El gobierno argentino tiene una política esquizofrénica en materia de política ganadera. Por un lado, aplica un “cepo” exportador. Por otro, dice que quiere más producción y anuncia un plan de créditos por más de 100.000 millones de pesos. Lo más triste es que, mientras eso sucede, un elefante gigantesco atraviesa una avenida y no lo pueden ver.
En la última década ocurrió un evento tan significativo como poco conocido en el país: se duplicó el consumo interno de carne porcina (actualmente se encuentra en torno a 17 kg/habitante/año) de la mano de grandes inversiones en granjas y genética de punta.
El ritmo de crecimiento comenzó a ralentizarse desde 2018 con la aplicación de un IVA del 10,5% para la carne porcina, lo que comenzó a generar saldos técnicos de IVA imposibles de recuperar porque las inversiones se realizan en su mayor parte con insumos y servicios que tributan una alícuota del 21%.
Por otra parte, mientras que una década atrás los “Créditos del Bicentenario” ayudaron a concretar muchas grandes inversiones en el sector, actualmente la desaparición de préstamos con tasas de interés accesibles representan otra traba para el crecimiento del sector.
De todas maneras, los empresarios porcinos, “hambrientos” por ganar eficiencia a través de economías de escala, implementaron esquemas asociativos por medio de la integración entre criaderos y galpones de engorde de lechones, además de crear redes de carnicerías porcinas en algunas regiones del país.
Con las condiciones adecuadas, el sector porcino argentino podría llegar a producir en 2030 el doble que el volumen actual de carne para cubrir un consumo interno superior a los 30 kg/habitante/año, lo que permitiría tener un excedente de proteínas cárnicas a disposición de la población argentina.
Con esa “cobertura”, la matriz de consumo interno de proteínas cárnicas se terminaría de diversificar –como ya ha sucedido en el caso de la carne aviar– para dejar que la carne vacuna pueda exportarse sin limitaciones al tener dos reemplazos por demás eficientes.
El año pasado las principales entidades del sector, que están trabajando en crear una “Federación Porcina Argentina”, publicaron un “Plan Estratégico 2030” que, evidentemente, nadie en el gobierno leyó porque ahí están las claves de una oportunidad única.
A medida que crezca la escala de las granjas y frigoríficos porcinos, la competitividad relativa de la carne de cerdo será cada vez mayor y, por lo tanto, se hará mucho más accesible para el “bolsillo” de los argentinos. No hay mucho que decir respecto a la preferencia de consumo porque, gracias al desarrollo genético y los estándares de producción industriales, la calidad de la carne porcina es tan buena como uniforme (en este último aspecto no puede decirse lo mismo de la carne vacuna).
Se trata de una solución para valorizar lo que tenemos por partida doble, dado que la producción porcina permite agregar valor a la enorme oferta interna de granos al tiempo que promueve, de manera indirecta, la generación de divisas al posibilitar la exportación de carne vacuna, que es lo que el mundo necesita y quiere comprarnos (y el gobierno se da el “lujo” carísimo de restringir cuando existe un déficit crónico de divisas).
El sector ganadero argentino es tan competitivo que lo único que necesita es que se lo deje trabajar en paz, es decir, sin ninguna interferencia estatal. Y no poder visualizar la oportunidad presente el sector porcino es mirar hacia el futuro con el espejo retrovisor.