Miguel Taverna es actualmente el coordinador de todos los programas nacionales que tiene el INTA referidos a la producción lechera. A que llegara hasta esa posición estratégica colaboró seguramente una decisión que tomó varios años atrás, cuando era investigador en la Estación Experimental de Rafaela, en Santa Fe: la de armar allí un tambo robot modelo para analizar si era factible incorporar esa innovación que venía de Europa para ser utilizada en la lechería argentina. Hoy, dada la creciente difusión que están teniendo estas máquinas ordeñadoras, nos damos cuenta que la apuesta valía la pena.
Taverna, nacido en San Carlos, provincia de Santa Fe, es ingeniero agrónomo recibido en la Facultad de Esperanza, y por lo tanto formado en plena cuenca lechera. Siempre estuvo vinculado con este sector. Ya en 2013, como parte del INTA, comenzó a desarrollar el proyecto para traer a la Argentina el primer robot de ordeñe, aunque recién en agosto de 2015 pudieron comenzar a hacer efectivo ese sueño.
“Es un proyecto que tiene un enfoque sistémico. Quisimos evaluar el impacto a nivel de un sistema de producción lechero de la incorporación de tecnología innovadora. El robot era una de esas tecnologías, pero después está el otro conjunto de tecnologías, que se llaman tecnologías de precisión, que son sensores para la detección de celo, para la detección de enfermedades, etcétera”, recuerda ahora, varios años después de aquella decisión.
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“La idea del proyecto básicamente era desafiarnos y decir ‘bueno, esta tecnología tiene un costo, en algunos casos importante’. La primera pregunta que surgía de cualquier productor y profesional era ‘che, bueno, está bien esto, es espectacular, pero se paga en cuánto”, recuerda Taverna a casi diez años del inicio de su programa.
-¿Por eso la idea era medir todo funcionando?
-Exactamente. Y medimos el sistema en todo lo que es el componente productivo económico, el componente ambiental y el componente social. O sea, medimos toda una serie de indicadores y nos pusimos metas muy objetivas. Y bueno, hay a seis años de comenzar con las mediciones la conclusión es que que el proyecto cumplió las metas, y que en algunos casos las superó. Se aprendió mucho de algo que nadie conocía y se formó a mucha gente en el funcionamiento y lo que es el mantenimiento de todo ese sistema, que necesita capacidades específicas. Ahora que esto está en marcha (se refiere a que ya hay un par de cientos de robots trabajando en tambos privados) ya hay varios lugares donde el productor puede recurrir.
-Pero fue el INTA el que empezó primero en 2013.
-En aquel momento también nos planteábamos la necesidad de que el INTA tuviera una visión anticipatoria, que nosotros asumiéramos el riesgo de decir si la robotización era buena para la lechería. Hoy existen alrededor de 200 tambos que tienen robot. Yo te diría que la mayor parte de los productores y de los profesionales que están hoy vinculados a esta actividad, independientemente de la marca, nos han visitado alguna vez en Rafaela, una o dos veces.
-¿Qué anécdota te quedó?
-Una de un productor que es de ahí, de la zona de Rafaela. El tipo vino la primera vez, vino para ver cómo era esto de que la vaca se movía sola y que había un brazo robótico que le colocaba las pezoneras. No lo podía creer. Me dijo que no podía ser, que no y no. A partir de ahí, él venía con su mujer. Nosotros pusimos al lado del robot una tribuna para que la gente esté sentada. El tipo venía siempre y se sentaba ahí con la señora y miraba el funcionamiento. O sea, un enamorado del tambo y de las vacas. Hoy es uno de los referentes de esta tecnología, está a 1 kilómetros al norte de Rafaela y está muy contento con todo. Por eso digo, qué bueno que desde el INTA se cumplió ese rol.
-Esta de los robots es una tecnología que ustedes ayudaron a introducir y no se equivocaron. Pero a la vez esa tecnología reemplaza mano de obra en el tambo tradicional. ¿Qué pensás sobre eso?
-En realidad el robot es lo menos importante, porque en realidad es un brazo robótico que identifica y coloca la pezonera y reemplaza un trabajo rutinario. Pero lo más importante es toda la tecnología de sensores y todo lo que te brinda esa tecnología en términos de gestión, en términos anticipatorio, sea porque identifica una vaca que está enferma o que tiene mastitis. Todo eso un sensor te lo detecta cuatro o cinco días antes, lo cual significa que vos podés hacer un tratamiento mucho más anticipadamente y las probabilidades de éxito son mucho más altas. Eso repercute en el menor uso de antibióticos, lo cual hoy por hoy es fundamental. O sea que el sistema te permite hacer una gestión mucho más eficiente y efectiva de todos los recursos que vos tenés a disposición.
-¿Entonces?
-Yo siempre le digo al productor que no se queden con lo del brazo robotizado y miren todo el resto del sistema. Por ejemplo, que un sensor te diga cuando una vaca está en celo. Y que además ese sensor envíe datos a una computadora y te de un gráfico que vos puedas entender. Por ejemplo, dentro de la ventana de inseminación tenés una hora, que es crítica, para que la vaca quede preñada en un 90% versus si la disemina dos horas después te cae un 50%. Eso es extraordinario. Hoy hay un tercio de los productores que ya están lanzados y están incorporando toda esta tecnología y están viendo cómo crecer, modificar procesos, darle bienestar a los animales.
-Pero también hay muchos productores que no pueden incorporar esta tecnología…
-También, es cierto, hay un grupo de productores que por cuestiones de escala o por cuestiones de mentalidad o por cuestión, inclusive a veces, de falta de continuidad, porque los hijos no se quieren dedicar al tambo, están en un problema. Indudablemente que ese es un desafío de la cadena, cómo conservar la mayor cantidad de la mayor cantidad de esos productores. Que muchas veces uno los identifica bajo el concepto de “vulnerables”. Yo creo que la tecnología ahí puede cumplir un rol, pero hay otros aspectos que también estamos trabajando y se están viendo. Hay productores que se están agrupando. Hay alternativas. Lógicamente que todo eso requiere una apertura, confianza y financiamiento.
-¿Lo lindo de tu trabajo fue demostrar que en todo caso hay tecnologías para hacer los tambos viables más allá de su tamaño?
-Totalmente sí. Esta es una tecnología que se empezó a utilizar fundamentalmente en Europa. En Europa se ordeña familiarmente, el productor con su mujer y con su hijo. En un momento dijeron ‘basta, si no me dan alguna alternativa, yo no puedo seguir’. Por eso la adopción de estas tecnologías sucedieron en Europa. Por otra parte, tenían que brindarles tecnologías que pudieran desafiar a los jóvenes para que desde un teléfono pudieran comenzar a manejar un tambo. Si no explicame cómo ahora vas y le decís a los chicos: ‘Che, tenés que laburar 365 días llueva o no llueva’.