Hace rato que se viene pensando en una salida para el combate de las malezas en la agricultura extensiva. La tarea de controlar las plantas que compiten contra los cultivos se ha tornado muy costosa ante el avance de los yuyos que se resisten -cada vez más y de forma natural- al químico que se usa en su contra. Además existen numerosos cuestionamientos sociales ante la alta carga de agroquímicos a la que se someten los sistemas agrícolas actuales.
El portal sobre tecnología y ciencia OneZero recopiló dos historias de éxito en cuanto a la fabricación de robots que sirvan para librar de malezas los lotes sin recurrir a costos muy elevados. Estos ejemplos parecen ser una punta de lanza en lo respecta a otros proyectos que puedan surgir pensando en la eliminación de malezas de forma mecánica y con tecnología de visión artificial. Uno de los casos proviene de Estados Unidos y el otro desde Inglaterra.
Clint Brauer, cofundador de Greenfield Robotics, creció en la granja con sus padres en Cheney, Kansas. De adolescente se fue a la gran ciudad y se volcó de lleno en el mundo tecnológico y digital. Años más tarde volvió al campo con un propósito bien claro: demostrar que se podía producir granos a gran escala sin agroquímicos.
A Brauer le interesaba la idea de lograrlo bajo siembra directa, porque conocía los beneficios de esto sobre el suelo, los microorganismos, la fertilidad y sustentabilidad de los recursos. A diferencia de la Argentina, en Estados Unidos solo el 12% del total cultivado con cultivos extensivos se hace bajo directa, sin labrar la tierra.
Pero ahí Brauer se encontró con un problema, que era la dificultad para eliminar las malezas sin roturar el suelo y la dependencia a productos químicos que la siembra directa traía. Así que sin estos, y con lo costoso y físicamente duro que sería controlarlas a mano con una asada o lo que sea, pensó que la solución vendría sin duda de la mano de la robótica.
Experimentó cortar en una superficie repetidamente al yuyo colorado. La maleza más complicada y diseminada hoy en día, que ya ha demostrado numerosas resistencias a los herbicidas y que una vez que gana altura y logra semillar, se reproduce de a medio millón de semillas diminutas. Logró resultados exitosos y a lo largo de los años notó que desaparecía en buena medida.
Brauer contactó a un amigo, Steven Gentner, fundador de RoboRealm, una compañía de software de visión artificial. A diferencia de las soluciones complejas que buscaban diversas industrias, este grupo enseña a los robots a identificar las hileras y discernir entre cultivo o maleza. No parecía demasiado dificultoso.
Gentner afirmó lo que su amigo pensaba cuando lo llamó: que veía a la producción agrícola a gran escala muy adecuada para la introducción de los robots debido a que está hípercontrolada, con hileras y distanciamientos que se mantienen durante muchas de hectáreas a la misma distancia.
Ver Andrés Méndez: “El mundo va hacia una robotización, para diferenciar planta por planta”
Gentner comenzó primero con un cortacésped a control remoto, donde el operario caminaba detrás de él como un conductor de autos de carrera de juguete. Luego, al modelo de segunda generación le agregó la función de visión artificial y sacó al operador del campo.
De este modo, el robot se movía solo con baterías e identificando al cultivo para no cortarlo y derribar solo a la maleza. Todo monitoreado con computación a bordo y GPS cinemático en tiempo real para seguir a los robots desde cualquier dispositivo y ver que todo vaya con normalidad.
https://youtu.be/G_JyzgXNf2g
En Inglaterra surgieron otro tipo de robots con el mismo propósito. Allí, por razones de espacio, tienen más cerca las prohibiciones de agroquímicos. En toda Europa la lista de prohibidos es grande, lo que hace a la robótica todavía más atractiva.
Tom Jewers es un granjero del condado de Suffolk y miembro de Small Robot Company. También vio que la roturación permanente de los suelos no era sustentable en el sistema agrícola. Por eso desarrolló esta startup de robótica agrícola que fabrica dispositivos que eliminan de forma eléctrica a las malezas.
A diferencia del robot desarrollado por Greenfield Robotics, este se centra en la tecnología fotográfica y escaneo avanzado: mira mejor de lo que el ojo humano puede ver. Dick, como se llama el robot, tiene el tamaño de un automóvil pequeño y se mueve con instrucciones preelaboradas (mapeo) por el campo. Va a ritmo de una caminata humana, identificando las malezas y enviando un rápido pulso eléctrico sobre cada plántula.
En cuanto a los precios de los equipos, Brauer se basó para fabricar su robot en que no cueste más de lo que representa el gasto por herbicidas hoy en Estados Unidos, que en promedio se calcula en 75 dólares por hectárea y en algunos casos puede alcanzar hasta 150 dólares. En la Argentina los costos no están muy por debajo de eso.
Habrá que seguir de cerca estas innovaciones que vienen del norte, ya que podrían hasta fabricarse modelos similares en el país, con la ciencia y técnica local. Sería una solución que propone cerrar grietas y debates sobre el sistema agrícola actual.