El locro patrio organizado por la Escuela Agraria 2 del partido de Lincoln reúne multitudes desde hace 24 años. Se hace para reunir fondos para la cooperadora escolar, pero en realidad esa es una excusa para mostrar la fuerte relación entre esa comunidad educativa y el pueblo que la alberga, Las Toscas, que se resiste a las taperas pese a no tener una buena vía de acceso y solo 450 habitantes. La Escuela Agraria no es allí una institución más, sino todo un símbolo de arraigo, que evita el exilio de los más chicos.
Y sus docentes son todo un ejemplo de compromiso. Bichos de Campo estuvo allí este último 25 de mayo, no solo para compartir ese exquisito locro preparado por alumnos y vecinos sino para retratar todos los sentimientos que entran en juego en esta pequeña comunidad.
Andrea Lezcano es una de las jefas de área en la Escuela Agraria 2 de Lincoln, que lleva ese número porque la Escuela 1 está en la ciudad cabecera del partido. “Nosotros, cuando se creó la escuela en 2001, fuimos una extensión de esa escuela. En 2009 se independizaron y pasamos a ser la escuela 2”. La distancia lo valía: entre Las Toscas y la ciudad de Lincoln hay 90 kilómetros aproximadamente, de los cuales los últimos 17 son de tierra.
Andrea adora la escuela no porque sea solo su trabajo actual sino porque ella allí pudo estudiar y recibirse en 2009. “Soy la primera promoción”, dice orgullosa, dueña de un orgullo que además tiene una explicación: “Es muy importante para una localidad tan chica como somos nosotros, que no llegamos a los 500 habitantes, poder tener una escuela y ver que año a año sigue creciendo. Es muy importante saber que la hacemos la gente de acá”.
De la secundaria los chicos salen con el título de técnico agropecuaria, luego de una cursada de siete años. “Yo me recibí como técnico agropecuario en esta institución. Después estudié dos carreras docentes y con ambos títulos pude agarrar un cargo acá en la escuela y sigo creciendo”, nos dice Andrea, que en la charla con Bichos de Campo admitió ser una de las “tragas” de su cursada.
Le preguntamos si ella nota que los chicos han cambiado mucho en estos quince años desde que se convirtió de alumna a profesora: “O sea, en cuanto a la sociedad en general, veo que quizás el compromiso no es el mismo que teníamos nosotros cuando éramos jóvenes y adolescentes, pero así todo eso no se perdió. Hoy vemos aproximadamente 50 alumnos de 74 que tiene la escuela colaborando. Son los que ofician de mozos, nuestros propios alumnos”, se ilusiona.
Y redondea una idea fuerza que a ella misma la moviliza mucho más de lo que le exige su magro salario de docente, y que es la misma idea fuerza que moviliza a toda esta pequeña comunidad rural no siempre percibida, la patria olvidada. “El compromiso está. Por ahí reniegan los profesores en la diaria por el comportamiento, pero los chicos del pueblo son muy distintos a los chicos de la ciudad. Acá todavía hay valores que se siguen manteniendo. El respeto es uno de ellos”, nos explica Lezcano.
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Si Andrea ya transmite convicciones, hablar con su compañero de docencia, el otro jefe de área de la escuela, Mariano Schiavi, nos transporta al territorio de la emoción. Habla de la escuela agraria como si hablara de un club de fútbol que acaba de salir campeón. Desde que llegamos a Las Toscas lo hemos visto trabajar incansablemente, fuera del horario escolar, para que el locro patrio salga como debe salir: impecable. Mariano es un marcador de toda la cancha.
“Y la verdad que sí. Es algo que agarramos con mucho amor y mucha pasión, y lo hacemos así desde la comunidad”, explica el docente, que de todos modos coloca siempre en el centro de la escena a los alumnos de la propia escuela. “Yo lo veo de esta manera: los chicos son los que comienzan con el locro, porque son ellos los que van y cosechan en un lugar vecino que nos da un lugar para sacar los choclos para marzo, que la fecha más o menos para un maíz de segunda. Vamos en banda con los chicos a buscarlo y más o menos son 14 bolsas que se utilizan. Es un orgullo que los chicos lo empiecen y más que lo terminan, porque son los que terminan de servir el locro. Hay una jugada muy grande de la comunidad y la asociación cooperadora”.
