado que la vieja nos preguntaba a la vuelta “¿Y, como les fue?” Mi respuesta era “Ganamos o perdimos”. Nunca nada del estudio. Mi día escolar lo marcaba el partido que habíamos jugado en el recreo.
-¿Qué hacían tus padres?
-Mi madre era ama de casa y estaba en actividades sociales del pueblo, las comisiones del hospital, de la escuela, eso. Y mi viejo, a pesar de que manejaba el campo de la familia, tenía como vocación la mecánica. Y por eso yo también quedé enganchado con eso: el martillo, cortafierro, fragua, motores… la mecánica de hace 60 años. El era un apasionado. Retrospectivamente, creo que él hacía un esfuerzo para ir a revisar un lote de vacas.
-¿Y cómo era esa escuela a la que ibas y ese hogar de tu infancia?
-Vivíamos en el campo. Era una sola aula donde funcionaban todos los cursos. Hice hasta tercer grado ahí. En cuanto a mi casa, era un caserón antiguo, típico de campo. Es de 1885 y todavía pertenece a la familia. Habitaciones inmensas, sin calefacción. Sólo había una estufa en el comedor. Y con eso había que arreglarse. Y un solo baño para toda la casa.
-Hasta tercer grado dijiste que habías ido a esa escuela rural, ¿Qué pasó después?
-Cuando tenía menos de nueve años me mandaron a un colegio pupilo, interno, en Córdoba (N de la R: a 260 kilómetros del campo, que en esa época eran viajes de 5 y hasta 8 horas). También a mi hermano. Fue un destete precoz (se ríe). Esa parte me marcó mucho. Yo hice desde cuarto grado hasta quinto año. No llegué a sexto. No aguanté. Fueron años donde aprendimos mucho. Al principio con cuestiones duras. Porque de una libertad total en el campo pasamos a una vida de internado casi militar con horarios y obligaciones. Fue difícil. Después nos acostumbramos.
-Después llegó la época universitaria, ¿Qué estudiaste? ¿Tenías un plan b?
-Terminé quinto año en el Lasalle de Córdoba salí de ahí y me fui a una escuela técnica que tenía la Renault en Córdoba también. Duré un año ahí. Me cansaba rápido. Finalmente terminé en un colegio nocturno en La Calera.
-¿Y después?
-Me anoté en la facultad de abogacía, hice un año, rendí algunas materias. Pero se había puesto muy complicado. Eran épocas muy difíciles para el campo. Estamos hablando del año 1973/74. Muy jodidos. Mucha presión política en la universidad. Yo me enganchaba y estudiaba poco. Entonces mi viejo, un día que volví, me planteó: O estudias o te ponés a laburar. Y bueno, me fui a trabajar.
-¿Y qué empezaste haciendo?
-Inseminación artificial. Había hecho un curso que daba el Ministerio de Agricultura de Córdoba. Que era una novedad. Empecé con eso en un tambo. Después me conseguí un trabajo en una estancia en Villa María. Luego trabajé 5 años en Colón, Buenos Aires, en un haras, y después en Pergamino otros 6 años. Yo tenía una premisa de no trabajar más de 5 años en un mismo lugar. Era como una norma para mí. Porque “escoba nueva barre bien” y se ve el trabajo. Después ya no te valoran tanto.
-¿Por qué creés que existe esa grieta que lleva a hablar de oligarcas en algunos sectores de la sociedad? ¿Esa distancia entre el campo y el plato?
-Considero que lo de la grieta es un invento de una palabra actual pero la diferencia estuvo toda la vida. Siempre hubo diferencias entre el que tenía y el que no la tenía. Creo que el principal motivo de esta diferencia es la secuencia de ingresos. Es como tirarle la bronca a uno que gana en el casino. Cuando entramos éramos iguales y cuando salimos somos distintos. Ese tipo de razonamientos me parece bastante estúpido. Pero se usa políticamente. Y después otra diferencia. El comerciante, por ejemplo, labura todos los días y todos los días ingresa un poco de dinero. En cambio, el tipo de campo por ahí pega una cosecha y la levanta en pala, pero después nadie tiene en cuenta que pasan cinco años malos y la vomita toda la que ganó junta.
