AgroLeaks, por Alejandra Groba.-
Cerca del glaciar Perito Moreno, Pablo Morresi está probando hacer melones. No porque sea un loco lindo, sino porque es agrónomo. Radicalmente: toda cosa viva que llega a sus manos y no es animal, la planta. Y si bien por ahora lo de los melones es más bien un experimento por gusto, no habría que tomar en broma a alguien que, en un lugar con inviernos de 15°C bajo cero, saca tres veces más frutillas por metro cuadrado que lo normal.
Morresi pisa los 30, se crió en Bariloche y se recrió en Concepción del Uruguay. Hace menos de tres años, recién recibido, se instaló en Calafate y armó Las Moras, que hoy es el principal proveedor de frutas finas y hortalizas gourmet de la zona. Los socios capitalistas fueron su padre, agente de turismo, y los dueños de uno de los restaurantes más tradicionales de Calafate, La Tablita. Él sería el CEO, o mejor, el que pone el lomo, el conocimiento y el tesón.
El proyecto partió de una necesidad insatisfecha. Los restaurantes selectos de la ciudad, que atienden a muchos turistas potentados, comparten el problema del abastecimiento. Para poner un plato en la carta, la continuidad se les hace más importante que el precio.
Morresi se propuso atender esa demanda, sobre todo con el mayor problema, las hortalizas. Hoy les vende lechugas de todos los colores y formas, rúcula, espinaca bebé, hakusai, pack choy, tomates raros, canónigos y otros toda la temporada, que allí empieza a tener fuerza en octubre/noviembre. También produce frutillas, frambuesas, cerezas, grosellas, moras, cassis, sauco, corinto, zarzamora, ciruelas, rosa mosqueta, ruibarbo y hasta flores comestibles. Y aromáticas: mostaza roja, ciboullete, albahaca, romero, tomillo, orégano, salvia, curry, cilantro y eneldo. A diferencia de las verduras, las frutas se las compran principalmente los habitantes de la ciudad, algunos para producir dulce.
A la legua se nota que a Morresi le gusta mucho lo que hace. Anda todos los días por esa hectárea que es la chacra, siempre con ropa de trabajo, si no es haciendo plantines es inspeccionando si hay babosas o si se tapó el riego por goteo, calculando el momento exacto de la siembra en función de cuándo precisa cosechar, viendo las podas, evaluando el compost para ir mejorando el suelo, arreglando tutores, comprando o reparando lo que se rompe, calculando los precios, y así. Entre varios que viven del turismo y se ganan el mango más fácil, su actitud provoca entre admiración y respeto.
Aprovechar al máximo lo que natura parece uno de sus lemas. El problema en esa latitud es el frío extremo y las escasas horas de luz del invierno, que hace que una planta que tarda seis meses en desarrollarse en el centro del país, allá requiera ocho. Pero el frío permite sembrar con mayor densidad. Y, a medida que llega el verano, las horas de luz pasan a ser la gran mayoría y la fotosíntesis festeja. De allí, en gran medida, los 3,5 kilos de frutillas por metro cuadrado que obtuvo la cosecha pasada en su vivero.
Así como en el resto del país, la frutilla es la fruta fina más requerida. La variedad que Morresi puso bajo cubierta es refloreciente, por lo que da dos cosechas anuales. La temporada pasada le dio 3.500 kilos. Pero entre una y otra cosecha, se quedaba cerca de un mes clave sin producción. Lo resolvió poniendo unas hileras de otra variedad de una sola floración a la intemperie, que calibró para que genere unos 500 kilos justo en el medio, con lo que no se queda sin frutillas ni un día de la temporada.
Si bien no es fanático, evita los agroquímicos todo lo posible. Por ejemplo, al pulgón, quizá su mayor enemigo, si se pasa del umbral tolerable le abre el techo del vivero una noche de helada y deja que la naturaleza se encargue. “No me interesa certificar como orgánico, es muy caro y complejo, y mis clientes no me lo van a pagar. Si las cosas se complican, sé que puedo acudir a un plaguicida y manejar los períodos de carencia”, dice.
Hace unos meses abrió la chacra al público, con la idea de convertirla en una atracción turística y vender también dulces y frutas con su marca. Está a un par de cuadras de la reserva de aves Laguna Nimez, en la llamada zona de Chacras, porque allí cultivaban los primeros pobladores, muchos de ellos croatas, cuando Calafate era un punto de acopio de lana de las estancias camino al puerto de Río Gallegos. Por entonces, se producía sobre todo papa y cebolla.