Los castores obtuvieron el rótulo de plaga en la región patagónica del país, ya que tanto la biodiversidad local como las actividades productivas que allí se realizan corren peligro. Se estima que hay 100.000 ejemplares dispersos y se calcula que solamente en el bosque fueguino hay inundados 40 kilómetros cuadrados –lo que equivale a todo el partido de Tres de Febrero en la provincia de Buenos Aires- por la destrucción de bosques que realizan estos animales.
Investigadores de INTA y Conicet trabajan desde hace más de una década en estudios que buscan determinar la mejor forma de erradicarlos para evitar su propagación en el continente. Recientemente se evaluaron las distintas técnicas de trampeo para aumentar su eficacia. Del proyecto participaron también investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, el Instituto de Ciencias Polares, Ambiente y Recursos Naturales de Universidad Nacional de Tierra del Fuego, la Dirección General de Áreas Protegidas y Biodiversidad de Ushuaia, Tierra del Fuego, y la Wildlife Conservation Society.
Los castores son roedores herbívoros que se alimentan principalmente de la corteza de los árboles. No son autóctonos sino que fueron introducidos en 1946 a Tierra del Fuego –en donde siguen viviendo hasta el momento- para desarrollar una industria peletera que luego no prosperó. Dado que no tienen un predador natural, se reprodujeron sin control. Pueden llegar a medir un metro de largo y a pesar entre 25 y 30 kilogramos. Viven en madrigueras protegidas por embalses que ellos mismos construyen.
“Se ha producido una transformación drástica de la vegetación de ribera que rodea los cursos de agua. Han transformado el paisaje de bosques ribereños en una zona con una gran cantidad de árboles muertos, que posteriormente, cuando las castoreras se abandonan o se destruyen por la misma acción del clima, terminando siendo pastizales o arbustales”, explicó a Bichos de Campo Adrián Schiavini, doctor en Ciencias Biológicas y director principal del proyecto.
Uno de los peligros de estas madrigueras es que durante la época de deshielo en primavera, la presión del agua hace que estos diques revienten y todo el material inunde zonas de planicie. Schiavini recordó que en los últimos 30 años se produjo el corte de la Ruta 3 al menos en tres ocasiones por esta problemática.
Otro foco de atención son los posibles riesgos sanitarios para el hombre ya que el castor puede transmitir dos enfermedades: Tularemia y Giardiasis. La primera es de origen bacterial y puede generar ulceraciones en la piel entre otros síntomas. La segunda en cambio es ocasionada por un parásito que puede encontrarse en el agua y generar diarrea severa. Si bien aún no hay suficiente información que evidencie la presencia de estas enfermedades zoonóticas, hasta que estos roedores desaparezcan las alertas seguirán prendidas.
A pesar de que la erradicación fue resistida por algunos grupos de defensa de los derechos de los animales, no existe otra estrategia alternativa que logre controlar una población de este tamaño, que amenaza con introducirse en territorio continental, y que además también afecta al sur de Chile. Por año los castores puede llegar a moverse 6 kilómetros.
La idea de esterilizar a los castores mediante anticoncepción externa fue descartada, ya que para asegurar su efectividad no se pueden dejar individuos sin tratar. “Uno debe entregárselo a todos y cada uno de los castores de la provincia y estar seguro de que lo pudo hacer. Si quedan tres o cuatro individuos enteros el proceso arranca de nuevo y la inversión que uno hizo termina en la nada”, aseguró Schiavini.
Por su parte Pablo Jusim, becario de Schiavini e integrante del proyecto, indicó que regresarlos a su territorio original tampoco es una opción. “Más allá de que logísticamente es prácticamente imposible agarrarlos y llevarlos, hay cuestiones de enfermedades que si los castores las tienen acá y los llevamos para allá, se pone en riesgo la población de Canadá. Sería una sobrecarga muy importante del ambiente”, dijo.
En 2008 Argentina y Chile firmaron un acuerdo binacional que tenía como objetivo restaurar los ambientes afectados. Allí se recomendó realizar pruebas piloto para capacitar a los cazadores y analizar la efectividad de las trampas. Las experiencias, que comenzaron en 2014, fueron financiadas por el Fondo Ambiental Mundial.
El proyecto suponía que luego de las pruebas, la provincia se encargaría de transformar esas acciones en algo cotidiano de la administración territorial. Sin embargo esto no ocurrió. “La provincia levantó la pata del acelerador y actualmente tenemos a los castores recolonizando la zonas que fueron oportunamente liberadas”, contó ofuscado Schiavini.
Mientras tanto, del lado chileno se comenzó a implementar un sistema de alerta temprana para detectar la presencia de castores en territorio continental. Los investigadores esperan que pronto se pueda hacer lo mismo en la provincia de Santa Cruz, ya que hubo denuncias de avistamientos de castores por fuera de Tierra del Fuego, aunque las mismas no fueron del todo comprobadas.
La fecha próxima de reunión, dilatada por una prórroga del proyecto y por el inicio de la pandemia, sería el año que viene y ambos países deberán compartir sus resultados y definir una estrategia de acción.