El gráfico que abre esta nota, elaborado por Rosgan (Mercado ganadero de Rosario), muestra la evolución en el consumo histórico de carne en la Argentina. Carne, lo que se dice carne. No solo de carne bovina sino también pollo y cerdo. Si uno lee entre líneas (la barra en azúl), el consumo de carne vacuna “se encuentra en franca caída”, según reconoce este informe.
Las sumas acumuladas entre las tres principales carnes, pese a una retracción de 6 kilos en medio de la crisis económica actual (bajó de 116 kilos per cápita en 2018 a 110 kilos este año), muestra que en los últimos 20 años (salvo por la crisis de 2001/02) el consumo de todas las carnes “no ha variado sustancialmente sino que ha estado fluctuando dentro del rango de los 100 a 115 kilogramos por habitante por año, aunque con cambios en su integración”.
“Durante la primera década analizada, de 2000 a 2009, el consumo de carne vacuna representaba en promedio el 67% del total consumido por los argentinos, mientras que en el segundo período, de 2010 a la actualidad, su participación promedio ha descendido al 52%”.
En los siete primeros meses de 2019, define el informe del Rosgan, la carne vacuna cayó a su mínimo histórico del 42%.
Esto sucede porque “en lo que va del año, el consumo aparente de carne vacuna se ha contraído cerca de un 12% respecto de igual período de 2018, pasando de 58,7 kilos a 51,8 kilos per cápita. Sin embargo, el consumo de los otros dos sustitutos -cerdo y pollo- prácticamente no ha sufrido alteración”.
En la anterior gran crisis, entre 2001 y 2003, el consumo de carne sí “se vio fuertemente restringido en los tres tipos de carne” y recién se recuperó cuando mejoraron los salarios de los argentinos. La gran diferencia es que en aquel momento (y esto lo decimos nosotros) la Argentina tenía prácticamente cerrados todos los mercados para su carne vacuna por la reaparición de fiebre aftosa. Ahora, en cambio, la carne vacuna que no se consume aquí sí puede exportarse. Este año terminaría con embarques por unas 700 mil toneladas.
Un segundo capítulo del trabajo del Rosgan (y un segundo gráfico) compara la situación del consumo de carnes en la Argentina con la de otros países. De allí surge que seguimos siendo, a pesar de la caída y de los cambios en la composición de la canasta cárnica, de los mayores comedores de proteína animal del mundo.
Se pregunta el Rosgan: ¿Es realmente esta baja en el nivel de consumo local consecuencia de la actual pérdida del poder adquisitivo del consumidor o confluyen otros factores que también están afectando la preferencia del consumo?
Y se responde: “Pareciera ser que además de razones coyunturales, existen otras que están influyendo cada vez con mayor fuerza sobre el consumo de carnes rojas en general, representan cambios en las tendencias de consumo que trascienden el ámbito nacional. Se trata de cambios globales que se vienen gestando silenciosamente desde hace tiempo pero que en actualidad han tomado mayor visibilidad”.
Entre los factores que alimentan ese cambio cita el auge de vegetarianos y veganos, los desarrollos en materia de carne artificial, las tendencias impuestas por las nuevas generaciones de consumidores, e incluso un cambio en la dieta del propio consumidor tradicional de carnes.