¿Por qué deberíamos entrevistarlo?- preguntamos a quienes (son varios) nos sugieren que sería bueno pasar a ver a este hombre. La respuesta siempre es la misma: porque sabe muchísimo sobre plantas y ama lo que hace.
Néstor Recalde siempre vivió en la misma quinta del norte de la provincia de Buenos Aires (mejor dicho, nació a 500 metros de la que hoy es su casa) y, por cierto, es una institución viva de esa región, muy reconocido por sus amplios conocimientos en el manejo de frutales y otros, los cuales comparte en talleres de la zona, en sus tiempos como docente o simplemente a quienes lo visitan y muestran interés. A sus 82 años, Néstor tiene visiones particulares sobre la vida, la ruralidad, la agricultura moderna. Como si fuese poco, conoce casi como un libro abierto la historia de su pago, el partido de Lincoln.
Recalde narra a Bichos de Campo la historia de la conformación territorial de Lincoln, una historia muy particular, donde los soldados terminaron intercambiando hectáreas por vino o ropas: “Este partido tiene una curiosidad nacional. La ciudad de Lincoln está rodeado de chacras, que son parcelas de 26 hectáreas. Cuando termina la Guerra del Paraguay, por un decreto del Gobierno de la Provincia, el primer partido que se creara tendría que ser centro, ciudad, y una legua alrededor de esas parcelas, para los soldados vivos que habían vuelto de la guerra. Esta tierra se creó para premiar a los soldados”.
Profundizando su relato, Néstor explica: “Eran 26 hectáreas para los soldados, 150 o 200 para los suboficiales, y 1000 hectáreas con estación de tren incluida, y el apellido del militar que fuera general en la guerra. Por ejemplo Balsa, acá cerca. Tenía la estación a su nombre y un tren que viajaba todas las veces que él quisiera de Buenos Aires a Balsa (el pueblo-estación con su nombre)”.
Es evidente que, ya sea por la historia o por la biología, había razones de sobra para visitar a Recalde.
Mirá la entrevista completa a Néstor Recalde:
Por aquellos años, el norte de Buenos Aires se empezaría a poblar de sobrevivientes de la guerra, pero algo pasó en tierras norteñas que hizo que no sea tan así, y Recalde lo grafica de esta forma: “Soldados no vinieron prácticamente ninguno, en ese tiempo se negociaba allá. Una damajuana de vino por las 26 hectáreas, ropa, o algún terrenito en Buenos Aires. Suboficiales y oficiales vinieron muy pocos”.
El productor bonaerense recuerda algo de lo que era la zona cuando el era chico, y la configuración que había dado ese concepto de territorio: “La idea era colonizar con muchas pequeñas chacras alrededor del pueblo, y usted no sabe la vida que le daba esto a la ciudad. Sí, me acuerdo. Era chico, en cada 26 hectáreas había una familia. La mujer estaba en la casa, criaba la familia, tenía gallinas, ordeñaba una vaca, hacía manteca, hacía queso, criaba lechones y el marido salía a trabajar afuera”.
A su vez, el experimentado fruticultor manifiesta sus formas de entender la vida y la ruralidad: “Yo me dediqué a la vida de campo. Es decir, yo siempre quise ser libre desde muy chiquito. Hay dos cosas que no se negocian lo que dicen tus sentimientos y tu cuota de libertad individual”.
Contra lo que podemos suponer, agrega: “Atarse a la tierra es una forma de ser libre. La tierra lo paga, y mirá lo que estamos haciendo con la tierra. ¿Sabe cuando pasa un camión con 30.000 kilos de soja que lleva ahí adentro? La vida de la tierra, que se cambia por dólares”.
“Yo tuve la suerte de haber vivido esta zona antes de la locura de la agricultura como se está haciendo ahora, y ves la diferencia de la tierra. Hay menos de la mitad (se refiere a la materia orgánica de los suelos). La capacidad de producir de la tierra es mucho menor. La tierra trabaja a 1 millón por hora. Es un laboratorio gigantesco con bacterias que están haciendo todo lo necesario para la vida nuestra”.
Recalde explica, asimismo, el paisaje de antaño: “En la época en que yo era muchachito, acá en Lincoln había una fábrica de cigarrillos, porque había un cultivo de tabaco; había fábrica de fideos; había fábrica de escobas; había fábricas de alpargatas; herrerías que hacían las piezas para las máquinas, era otro mundo. Yo me acuerdo que iba a la escuela desde la casa de mi abuela, a caballo. En ese tiempo alrededor de la escuela estaban los caballos y sulkys, y estaba naciendo Lincoln. En cada manzana había dos o tres casas”.
Sobre esa ruralidad de antes y la actual, Recalde también expresa sin titubeos su forma de pensar: “Si uno vive en el campo y no puede alimentarse del campo, está en problemas. Hay mucha gente en la ciudad, que muchos fueron alumnos míos, como médicos, que tienen una quinta como la mía. Grandes médicos que hacen sus quintas como las hago yo acá. Cuando te acostumbrás a tu tomate, a tu lechuga, a tu rúcula, a tu acelga, la que comprás es otra cosa. No se justifica que alguien viva en el campo y tenga que ir al pueblo a comprar la verdura, los huevos, la fruta. ¿Para qué vivís entonces en el campo?”.
“La prioridad es que el campo sirva para sostener una alimentación sana y adecuada”, resume Néstor, con quien nos quedaríamos horas hablando pero tenemos que continuar, recorriendo este extraño partido formado por quintas de 26 hectáreas que iban a ser habitadas por soldados que nunca llegaron.
Buenas tardes
Vivo en el campo y me gusta plantar ar boles, flores , hay mucha sequía y eso dificulta el trabajo
Me gustan mucho este tipo de notas tan constructivas.Mw aportan información valiosa que no se me ocurriría buscarla Excelente