Este lunes 28, la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) inaugurará una nueva colonia agroecológica en el partido de Tapalqué. Con ésta, ya suman 7 los enclaves de esta singular organización de “familias trabajadoras de la tierra”, como les gusta denominarse. En este caso, otras 6 familias de horticultores se mudarán de las tierras que alquilan en Florencio Varela a un predio de 9 hectáreas con viviendas, servicios e infraestructura. Desde allí ofrecerán alimentos “más sanos” a una localidad de 10 mil habitantes ubicada a 300 kilómetros de Buenos Aires.
Mientras el dirigente Juan Grabois alienta reformas agrarias casi grotescas -como la toma fallida de la estancia de los Etchevehere-, y mientras el presidente Alberto Fernández promete tierras fiscales para quienes la trabajen pero muy poco avances muestran sus funcionarios en esa gestión, la UTT viene protagonizando una movida silenciosa que nació hace 5 años en Jáuregui, considerada la “primera colonia agroecológica del país”. Bichos de Campo visitó ese lugar, un viejo asilo de niños huérfanos, y entrevistó al delegado Franz Ortega, uno de los cientos de productores -la mayoría de ellos originarios de Bolivia- que buscan mejor futuro a partir del trabajo de esta “organización”.
¿Cómo nació este modelo de colonias agroecológicas? ¿Cómo funciona? ¿Cambia en algo las condiciones de vida de estos campesinos? Son preguntas que le hicimos al delegado en Luján de la UTT. Mirá la entrevista:
La colonia de Tapalqué se lanza a rodar un mes después de la inauguración de otra experiencia similar en Castelli, Buenos Aires, y se suma a otras experiencias similares en Gualeguaychú (Entre Ríos), Puerto Piray (Misiones), Cañuelas y San Vicente. Pero la más veterana y amplia de estas colonias es la de Jáuregui, ubicada a pocos kilómetros de Luján. Allí el primer predio fiscal obtenido por la UTT para inaugurar este tipo de experiencias tiene casi 80 hectáreas, pero solo 58 serán ocupadas por 58 familias de campesinos. El resto será conservado como reserva.
Una hectárea por familia, ni más ni menos. Esa es la consigna central de este modelo de colonización. La diferencia sustancial es que las familias que allí se instalan dejan de alquilar la tierra a dueños privados y comienzan a usufructuar de las tierras cedidas por el Estado por largos períodos de tiempo. No solo dejan de tener que pagar el alto costo de un arrendamiento sino -y sobre todo- ganan en estabilidad. Eso cambia por completo la ecuación económica de su actividad. Dejan de trabajar para pagar un alquiler que muchas veces los obliga a extremar la productividad y a valerse d e insumos químicos para ello. Sin ese costo, ahora pueden hacer mejoras más duraderas en el terreno, como un invernadero, porque saben que tienen más tiempo. Y producir más tranquilos.
En Jáuregui, el primer comodato se firmó por 5 años, para probar. Pero como funciona, acaba de ser extendido por 20 años.
La colonia fue bautizada “20 de abril” porque fue ese día de 2015 cuando por primera vez ingresaron al lugar: un viejo predio estatal coronado por un viejo hospicio que no funcionaba hace añares y había quedado convertido en un gran monte.
Nos contó Franz que los primeros colones de la UTT que se mudaron desde Abasto, en el Gran La Plata, se encargaron de desmontar las primeras 38 hectáreas, para las primeras 38 familias. Falta instalar a 20 más, pero eso dependerá de la disponibilidad de vivienda. Hoy algunas de las familias se instalaron en el añoso edificio central, que parece un gran hotel. Las demás en algunas viviendas circundantes, que también estaban abandonadas. Las fueron refaccionando entre todos.
Tener casa propia. Paredes de ladrillo y no un rancho armado con chapas y maderas en un lotecito alquilado. Este es el principal cambio en las vidas de los colonos, que son seleccionados cuidadosamente por la UTT en base no solo a la fidelidad que muestren con la organización sino básicamente porque se comprometen -y estudian para ello- a producir sus nuevas tierras utilizando los mandamientos de la llamada “agroecología”. Esto es, cultivar verduras sin utilizar agroquímicos ni transgénicos. Ellos les llaman “venenos” a esos insumos. Los militantes sociales que los acompañan -y que provienen del movimiento piquetero Darío Santillán- hablan más bien de “agrotóxicos”.
