Nota de opinión redactada por el licenciado Mariano Lattari, biólogo recibido en la Facultad de ciencias naturales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Como cada 5 de Junio desde su establecimiento en 1972 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se celebra este viernes el Día Mundial del Ambiente. Sin embargo, no fue hasta 1974 que se dio inicio a la conmemoración mundial con el lema “Solo una Tierra”. A diferencia de otras efemérides vinculadas con la temática ambiental, el “Día del Ambiente” es el instrumento por el cual la Organización de las Naciones Unidas (ONU) intenta sensibilizar a la población mundial en relación a temas ambientales, fomentando la cooperación e intensificando la atención y la acción política con el fin de motivar y favorecer un cambio de actitud en las personas para generar un vínculo más amigable con nuestro planeta, lo cual resulta prioritario ya que la integridad y las funciones de los ecosistemas están seriamente comprometidos.
Así lo demuestran datos preocupantes, como aquellos que evidencian que de cada 14 hábitats terrestres, 10 han experimentado un descenso en la productividad de la vegetación y algo menos de la mitad de las ecorregiones terrestres se clasifican como regiones en situación desfavorable de conservación. Por lo tanto, a fin de contrarrestar la situación explicitada, el Día Mundial del Ambiente es, sobre todo, una plataforma mundial para inspirar un cambio positivo, y se basa en el precepto de que un cambio global requiere de una comunidad global comprometida.
La conmemoración cuenta con un país anfitrión (este año le corresponde a Colombia con el apoyo de Alemania) y se establece un tema, siendo el de este año “La hora de la naturaleza” en el cual se destaca el rol crucial que tiene la Biodiversidad (definida como la amplia variedad de seres vivos sobre la Tierra y los patrones naturales que esta conforma) en nuestras vidas. Ante los hechos de público conocimiento a causa de la pandemia por COVID-19, tiene una significancia especial al quedar en evidencia que el impacto antrópico negativo sobre los ecosistemas termina por perjudicar la salud no sólo del ambiente sino de las personas. No caben dudas que la naturaleza nos está enviando un mensaje: para cuidar de nosotros mismos, primero debemos cuidar de ella.
Retomando la significancia del aniversario, la pandemia a causa de la enfermedad zoonótica provocada por el virus conocido como SARS-CoV-2 le otorga un énfasis especial al tema que se conmemora, ya que nos permite reflexionar sobre la importancia que tiene la biodiversidad en nuestras vidas, ya que cuanto más biodiverso es un ecosistema, más difícil es que un patógeno se propague rápidamente.
De las principales causas que provocan la degradación de los ecosistemas y amenazan la biodiversidad podemos destacar las actividades productivas insostenibles y contaminantes, la sobreexplotación de los recursos naturales y el comercio/caza ilegal de especies silvestres. Esto último predispone la transmisión de enfermedades desde las especies silvestres hacia las especies domesticas e incluso al ser humano. Asimismo, es preocupante el acelerado ritmo en la extinción de especies (más de un 20 % en el último siglo), la retracción poblacional de especies benéficas (como los polinizadores) y la consiguiente disminución de los recursos genéticos, lo cual plantea una amenaza para la resiliencia de los ecosistemas, incluidos los sistemas agropecuarios, jaqueando la seguridad alimentaria global.
Es importante destacar que la pérdida de diversidad biológica es también una cuestión de equidad, que afecta de manera desproporcionada a las personas más pobres, ya que los medios de subsistencia del 70% de las personas que viven en situación de pobreza dependen directamente de los recursos naturales. Por lo tanto, de mantenerse el ritmo actual de disminución y degradación ambiental, las generaciones futuras se verán privadas de los beneficios que les brinda la biodiversidad, particularmente en lo que respecta a la salud y la provisión de alimentos.
Por lo expuesto, cabe mencionar que las sociedades saludables serán aquellas que cuenten con ecosistemas sanos y biodiversos, a fin de que puedan proporcionar bienes y servicios ambientales que contribuyen al bienestar social, tales como la provisión de agua dulce, aire limpio, la posibilidad de desarrollar productos farmacológicos y medicamentos, la creación y mantenimiento de suelos sanos, la provisión de recursos genéticos, la seguridad alimentaria y nutricional, la regulación de plagas y enfermedades, la polinización, la regulación climática y la mitigación de los impactos por eventos climáticos extremos como las inundaciones. Por lo tanto, conservar y utilizar sosteniblemente la biodiversidad es una forma de preservar la estabilidad de los ecosistemas de los cuales obtenemos los servicios esenciales para el desarrollo humano.
Por otra parte, a pesar de la difícil coyuntura en la cual nos encontramos, la situación nos brinda la oportunidad de valorizar la importancia que tienen los sistemas productivos sustentables (tales como la producción orgánica, biodinámica, agroecológica, entre otros modelos productivos), los cuales no sólo nos proveen de bienes y servicios agropecuarios cuidando el ambiente sino que también permiten valorizar aspectos socioeconómicos y culturales en las diversas economías regionales de nuestro país, favoreciendo su desarrollo y la obtención del “agregado de valor en origen”, tan preciado a nivel nacional e internacional.
En definitiva, la “post-pandemia” requerirá impulsar imperiosamente un modelo productivo que permita ratificar fehacientemente que sociedad, economía y biodiversidad no son mutuamente excluyentes sino que pueden beneficiarse mutuamente, tal como lo evidencia la generación de más de la mitad del PIB mundial, el cual depende en mayor o menor medida de la naturaleza.
En lo que respecta a salud pública, si nos preguntamos ¿Por qué es importante una gestión sustentable de la biodiversidad evitando su degradación? la respuesta es muy simple: porque al hacerlo nos estaríamos protegiendo de futuros brotes zoonóticos como el que actualmente tiene en vilo a la población mundial a causa de la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2.
Es por ello que resulta fundamental mitigar el impacto de las actividades humanas en el ambiente, para lo cual se requieren esfuerzos de colaboración multisectoriales, transdisciplinarios e internacionales, tal como lo establece el enfoque “Una Salud”, el cual ha sido promovido a nivel global por numerosas organizaciones tales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE, por sus siglas en francés) entre otras.
A lo largo de la última década, el enfoque “One Health” (Una Salud) ha puesto el foco en la inocuidad de los alimentos, el control de las enfermedades zoonóticas (enfermedades transmisibles entre animales y humanos) y la lucha contra la resistencia a los antibióticos (cuando las bacterias, tras estar expuestas a antibióticos, se vuelven más difíciles de combatir), reconociendo que la salud humana está estrechamente vinculada a la salud ambiental y la de otros animales.
Asimismo, es importante destacar que el próximo año se dará inicio a la Década de las Naciones Unidas sobre la Restauración de Ecosistemas (2021-2030), una iniciativa para ampliar masivamente la recuperación de ecosistemas degradados y destruidos como parte del combate a la crisis climática y los esfuerzos en favor de la seguridad alimentaria, el suministro de agua y la biodiversidad.
Por último y en correspondencia con lo mencionado, es mi mayor deseo que este Día Mundial del Ambiente no sea uno más sino que pueda constituir un punto de inflexión en nuestra relación con la naturaleza. Una relación que debe ser solidaria a fin de unificar desarrollo y prosperidad tanto humano como ambiental, ya que sin lugar a dudas la salud y el bienestar del ambiente se encuentran estrechamente vinculados con la salud y el bienestar de las personas.