Entramos en los tramos finales del capítulo especial para decisores de las políticas publicas que Ernesto Viglizzo y Roberto Casas escribieron a modo de resumen de las propuestas contenidas en el libro “El Agro y el Ambiente”, editado recientemente por la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria.
En este caso, esta apartado está referido al tema de moda, el carbono, que junto a otros gases atmosféricos está provocando un calentamiento del planeta, por el famoso efecto invernadero, y esto a su vez repercute en síntomas claros de un cambio climático. La gran pregunta a resolver es si el agro es responsable de esas emisiones, en qué cantidad, o si por el contrario es parte de la solución a través de la captura de carbono.
Esto dicen los autores:
El carbono se ha convertido en una preocupación de primer orden debido a su incidencia en el calentamiento y cambio climático global del planeta. Un desafío mayor a escala planetaria es lograr que los sistemas humanos emitan menos carbono del que pueden extraer mediante captura y almacenamiento biológico en tierras y océanos, o a través de mecanismos de inyección y almacenamiento geológico. Es éste un imperativo que no se está cumpliendo, y sus efectos sobre la atmósfera terrena son visibles y medibles.
Este objetivo no será factible a menos que se reemplacen las fuentes de energía fósil convencionales y se fortalezcan las denominadas Soluciones Basadas en la Naturaleza (SBN), que procuran compensar las emisiones con un incremento de los almacenes de carbono en océanos, bosques y suelos.
¿Qué aporta el país a estas SBN? En el capítulo 4 Miguel Taboada puntualiza que la falta de actualización impide a la Argentina acceder a información detallada sobre los stocks de carbono de sus suelos, su estado actual respecto a un nivel teórico de saturación, y los probables tiempos de recuperación en caso que se implementen prácticas de regeneración.
Pero la demanda de conocimiento acerca del carbono en los ecosistemas excede al ámbito de los suelos. Existe una creciente presión para incorporar los ambientes naturales, ecosistemas boscosos, humedales costeros y continentales, a las políticas de mitigación del cambio climático. La Argentina posee unos 33 millones de hectáreas de monte nativo y arbustales, y 5,687 millones de hectáreas de humedales considerados sitios RAMSAR. En general, estos ambientes constituyen importantes almacenes de carbono, que son afectados por degradación antrópica, incendios y desertificación.
Pese a los aportes de algunas instituciones oficiales, la Argentina es el único gran país agroexportador que no monitorea periódicamente el carbono y la calidad de sus suelos de uso agropecuario. No obstante, el país ha introducido innovaciones tecnológicas que le permiten mejorar la eficiencia de sus sistemas productivos y, a la vez, fortalecer el almacenamiento de carbono en biomasa y suelos. Inciden aquí tecnologías como la siembra directa, las rotaciones más intensivas, los cultivos de cobertura, doble cultivo, pastoreos “regenerativos” o racionales, y los distintos formatos de agricultura por ambientes y de precisión basados en la inteligencia artificial (IA).
La recuperación de bosques y de la materia orgánica de los suelos, tendrá una ventana de 20 años hacia futuro en la cual el país podrá contabilizar capturas de carbono mediante SBN (soluciones basadas en la naturaleza). La expansión de los sistemas silvo-pastoriles y silvo-agrícolas, la reducción drástica de la deforestación, el manejo de los incendios, y la recuperación de humedales costeros son opciones viables dentro las SBN.
Siguiendo este camino de trazabilidad y diferenciación, Taboada propone que la Argentina trabaje en una “Marca País” trazable que nos permita incorporar a mercados selectivos y de alta exigencia en materia ambiental.
En el capítulo 5, Ernesto Viglizzo ofrece una visión complementaria a la de Miguel Taboada respecto a la economía del carbono en el sector rural. Es necesario repasar los enfoques y metodologías mediante los cuales se contabiliza el carbono en el sector agropecuario.
El enfoque predominante es el de la Huella de Carbono (HC) de un producto, que se calcula dentro de un marco metodológico conocido como Análisis del Ciclo de Vida (ACV). Además, de las emisiones propias de metano y óxido nitroso, la HC contabiliza emisiones de actividades conexas que, en sentido estricto, no son propias del producto evaluado, por ejemplo, las emisiones generadas por empresas manufactureras que fabrican y proveen insumos al sector agropecuario (fertilizantes, plaguicidas, combustibles, alimentos, etc.).