Los más jóvenes, seguramente criados en precarias quintas hortícolas en donde el “veneno” era la respuesta más frecuente ante cualquier urgencia para los cultivos, son los que llevan la voz cantante en las cuestiones agroecológicas. El encargado de la fábrica de bioinsumos que acaba de armar esta comunidad tiene poco más de 20 años y una gran convicción cuando expone sobre estas nuevas maneras de producir. Ya publicaremos ese reportaje. Para el muchacho -y para todos por aquí- la agroecología no es una discusión sobre modelos agronómicos sino sobre formas de vida.
Con el correr de los meses, han avanzado hacia mejoras colectivas. En el edificio grande de la Colonia Jáuregui se ha instalado también una escuela primaria y una secundaria para adultos, donde la matrícula de alumnos es casi tan grande como la de los campesinos que forman parte de la colonia: la inmensa mayoría de ellos, incluyendo a Franz, no había podido completar los estudios básicos y ahora están aprovechando. Los chicos van a la escuela pública, pero afuera del predio.
Otra obra común es el flamante “almacén de campo”, donde la UTT comercializa directamente una parte de la producción obtenida en ese lugar, más otros productos que llegan desde otras regiones productivas, como naranjas de Entre Ríos. La otra forma de vender sus cosechas y evitar ser timados por los intermediarios -como muchas veces sucedía en el cinturón verde de La Plata, donde suele ser frecuente la venta “a culata de camión”- consiste en reunir la oferta en un galón de empaque y enviarla a los mercados concentradores. La UTT ya tiene dos grandes almacenes de venta al público en Avellaneda. Y Nahuel Levaggi, su principal conductor, es nada más y nada menos que el presidente de la Corporación del Mercado Central: también ha habilitado allí espacios de comercialización.
¿La UTT les ordena qué hay que cultivar para vender? ¿Planifican de algún modo? Para nada y no parece ser ese un problema. Ortega nos llevó a pasear por algunos lotes de los colonos y todos se lucen por una gran diversidad: es muy típíco de la agricultura boliviana que se siembre un puchito de cada cosa, como para tener variedad de verduras disponibles y no correr riesgos de caer en el monocultivos.
“Acá nunca vas a ver una hectárea dedicada a un solo cultivo”, nos avisó Ortega. Y es cierto. En una línea hay verduras de hoja, en la otra rabanitos, más allá cebolla de verdeo, hinojo, algún zapallo, remolacha y hasta algunas plantas de amaranto. En su hectárea asignada, los productores pueden decidir si quieren armar un invernadero para poder seguir produciendo en épocas de frío, pero estas instalaciones no pueden superar el 40% del espacio disponible. Allí se ven los famosos tomates platenses y unas berenjenas de tamaño mayúsculo.
Esa biodiversidad, que se completa con algunas flores y sobre todo con aromáticas para mantener bien lejos los insectos, les facilita el abordaje agroecológico que han prometido aplicar a ultranza. Nos dijo Franz que no les resultó tan difícil y que la clave era volver a los usos y costumbres de sus abuelos. Recordar cómo se producía en Bolivia, un poquito por aquí, otro poquito por allá.
Al principio de esta historia parece que hubo mucha resistencia de los vecinos del lugar a la instalación de esta colonia agrícola. Que van a formar una nueva villa, que crecerá el índice de robos y la inseguridad. Hubo muchos otros etcéteras dentro de esta desconfianza social que siempre nos aleja y nos aísla. Franz nos contó que comenzaron a vencer esa resistencia en uno de los primeros festejos de Navidad, cuando decidieron compartir bolsones de verduras en los barrios más cercanos. “Les dijimos que veníamos a cultivar la tierra y producir alimentos, que ese es nuestro oficio. Que somos solo campesinos”, comentó el delegado. Hoy muchos vecinos se han transformado en clientes habituales.
“Nosotros creemos que esto es mejor, tanto para nosotros como para los consumidores”, definió el delegado de la UTT. En la caminata junto a Bichos de Campo, Franz había recogido un tomate maduro de su propio invernadero, que luego entregó sin dudar a su hija y otro grupo de chicos que jugaban en el lugar para que lo comieran sin ni siquiera lavarlo. “Estoy seguro que no tiene veneno”, explicó.
“Yo me siento más tranquilo sabiendo que estoy cultivando sano, porque yo sé que estoy haciendo el bien, no el mal”, nos definió el pequeño horticultor, que migró de pequeño a la Argentina, construyó aquí su familia, y siente que ya nunca volverá a su país de origen. Tampoco, y eso lo enfatiza, regresará al cinturón hortícola de La Plata a producir en condiciones de indignidad.
“Ya pasé por eso y no se lo deseo a nadie ese sufrimiento”.