En lo que respecta a cantidades producidas, la acuicultura argentina prácticamente no entra en los radares mundiales. Pero no por eso somos menos importantes. Hay que remontarse a varias décadas atrás, cuando llegaron misiones desde Japón a nuestras tierras, para entender el verdadero valor que tiene la producción que se concentra en Río Negro y Neuquén.
Y qué mejor que hacerlo con uno de los testigos y partícipes de ese proceso, Pablo Núñez, quien recibió a Bichos de Campo a orillas del embalse Alicurá para contar sobre la pasión que gestó en sus 40 años de trayectoria.
Pablo es el director técnico de producción de Truchas Alicurá, una de las tres grandes empresas que lideran en la región, y a la vez oficia como consultor en otros establecimientos. Se puede decir que a él “no se la contaron”, porque cuando ese embalse era aún un río, antes del año 84, ya trabajaba en el sector. Así es como vio convertirse un proyecto que inicialmente sólo proveería electricidad en el primer epicentro de la producción local de salmónidos. La actividad luego se expandiría a otras represas.
“A diferencia de otros países, tenemos un ambiente que está certificado como libre de enfermedades reportables. Tenemos una ventaja única que tenemos que cuidar”, explicó el especialista. En eso mucho tuvieron que ver los japoneses que llegaron a Neuquén y establecieron las bases del desarrollo acuícola de la Patagonia.
Aquel proyecto fue liderado por la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional, un organismo gubernamental que terminó siendo clave para que en Argentina se desarrollara un tipo de producción distinta, con una genética propia y un alimento muy codiciado en el mundo. En ese proceso participó Pablo, que venía de formarse en Venecia e hizo una especialización en Hokkaidō, una isla del norte de Japón.
Lo que los japoneses querían era que hubiera una producción de truchas y salmónidos con un valor diferencial al del resto del mundo: Con trazabilidad, libre de antibióticos y orgánica. Así llegamos a la línea San Pedro, una variedad de la trucha arcoíris que producen las empresas de la zona, con un estatus sanitario envidiable y sin aditivos.
Esa ventaja comparativa es la que permitió a los argentinos introducirce en el mercado mundial con un valor agregado. Mientras en otros países se aplican antibióticos de forma preventiva -lo que Pablo considera ”un disparate”- los productores de Neuquén y Río Negro pueden ofrecer alimento natural. De hecho, la empresa Truchas Alicurá fue la primera en lanzarse a la exportación hacia Estados Unidos, hace más de 20 años.
“El gran desafío que tiene el país es poder mantener este estatus sanitario y evitar las importaciones que aún hoy se siguen haciendo”, aseguró el consultor, que por eso insiste en que nuestro baluarte está más en la calidad que en la cantidad de peces criados. Más allá del tamaño de las empresas, asegura, sería un error lanzarse a la producción en masa, porque pondría en riesgo nuestra ventaja comparativa.
Lo que se juega sobre todo es lo que se conoce como “capacidad de carga”, es decir, cuánto alevino para engordar soporta el ambiente. El índice está determinado por ciertos parámetros, como los aportes de fósforo y nitrógeno de la producción y la cantidad de alimento no consumido. En nuestro caso, asegura Núñez, es bastante bajo, y eso eleva el riesgo de incrementar el tamaño de las producciones. Es decir que, más allá de que el interés está en mantener la calidad y el estatus sanitario, estamos produciendo hasta donde da el ambiente.
Mirá la entrevista completa con Pablo Núñez:
Incluso, hoy se tiene mucha más conciencia que antes. En el año 86, casi en paralelo al crecimiento de la actividad, la legislación provincial determinó que toda la cría intensiva de peces debía hacerse en lagos artificiales. Eso resignificó la importancia que tuvo el embalse Alicurá para la región.
Así como el marco regulatorio permitió llegar a donde estamos hoy, Pablo insiste en que siga habiendo políticas públicas que pongan orden a la actividad. En algún punto, para una producción que tiene a un puñado de empresas muy grandes y a muchísimos pequeños y medianos productores, la solidaridad mutua, y el compromiso con el medioambiente, es vital.
“El gran desafío es mantener la calidad y el estatus sanitario, que es lo que nos diferencia al resto”, afirmó el técnico, que insiste en que las producciones sanas y limpias son el sello de la acuicultura argentina y espera que esa tradición que vio nacer hace 40 años se mantenga en la región.