-En 2008, en pleno conflicto por la 125, fuiste con otros dos productores de Monte Buey a entrevistarte con Cristina y Néstor Kirchner ¿Qué te acordás de aquel encuentro? ¿Qué perlas te quedaron grabadas?
-Me quedaron varias cosas. Primero nos sorprendió la invitación. Cuando nos llegó, yo que tenía cierto compromiso con CRA, no podía participar de la reunión sin la anuencia de CRA y, llegado el caso, más en ese momento, la venia de la Mesa de Enlace. Los otros que fueron son Jorge Romagnoli y Oscar Peretti. Con ellos se lo planteamos a la Mesa de Enlace, y nos dijeron “vayan, pero no cierren nada”. Después, ya en la reunión, hubo una observación de Néstor. Cuando estábamos hablando de los porcentajes y el despelote que se había armado, refiriéndose a (Martín) Lousteau dijo “En qué quilombo nos metió este pen… h… de su madre.
-¿Algo más?
-Si. Porque la charla empezó con Néstor en la quinta de Olivos pero cuando planteamos las posibles soluciones Néstor nos dice “esto lo tiene que escuchar Cristina”. Así que armaron una audiencia para otro día en la que estuviera ella. Estaba sentada al lado mío. Escuchó a todos. Y en un momento me tomó del brazo y me dijo “ah, pero vos me querés cambiar el modelo”. “Y, por supuesto”, le dije.
-¿Y por qué te habían invitado a vos?
-Cristina tenía una persona muy cercana que era de Monte Buey. Fue a propuesta de él que fuimos.
-Mirando en retrospectiva, ¿Hubieses cambiado algo? ¿En la dinámica de lo que sucedió, en todo lo que pasó y en el resultado final?
-En el fondo lo que se logró cambiar fue que no sean progresivas. Pero creo que como evolucionaron los precios, se podría haber discutido la progresión a partir de un precio. Porque quedó fija para todos y en el fondo nos perjudicamos. Suponte, unas retenciones progresivas si la soja superaba los 500 dólares.
En 2021 Patricio Watson publicó su primer libro, la novela “Viaje a mi sepulcro, de la leyenda a la realidad de los tesoros nazis en Argentina”. El libro fue editado por Ediciones del Boulevard, de Rosario, Santa Fe. “Lo bueno de las leyendas es que no ponen límites a la imaginación, se les puede agregar o quitar sucesos sin que nadie pueda cuestionarlas. El deseo de hacerlas verídicas es el incentivo para encarar la aventura de encontrar el tesoro, llamadas, viajes, consultas y, finalmente, la verdad”. Con ese texto, en la contratapa, invita a la lectura.
-Hablemos de tu camino como novelista. Te cuento una historia, mi abuelo, Tomás Dodda, fue un gran lector de novelas y siempre me inculcó la lectura. Yo de pibe, como todo adolescente al que le gustaba el deporte leía revistas de básquet, de fútbol, la sección deportes del diario… El, cuando lo iba a visitar me señalaba la biblioteca y me decía: “Llevate uno”. Así fue como, de a poco me fui llevando y hoy tengo gran parte de su colección de Wilbur Smith, escritor sudafricano increíble. ¿Quién te inculcó a vos la lectura?
-En la casa donde crecí había y aún hoy hay miles de libros que se fueron juntando desde mi bisabuelo hasta ahora. Estábamos obligados a leer. Porque no había televisión. Una o dos veces por semana se traía el diario cuando alguno iba al pueblo, pero cuando terminábamos de comer, cada uno se agarraba un libro y se ponía a leer. La lectura era un hábito y leíamos lo que había. Ya de más grande empezamos a leer “Patoruzito”, “Piantadino”. Nos saltamos la época de “Anteojito”, porque crecimos y empezamos con “El Tony”, “D´Artagnan”, y esas.
