Todos los 1° de mayo celebramos el Día Internacional de los Trabajadores. ¡Feliz Día a todas las trabajadoras y trabajadores del campo y de la ciudad! Porque muchísimos trabajadores del campo viven en la ciudad, pero ahora gracias a que se está logrando llevar conectividad de internet a cualquier punto del país, mucha gente de la ciudad se está yendo o volviendo a vivir en el campo. Cambia, todo cambia, cantó Mercedes Sosa y ahora La Beriso, canción del chileno Julio Numhauser, escrita durante su exilio en Suecia, en 1982.
Los obreros tienden a asociar el trabajo al esfuerzo físico, más que al mental, a pesar de que todos los humanos siempre estamos pensando. Y no creamos que una persona que no estudió ninguna ciencia, piensa algo de menos valor que aquella que sí estudió. La sabiduría popular tiene lo suyo. Pero aún hoy se sigue concibiendo en ciertas clases herederas de la antigua nobleza en el mundo, que el trabajo físico, e incluso el mental, son sinónimo de inferioridad. Los nobles deben dedicarse al cultivo de las artes y del ocio creativo, pero no al arduo trabajo mental o físico. Incluso a cultivar el espiritual conocimiento de la filosofía como madre de todas las ciencias, que a todas las sobrevuela, pero sin caer en el arduo trabajo de las ciencias de lo concreto, como la física, la química o la que fuera.
Claro está que esos nobles vivían de la renta de sus propiedades. Eso viene ya de la antigua Grecia y de los filósofos que, para poder filosofar en las plazas públicas, no debían “trabajar” en otras cuestiones inferiores. Por eso en general, pertenecían a la aristocracia, que la palabra designa al “poder en manos de los superiores” o “mejores”.
Allá por el siglo del 1900 comenzó el auge de las masas proletarias, con la revolución industrial. Proletarias son aquellas personas que no poseen medios propios para producir y debe trabajar para otro a cambio de una paga o sueldo. Pero han pasado más de cien años y la ciencia y la técnica han avanzado tanto que han aparecido las computadoras y los robots, que van remplazando a la mano de obra humana. Es un antiguo deseo humano de no sacrificarnos más con nuestro cuerpo para gozar de él por más tiempo y sin dolores en las articulaciones, por ejemplo. Y además, dejándonos la exclusividad para pensar, que sería lo supremo del hombre.
Cuando yo era niño escuchaba a mis padres decir que en el año 2000 la vida en la tierra sería como se veía en la serie animada de Los Supersónicos: subiríamos a un auto y nos iríamos a tomar unos mates a la luna o a visitar a un amigo en el lado opuesto de nuestro planeta. Casi todo sería automático y casi no haríamos esfuerzos físicos, como abrir puertas o cambiar ruedas o subir escaleras y tanto más. Cuando aparecieron las computadoras comenzamos a escuchar que nos ahorrarían mucho tiempo en la administración y en el esfuerzo mental, de modo que nos quedaría más tiempo para el ocio, el descanso, el arte o la diversión, de modo que las masas del mundo podríamos comenzar a gozar de aquellos privilegios que estaban reservados sólo para los nobles. Y llegaron los robots para remplazar concretamente a nuestro trabajo físico. Pues nos sobraría mucho más tiempo aún.
También recuerdo cuando aparecieron las lamparitas emisoras de luz eléctrica, pero de bajo consumo, y nos dijeron que Íbamos a consumir mucha menos energía y la boleta de la luz se nos tornaría más fácil de pagar…
Viejos anhelos de “minga” y de trabajo comunitario se respiran en el Valle Calchaquí
Claro que mucho de esto aún no ha llegado a suceder, y algunas cosas sólo suceden para unos pocos. Según parece, con los teléfonos móviles, que tantos beneficios nos aportan, paradójicamente se nos ha esclavizado como nunca y se nos tiene más controlados que nunca. La educación formal a nivel masivo está bajando su nivel de exigencias por la teoría y la ciencia, y parece alejarse de la antigua concepción de la cultura o “paideia” griega. Ni hablar de que el mundo entero –salvo muy pocas excepciones- está sufriendo una caída del salario en sus clases medias y bajas, lo que pareciera favorecer una concentración en pocas manos de los bienes y servicios. En la Argentina nos llevamos uno de los primeros puestos respecto de esta caída.
Si volviésemos a tener el nivel de ingresos que supimos experimentar hace cincuenta años o más, junto al casi pleno empleo y en blanco, pues ningún empresario dudaría en contratar empleados. Pero ahora que hay robots, el Estado debe orientar la educación masiva hacia el conocimiento científico-técnico, al manejo de computadoras y robots.
Pero además, debemos repensar quién cría y cómo, a los hijos en un mundo en el que papá y mamá deben salir a trabajar porque no hay sueldo que alcance.
