“Cuando era chica me quedaba mirando por mucho tiempo a una señora que hilaba sentada en el patio de su casa y sentía que quería hacerlo yo también; hilar me cambió en lo anímico, me relajo, vuela el tiempo”, cuenta María Cañibano. Por su lado, Cintia Hernández dice que siempre tuvo la curiosidad de saber cómo se hacía la lana hilada, que también le resulta relajante y que además ve la posibilidad económica: “Esto me va a cambiar a futuro porque lo veo como un emprendimiento donde se pueden hacer muchísimas cosas”.
Quienes hablan pertenecen a La Red de Mujeres Rurales Hilanderas del centro-oeste bonaerense y trabajan con la majada de la Chacra experimental Bellocq, ubicada en el partido de Carlos Casares en Buenos Aires y perteneciente al Ministerio de Desarrollo Agrario. Estas ovejas tienen el doble propósito de la obtención de carne y lana de buena calidad, es por eso que cuentan con ejemplares de las razas Corriedale, Comarqueña (Texel x Merino x Ile de France) y Merino Dohne.
En la esquila 2022 se obtuvieron fibras de entre 20 y 29 micrones de grosor, lo cual indica que pueden emplearse para la confección de prendas que estén en contacto con la piel. Es aquí donde entran las protagonistas de esta nota.
“Para mí se ha convertido en una especie de hilar-terapia”, resume entre risas Marcela Villarino. “Es una actividad sanadora: los encuentros, aprendizajes, técnicas y experiencias compartidas son un lugar de encuentro para pensar y hacer cosas juntas. Es una tarea solidaria también, sobre todo para nosotras las mujeres”.
“La búsqueda de alternativas comerciales para la lana derivó, entre otras cosas, en la realización de talleres de hilado, a partir de los cuales se gestó la Red, que emplea una pequeña parte de la zafra. La propuesta implica que las hilanderas agreguen valor a esta lana, a la de sus propias majadas o de establecimientos vecinos”, describe la ingeniera agrónoma Carolina Estelrrich, de la Chacra Bellocq. “El proceso es totalmente artesanal e implica las siguientes etapas: cardado, hilado, lavado y teñido” (este último, opcional).
“En los talleres de hilado las participantes expresaban la necesidad y las ganas de que la actividad continuara y les permitiera nuevos aprendizajes, para afianzar la práctica y el vínculo entre pares”, explica la agrónoma Laura Harispe, del INTA Carlos Casares. Destaca que aprovecharon el apoyo de Prolana y Ley Ovina y la convocatoria de proyectos de jóvenes emprendedores y de fortalecimiento del enfoque de género de Fundación ArgenInta, lo cual facilitó el acceso a recursos no reintegrables para la compra de capital semilla y el acompañamiento de las actividades por un año.
“Me sumé a la Red primero porque mi mamá hilaba, porque tengo tres ovejas y guardaba parte de la lana para teñir y bordar con vellón”, describe Graciela Holgado. “Cuando hilo es como que no pienso en otra cosa, me relaja”.
Más allá del hilado en sí mismo, la creación de la Red nació para “contribuir con la problemática que enfrenta la mujer que habita el medio rural”. Al respecto, la ingeniera Mariana Coliqueo, del INTA Pehuajó, describe que durante el tiempo compartido con las mujeres que viven en pequeñas localidades rurales y dispersas en el campo, se relevaron dificultades o situaciones muy concretas que había que atender .
Las principales tienen que ver con que las mujeres están totalmente dedicadas a atender a familia, lo cual no les deja ejercer tareas remuneradas y por lo tanto no tienen independencia económica. ¿Y por qué es importante tener dinero propio si hay un marido que provee para la familia?, puede alguien pensar. La respuesta es simple: porque sin ingreso propio es ese marido quien dispone lo que se hace con ese dinero según sus gustos o pareceres, que muchas veces se encuentran muy pero muy alejados de las necesidades de las mujeres.
A estas circunstancias, a las mujeres se les suma la complicación de estar aisladas, en muchos casos no saber manejar o no poseer vehículo, y no tener lugares de socialización y de encuentro con otras personas para expandir la vida más allá de lo doméstico.
En este sentido, la Red aporta a mejorar la calidad de vida de las mujeres al brindarles capacitaciones vinculadas al agregado de valor de una producción local para que, a futuro, la actividad se transforme en un ingreso económico propio. Además, se propician espacios de encuentro y el intercambio de encuentros -tanto físicos como virtuales- y se visibiliza y valora el trabajo artesanal en vinculación con instituciones, participando de exposiciones y mediante la difusión en medios de comunicación.
“Me sumé porque mi mamá hilaba, pero no aprendí de ella. Mi familia está contenta porque ve que es algo que me hace bien y ahora están esperando que les teja algo”, dice Ana Castro. “A mí me dicen que estamos locas, que es más fácil ir a comprarlo”, cuenta Paola Barragán, “pero justamente lo que queremos es revalorizar lo artesanal. Además, hemos formado un hermoso grupo donde juntas aprendemos a hilar”.
“La Red me cambió para bien: me impulsó a juntarme con mis compañeras, aprender cosas nuevas y reconectar con mis raíces a través del hilado”, detalla Laura Castro. “Todavía ingresos no genero porque estoy practicando y lo que hago es para la familia, pero cuando en un futuro sepa más ahí podré vender. La lana me reconecta con la infancia, con las abuelas que tejían y a muchas mujeres les pasa lo mismo, por eso cada vez más me preguntan sobre el hilado, que cómo lo hago, y a mí me gusta contar sobre todo esto que hacemos en la Red”.