-¿Y hay alguno que te haya marcado?
-Después de haber leído tanto las marcas viejas quedan detrás de las nuevas y se olvidan. Pero hubo libros que me quedaron en la cabeza. Alguno de Wilbur Smith, el autor que te daba tu abuelo. Y un libro que se llama “Trinidad, una novela de Irlanda” (del autor León Uris), porque mi familia tiene mucho por parte de mi abuela, eran irlandeses.
-¿Cómo llegás a escribir una novela y cómo nace “Viaje a mi sepulcro”?
-Escribir es un trabajo. Hay que ponerse. Cuando yo empecé no era consciente de todo lo que había que hacer para terminarla. Escribir un capítulo o dos es fácil. Escribí una primera parte y después armé una segunda. Es un ejercicio lindo el de escribir. Es motivante. Ahora estoy tratando de arrancar con otra. Aunque a veces cuesta seguir el hilo de las cosas.
-¿Cómo es la práctica de escribir?
-Tengo un esqueleto al lado mientras escribo. Y no escribo cronológicamente. Porque por ahí el final lo escribís el primer día. Están las ideas y las voy tomando. A veces me adelanto con la escritura, pero vuelvo al esqueleto para saber si voy bien.
-¿Qué te gusta de escribir?
-Me gusta no apartarme de la ficción. Hay una tendencia cuando estás escribiendo a volver a la realidad. Y eso trato de mantenerlo a raya.
-¿Cuál es tu país o ciudad favorito?
-Hoy es difícil elegir Argentina (se ríe), pero le debo todo lo que tengo. Un ideal sería un país con mayor desarrollo colectivo.
-¿Un lugar, país o ciudad que te gustaría conocer?
-Inglaterra y Londres los conozco y los vuelvo a elegir. De lo desconocido, el este de Europa, la Siberia, toda esa zona.
-¿Qué lugar tiene el deporte en tu vida?
-Creo que tiene un lugar central. Nosotros nunca habíamos tenido bicicleta en casa y cuando llegamos a los 15 queríamos una moto, pero mi vieja no quería. Teníamos la del viejo, que tenía una Harley. Aunque después de unos años teníamos cinco motos. Corríamos alrededor de la casa. Ahí arrancamos. Después empecé a jugar a la pelota paleta, un deporte que llevo en mis genes de vasco, mi vieja era vasca, y su tío abuelo fue el primer pelotari de la Argentina (N de la R: Gabriel Martiren fue un tambero y pelotari vasco francés nacionalizado argentino que inventó en Burzaco, en 1905, el juego de la pelota paleta, pelota argentina o pelota goma, una de las variantes de la pelota vasca). ¡Teníamos cancha en el campo!
-¿Y qué más?
-Jugué al polo varios años. Corrí en rally, jugué y juego a tenis y estoy preparándome para cuando sea más viejo poder jugar al golf. Ya tengo los palos.
-Si pudieras tener un súper poder ¿Cuál sería?
-Lo tengo claro porque siempre lo pienso. Es la posibilidad de que la gente vea la verdad. No mi verdad ni la verdad que digo. Sino la verdad de las cosas. Porque tanta gente toma decisiones por supuestos y no por verdades, eso me preocupa.
-Te dejan volver el tiempo atrás. ¿A donde volvés y para qué o por qué? (puede ser un momento en tu vida o puede ser un momento en la historia de la humanidad)
-Si tengo que volver a un lugar en la vida volvería a los 7-8 años, cuando vivíamos en el campo, teníamos una laguna gigante a 500 metros de la casa. Y ese era mi mundo. Con un caballo y una tabla atrás recorríamos todo. Juntando huevos, con los cuises. Es un momento de la vida sin obligaciones, hermoso.
-¿Algún tema musical preferido para el cierre?
-Me encanta todo. Pero hay un tema que suena a veces en mi cabeza sola, es “Matándome suavemente” (o “Killing me softly”).