Cuando hablamos de ganadería argentina rara vez la imagen evocada es la de la producción de camélidos, aunque en el norte esa sea una actividad económica fundamental.
Si bien está sometida a condiciones más extremas, y su cadena de valor tiene varios eslabones “flojos”, su historia es la de varias generaciones que tradicionalmente produjeron carne y fibras para el autosustento y la artesanía local. La mayor profesionalización ha extendido las técnicas de selección de animales y las mejoras genéticas prometen un mejor futuro.
Al menos ese es el diagnóstico que hizo ante Bichos de Campo Guadalupe Saadi, que es veterinaria y trabaja en el Ministerio de Producción de Catamarca. Tras su paso por la 34° Feria de la Puna, una parada obligada que hace cada año en Antofagasta de la Sierra, afirma estar gratamente sorprendida con el presente de ese particular sector ganadero. “La calidad de los animales es superior”, aseguró.
Cuando habla de calidad, en el caso de los camélidos, insiste en la incorporación paulatina de genética para tener animales “doble propósito”. Es decir, que tengan buena fibra para la actividad textil y a la vez buena carne para la alimentación de las familias rurales. Lo que tiene de complejo, sobre todo en el caso de la llama, es que, al ser una especie oriunda de la región, no hay una genética propiamente dicha que pueda ser importada, como sucede con los bovinos.
“A diferencia de otras especies, en las llamas no tenemos razas, pero sí hay biotipos”, explicó Saadi. Por eso es que el mejoramiento de la especie es más bien un trabajo artesanal, que suele ser orquestado desde la Dirección provincial de Ganadería, a modo de asegurarse de que las necesidades de las distintas demandas estén cubiertas. En donde encuentran reproductores con buena calidad de fibra, finura del vellón y carne sabrosa, se los aprovecha para hacer cruzamientos en otras tropas.
Pero también deben tener en cuenta los caracteres a descartar. En el caso de la dentición, el prognatismo, que se da cuando la mandíbula inferior es más grande que la superior, es un aspecto que ha azotado mucho a la actividad de la región, porque afecta a la mordida. Como es muy hereditario, es particularmente importante no elegir reproductores, sean machos o hembras, que tengan esa condición.
Lo mismo sucede con los problemas de aplomo o la dilución del color del pelaje. Esto último muchas veces se da cuando sólo se repara en la calidad de la carne y termina volviendo poco útil las fibras para la industria textil. Por eso debe insistirse continuamente en ese “doble propósito” del que habla la veterinaria.
De todos modos, muchos de esos problemas se ven cada vez menos en la ganadería de la Puna, y eso le da a Saadi la pauta de que su trabajo estuvo bien hecho. “Año a año, feria a feria, se ve el avance y cómo le llega a los productores lo que uno transmite”, destacó, y pidió no perder nunca de vista la mejora genética para que esta actividad ancestral no ceda ante el crecimiento de la minería en el norte argentino.
Mirá la entrevista con Guadalupe Saadi:
Pero no es sólo una cuestión de elección. No se puede desconocer que la actividad minera, con mejores salarios y previsibilidad que el ganadero, tracciona el empleo joven ante la promesa de una mayor estabilidad económica. “Uno no puede ser egoísta, pero queremos que se apueste a la ganadería de la Puna porque también es una forma de vida”, señaló la funcionaria.
Para que eso suceda parece que la respuesta está en seguir insistiendo con la profesionalización de la actividad y completar la cadena de valor. Sin ir más lejos, no hay frigoríficos para faenar camélidos, y eso condiciona no sólo al circuito del consumo, sino también a la exportación misma, que no sería descabellada para el sector. NI el tránsito federal de la carne de llama puede garantizarse sin plantas de faena bien habilitadas.
A eso se suman las condiciones laborales y las dificultades inherentes al trabajo con este tipo de animales. “Es un sacrificio y el mérito vale doble”, afirmó Saadi, y enfatizó en la importancia de insistir en la búsqueda de que los más jóvenes de las familias productoras no emigren, para que continúen con una actividad que es parte del adn de la Puna.