El futuro es incierto, porque se derrumba el papel moneda, del que nadie sabe de su real respaldo en oro. Atahualpa Yupanqui cantaba: “Trabajo, quiero trabajo”, pero es urgente desconcentrar a las grandes ciudades, que se vuelven in-vivibles, cual “torres de Babel”, con “rascacielos” cada vez más altos para amontonar a la gente. Porque las personas se vuelven puras “soledades amontonadas”.
El campo nos está esperando, pero para volver a generar industria con conocimiento científico-técnico, sin perder nuestra sabiduría popular y criolla. Desde ahí, desde una casita en el campo adonde se pueda tener conectividad y un buen camino para llegar, y mientras, poder escuchar el canto de los pájaros y ver los amaneceres y atardeceres en el horizonte.
Sabores y saberes: el locro, el guiso más popular de la Argentina
Los invitamos a releer nuestra nota sobre el Locro, nuestro guiso más popular, que hoy todos los argentinos gustamos de preparar. Allí tienen una receta para un grupo familiar. Y acá les dejamos la misma receta, pero para compartir en grupo, para unas 50 personas.
Locro para cocinar en una olla grande, de unos 50 litros:
- 5 kilos y medio de zapallo criollo o plomo o japonés (se puede hervir todo al comienzo o sólo, la mitad para que se haga puré y la otra mitad después, para que quede en cubos chicos.
- 2 kilos y medio de Batata hervida hasta que se haga toda puré (la batata es clave para el sabor delicioso del mejor locro)
- 2 kilos de Maíz blanco partido (se los puede poner en agua el día anterior o hervirlos 2 a 4 horas junto a la carne)
- 1 kilo de Porotos alubia (remojarlos o hervirlos como el maíz).
- 1 kilo de Carne blanda, paleta, roast beef, o similar (hasta puede ser carnaza común hervida entre 2 y 4 horas)
- 1 kilo de Carne de cerdo magra, o de bondiola o la barata que se pueda (opcional)
- 1 kilo de Panceta ahumada o salada (opcional).
- 2 kilo de Cuerito de chancho cortados en tiritas cortas y cocinados desde el comienzo, es decir mucho tiempo (opcional).
- 4 Chorizos colorados Candelario, cortados en rodajas (o al menos dos).
- 8 Cebollones, grandes picados bien chiquito, como se pica para el relleno de las empanadas.
- 4 Morrones cortados en rectangulitos (opcional).
- 1 cabeza de ajo bien picada para que de sabor (opcional).
- 5 ramitos de cebolla de verdeo (la parte blanca se pica y se dora al comienzo junto a la cebolla común)
- 200 gramos de pimentón.
- Sal a gusto
Salsa “Grasita colorada” salteña:
- Para la no picante se neceita 1 kilo de grasa bovina (vacuna), de “pella” o industrial de buena marca.
- 4 cebollones picados en cuadrados pequeñitos.
- 25 gramos de pimentón
- Sal a gusto.
Se dora la cebolla y al apagar el fuego se le echa el pimentón y la sal. (El pimentón no se fríe, porque se quema. Se echa en la grasa caliente, con el fuego apagado para que de sabor y color). Se deja enfriar y la grasa se pone sólida. Cuando se sirve el locro, se le echa una cucharada en el medio y arriba se esparce verdeo picado.
- Para la salsa picante se necesita 1 kilo de grasa bovina (vacuna) para la salsa.
- 4 cebollones picados en cuadrados pequeñitos.
- 25 gramos de Ají molido o 100 gramos de Ají “putaparió” o locoto (o rocoto) frescos o Ají del monte o “quitucho” (nombre quichua, en Salta, del ají pequeñito).
- 25 gramos de pimentón.
- Sal a gusto.
Se dora el ají bien picado en un poco de la grasa de buena calidad. Se agrega la cabolla y se dora. Se echa toda la grasa para que se derrita y se revuelve. Se le echa sal y pimentón (o pimienta). El pimentón no se fríe, porque se quema. Se echa en la grasa caliente, con el fuego apagado para que de sabor y color. Se sirve en cazuelitas con una cucharita para que el comensal le eche a gusto, muy poquito, porque es muy picante. Y se echa encima de todo, hoja verde de la cebolla de verdeo, picada para decorar al servir.
Se aconseja servir en cazuelas de cerámica, sobre plato de madera y a comer con cuchara tramontina y una panerita, más la cazuelita de la salsa picante, opcional.
Atención: no usar zapallo anco o calabacines para el locro. Sale con otro sabor, que no es el tradicional.
¡Que lo disfruten y que vivan los trabajadores!
Honramos a los trabajadores con la misma chacarera que pusimos en la nota del locro, “Olla ‘i locro”, de Oscar “Cacho Valles” Mazzanti y de Antonio Pantoja, por Los Cantores de Quilla Huasi.