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Mientras intenta hacer crecer el campo familiar al sur de Maquinchao, Maximiliano Hadad realiza un diagnóstico brutal sobre la producción ovina: Como la fruticultura, enfrenta un “fuerte decaimiento”

Leticia Zavala Rubio por Leticia Zavala Rubio
4 septiembre, 2025

Maximiliano Hadad se crio hasta los 6 años en el campo familiar, ubicado a 140 kilómetros al sureste de la localidad de Maquinchao, en plena meseta de Somuncurá, “donde el viento se siente, al igual que el frío (-25° en invierno) y las precipitaciones son escasa (150 milímetros promedio)”, señala. Su padre fue quien inició la actividad hace aproximadamente 50 años, siempre destinada a la producción ovina.

Hoy con 26.000 hectáreas de producción ovina Merino Multipropósito (MPM), proyecta incluir paulatinamente ganado bovino con el objetivo de diversificar y aprovechar el pastizal.

“A pesar de la distancia, siempre mantuve vinculación con el campo, intentando colaborar en las distintas labores culturales (esquila, señalada, descole). Luego de realizar mis estudios de grado (es licenciado en administración de Negocios Agropecuarios) y posgrado (magister en Economía Agraria), me empecé a vincular con mayor frecuencia, y hacia fines de 2017 me tocó hacerme cargo del establecimiento”, relata.

Recuerda que “al principio fue de manera complementaria con otros trabajos, hasta que en 2023 tomé la decisión de dejar mi función pública en el entonces Ministerio de Producción de Neuquén y dedicarme 100% al campo, priorizando esta actividad y el modo de vida junto a mi familia, ya que tengo tres hijas”.

La decisión de volver al campo “está basada en tratar de dar un granito de arena a la producción agropecuaria, que sigue siendo el principal sustento económico de la región. Actualmente estamos en un proceso de inversión vinculada a la infraestructura básica (captación, distribución y almacenamiento de agua y la división de los cuadros), que nos permita ir mejorando el manejo de la hacienda”, indica.

Claro que invertir en el campo no es fácil y se necesita de financiamiento, que Maxi supo gestionar a medida. “Se recurrió a organismos públicos provinciales y nacionales y también comenzamos a implementar el programa de carbono POA (Ruuts, Ovis 21 y Native)”, relata.

Sobre la realidad del sector, y recurriendo a su experiencia, analiza que “las principales economías regionales históricas en Patagonia están en fuerte decaimiento. La producción ganadera, históricamente ovina en la estepa, está siguiendo los mismos pasos que la fruticultura en el valle de Río Negro y Neuquén”.

Crisis y reconversión: Entre 2010 y 2020, la superficie con actividad hidrocarburífera en el Alto Valle creció 178%, mientras que la frutícola se redujo 25%

“Se pueden ver claras asimetrías en la pérdida de productores. En fruticultura en los últimos 25 años hemos pasado de más de 3000 productores a menos de 1000, mientras que el desplazamiento en productores ovinos ha sido de más de 3000 en los últimos 20 años”, compara.

Otro indicador sobre el que se para “es la superficie destinada a ambas producciones, donde en la fruticultura es visualmente notaria, donde las chacras se fueron reconvirtiendo a loteos, producciones intensivas (forraje, granos, horticultura) o espacios destinados a la producción de gas y petróleo; mientras que el área destinada a producción ovina se estima que ha disminuido entre un 30 a un 50%, aunque no tenemos datos oficiales”, indica.

“La gran diferencia en este último aspecto entre la fruticultura y la ganadería ovina es que la superficie bajo riego ha encontrado otros usos, vinculados a producciones más rentables e intensivas o, en el peor de los casos para el ambiente, otras actividades no vinculadas a la producción primaria (gas, petróleo, loteos); mientras que la superficie ganadera no se ha reconvertido, implicando un fuerte abandono de grandes extensiones y la migración de las familias rurales a los centros urbanos”, asegura.

“Según datos de los Censos Agropecuarios y Senasa, la pérdida de stock ovino en Patagonia (Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego), fue de 38% entre 2008 y 2023, lo que implica más de 4,2 millones de cabezas ovinas menos en este lapso de 15 años”, afirma el especialista productor.

Su análisis va más allá. Profundiza que “el impacto en el territorio provocado por esta situación tiene implicancias en aspectos sociales, económicos y ambientales; ya que disminuye las fuentes de trabajo en el medio rural (no sólo de las familias productoras sino de temporarios y empresas proveedoras como comparsas de esquila, proveedores de insumos, etcétera), lo que aumenta la desocupación en parajes y centros urbanos cercanos, disminuye el aporte del sector al Producto Bruto Geográfico, y principalmente, profundiza el avance de la desertificación de la estepa patagónica”.