Pero también ocurre con las emisiones post prediales que no controla el productor, como las que ocurren en plantas procesadoras, el transporte y la distribución mayorista y minorista. Existe, por tanto, un debate no resuelto.
La HC presenta algunos condicionamientos metodológicos: por ejemplo, la carne bovina tendrá siempre una carga de carbono que será mucho más alta (en escalas de 10) que la de los cultivos agrícolas. Como las emisiones en la HC se estiman por kg o ton de producto, éstas son divididas por la cantidad de kg producidos por hectárea, y como la carne bovina produce por hectárea muchos menos kilos que cualquier cultivo anual, su HC será siempre mucho más alta que la de cualquier cultivo.
El denominado Balance de Carbono (BC) se presenta como un enfoque alternativo al del ACV para contabilizar el carbono agropecuario. Desde la perspectiva del BC es necesario estimar tanto las emisiones como la captura y almacenamiento de carbono en un sistema dado, que puede ser el predio, el ecosistema, el país. En este caso, la unidad de referencia es la hectárea productiva y no el kg o ton de producto como propone el ACV.
El punto vulnerable del BC es la estimación de la cantidad anual de carbono por hectárea que pueden potencialmente capturar y almacenar las tierras de pastoreo (como pastizales, sabanas, pasturas implantadas, arbustales, sistemas silvo-pastoriles, regiones semi-desérticas) y las áreas boscosas.
La utilidad de ambos indicadores varía de acuerdo al sistema de producción evaluado. La HC parece ser adecuada para evaluar los sistemas intensivos con alta tasa de emisión por uso de insumos pre-prediales y procesos post-prediales. El BC, en cambio, se adecua mejor para evaluar los sistemas extensivos de producción que miden las emisiones y las capturas anuales de carbono por unidad de tierra.
El BC estimado a partir de una base científicamente robusta, se presenta como un instrumento complementario a la HC para diferenciar estrategias productivas y negociar beneficios comerciales futuros. Por ejemplo, el Acuerdo Verde de la UE expresa la decisión de comerciar con países que logren demostrar, mediante evidencia científica verificable, que sus productos exportables acreditan una “carga” de carbono tolerable a los estándares europeos, generalmente basados en el Análisis de Ciclo de Vida de cada producto.
Sin embargo, este Acuerdo omite que las tierras ganaderas de Argentina cuentan con una extensa plataforma de fotosíntesis con capacidad para capturar y almacenar carbono. Así lo indicarían resultados recientes del OCO-2, un proyecto novedoso instrumentado por la NASA y otras instituciones científicas que evalúa expeditivamente desde el espacio el balance anual de carbono de varios países y regiones.
Son necesarias acciones –tanto del sector público como privado- destinadas a reducir emisiones y a extraer carbono de la atmósfera mediante técnicas de “cultivo de carbono” (carbon farming). El carbono pasaría a ser así un commodity comerciable. Argentina, que cuenta con una extensa plataforma de fotosíntesis, debería orientar una política que adopte al carbono como un commodity adicional que se sume a los restantes productos primarios.
Por unidad de producto bruto agropecuario, la Argentina presenta tendencias declinantes de emisión que tienden a consolidarse en el mediano y largo plazo. En línea con esto, sería necesario activar mecanismos de mercado que moneticen al carbono como un commodity sujeto a negociación.
Conocemos cómo juega la HC en los mercados ambientales altamente regulados. Pero desconocemos cómo pueden jugar nuestros resultados de BC. Por lo tanto:
- El BC (Balance de Carbono) es una noción que debería ser profundizada en Argentina, tanto en los inventarios nacionales reportados regularmente por el gobierno, como en los emprendimientos privados que aspiran a contabilizar el carbono de las empresas.
- Una de las claves es incorporar a las tierras ganaderas como sumideros funcionales de carbono,
- Dada la aparición de instrumentos novedosos para contabilizar balances de carbono como el ECO-2 de la NASA, parece necesario conciliar sus resultados con aquellos generados a partir de los inventarios nacionales. No es conveniente mostrar discordancias tan importantes entre métodos que evalúan los BC.
- Dados los BC positivos que ECO-2 NASA asigna a la Argentina como país, es necesario explorar en qué medida esos resultados representan un sobre-cumplimiento de los compromisos firmados por nuestras autoridades en la COP 21 de París.
- De igual manera, es imprescindible esclarecer si los balances positivos que OCO-2 NASA asigna a la Argentina pueden dar cobertura a los productos agropecuarios que el país comercializa en los mercados internacionales.