En este sentido, asegura que “hay un claro consenso entre distintos actores e instituciones científicas, que indican que aproximadamente el 90% de la superficie de la Patagonia presenta algún síntoma de desertificación, y más de la mitad presentaría niveles de degradación graves a muy graves”.

Convencido de que podía combatir la desertificación en la Patagonia, Pablo Borrelli terminó fundando un movimiento de producción regenerativa que excedió la frontera argentina

En cuanto a las razones del abandono de la actividad ovina en la Patagonia, remarca que “seguramente las razones sean diversas y particulares de cada caso. Pero hay variables que afectan de manera significativa como el avance de los depredadores (y su falta de control), el bajo recambio generacional, falta de acceso al crédito para infraestructura básica productiva, la elección por vivir en las ciudades”.

“Sin embargo, hay una variable que es transversal y definitiva que es la pérdida de rentabilidad del sector. Hoy los resultados económicos son negativos en la gran mayoría de los campos, sin discriminar tamaño o escala productiva”, remarca.

En este contexto general, aclara, “hay campos de buena productividad primaria, por ahora sin grandes pérdidas por depredadores, abundantes fuentes de agua, etcétera, pero la gran mayoría de los campos de meseta, con bajo o nulo superficie de mallines, atraviesa una grave situación económica, que termina provocando disminución de las actividades, de los recursos destinados, del stock y finalmente el abandono del lugar”.

En cuanto a las variables que afectan a la rentabilidad, Maxi asegura que “podemos identificar cuatro grandes aspectos o grupos que afectan los resultados económicos en la producción ovina”. Por un lado, la carga decreciente por la desertificación provocada principalmente por un manejo tradicional como el pastoreo continuo, y potenciado por el aumento exponencial de la población de guanacos; por otro lado, los bajos indicadores productivos como porcentaje de señalada, destete y mortandad.

Otra variable de gran relevancia es la baja facturación por oveja, dado que la mayoría son sistemas especializados solo en lana o solo en carne, las deficiencias nutricionales en momentos claves y el aumento de los predadores; así como el monocultivo ovino, y la gran dependencia de ingresos por lana (más aún en el contexto internacional que está sufriendo este producto).

“A esto hay que sumar variables estructurales como la falta de infraestructura productiva, principalmente vinculada al aprovechamiento del recurso agua, y la disminución de las precipitaciones en los últimos 20 años”, añade.

Ante estas realidades, Maxi se interroga igual cuáles son las alternativas para mejorar los resultados económicos. “Como en la economía, no creo que haya una receta ni una única alternativa. Si entiendo que hay muchas herramientas que están probadas y funcionan, además que son coherentes con las tendencias y demandas de consumo a nivel mundial”.

Para el especialista, la planificación de pastoreo es una herramienta inicial y básica. “Entiendo debería ser el punto de partida para cualquier productor. Entender cómo funciona el ecosistema, qué es lo que necesita el suelo y los pastizales, y planificar los movimientos de ganado para mitigar la degradación e incluso regenerar el ambiente. Esto no implica disminuir la cantidad de animales, por el contrario, aumentar e incluso incorporar nuevos herbívoros como el vacuno. Cuidar los mallines y rehabilitarlos, también tendría un gran impacto en la oferta forrajera”, reflexiona.

“Respecto a la facturación por oveja, hay que buscar genética adecuada para el campo, que no se enfoque sólo en lana o carne. Más allá de los gustos sobre alguna que otra raza, hoy está al alcance la posibilidad de tener buenas finuras con buenos indicadores productivos (señalada, fertilidad, crecimiento de corderos). Vinculado a ellos, hay prácticas difundidas por distintas instituciones como es el manejo nutricional por objetivos de condición corporal y los perros protectores de ganado”, subraya.

En un eslabón más adelante en la cadena, dice que “debemos pensar en las certificaciones tanto en bienestar animal como orgánicas o regenerativas, que es lo que demanda el mercado, y en la última temporada incluso la única lana que tenía oferta por las laneras”.

Por último, de manera transversal, recomienda aprovechar las oportunidades del mercado voluntario de carbono, que permite valorizar los servicios ambientales relacionados a la regeneración de los pastizales naturales.

Actualmente existe un programa de carbono en Patagonia validado por Verra (POA), que permite a los productores recibir fondos para realizar las obras de infraestructura necesarias, y además modificar el modelo del negocio, logrando no sólo obtener recursos por la venta de lana y carne, sino también por créditos de carbono, que “incluso duplican o triplican los ingresos vinculados a la producción”, señala Hadad.

Etiquetas: maquinchaomaximiliano hadadmerino multipropositomeseta patagónicaOvejasovinosovis 21patagoniapérdida de productoresproducción ovinario negro
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