-No solo es el plato de comida. El locro es sobre todo el símbolo de la interrelación entre la escuela y la comunidad, de la escuela y el pueblo…
-Yo no soy de este lugar, soy de Lincoln. Pero ya hace 15 años que estoy en la institución y yo lo vivo con la misma pasión que la gente de la comunidad.
-¿Y por qué te viniste de Lincoln, que es una ciudad bastante más grande, a trabajar en un pueblito de 400 o 500 habitantes?
-Acá empezó mi vocación de ser docente y acá fueron mis primeros pasos como docente. Crié a mis hijos así. El sentido de pertenencia del lugar, la escuela que tenemos, la calidad docente y también la del resto del personal. Lo que hacemos en la escuela es por el amor que sentimos por los alumnos. Acá no hay ningún alumno al que no le preguntemos cómo anda. SY si lo vemos triste, nos acercamos y le preguntamos.
Schiavi dice que de ese modo la Escuela Agraria 2 de las Toscas ha transitado ya 24 años de historia y se prepara para festejar el cuarto de siglo. “Con el director ya estamos pensando para el próximo locro. Todavía no estamos terminando el locro y ya nos estamos preparando para el próximo, para seguir mejorando y hacerlo para, no sé si para más cantidad, pero con la misma magnitud y las mismas ganas”.
-¿Te imaginás este pueblo sin escuela agraria?
-Es complicado, no sé. No me gustaría que se quede sin escuela. Ahí se perdería mucho. Algunos chicos viajarían esa distancia que tenemos, pero a veces los chicos, cuando hay mucha distancia, por ahí no llegan a la escuela, no van. Y se pierde el arraigo.
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A pesar de ser el director del establecimiento desde hace solo cinco años, Javier Zapata trabajó muchísimo para que este locro patrio fuera un éxito. Ponerle el pecho a la convocatoria es un mandato obligado desde que “un día como hoy, hace 24 años, a alguien se le ocurrió hacer un evento como este. Con el tiempo fue creciendo, pero hasta este punto de no saber dónde poner a la gente”.
-Es que ha venido al almuerzo en la escuela más gente de la que vive en el pueblo…
-Exactamente. Hoy dentro de nuestra carpa hay 700 personas, cuando en nuestro pueblo tenemos 450 personas. Eso te da la pauta de que, más allá de un evento tradicional, la trascendencia que ha logrado nuestra escuela no sólo a nivel distrital, sino también a nivel zonal. Alumnos de otras localidades, de otras ciudades, quieran venir a nuestra escuela. Eso habla muy bien de nosotros.
Zapata reivindica el papel que desempeñan las escuelas de este tipo para sostener lo que muchos denominan la nueva ruralidad, es decir la cotidianeidad de unc campo cada vez más despoblado de familias, pero a la vez necesitado de infraestructura. “Estamos inserto en medio de la pampa húmeda y a nosotros lo que nos rodea es campo, campo y campo. Entonces tenemos que orientar a nuestros alumnos hacia esa salida laboral”, considera el director.
En esa tarea, el locro masivo cumple la doble función de reunir a la comunidad pero a la vez sirve de excusa para recaudar fondos que serán bien utilizados por la cooperadora. Y es que la lista de necesidades, cuando se apaguen las emociones detrás del día patrio, son incontables.
La primera en la falsa ruta provincial 70, que lejos del camino asfaltado que muestran los mapas es solo una vía de tierra mal mejorada, y que se corta muchas veces cuando llueven unas gotas de más. “Se hizo un mejorado entre comillas hará tres años atrás y si la transitas hoy se puede ver el estado en que está y cómo se deterioró”, nos dice Zapata, que de todos modos entiende que ese acceso es un problema de toda la comunidad de Las Toscas y excede la temática educativa.
Aunque tiene sus implicancias: “A veces tenemos que recurrir a la virtualidad. Cuando llueve mucho este camino es intransitable. Entonces volvemos a la virtualidad, a como estamos en la época de la pandemia, porque a veces los alumnos y otras veces los docentes no pueden llegar acá”.
Zapata no disimula los faltantes ni esconde sus reclamos a las autoridades competentes. “Tenemos muchas falencias y es donde necesitamos más presencia del Estado que nos acompañe más”. Tiene claro que la escuela que dirige es sinónimo de arraigo para muchas familias, no solo de chicos sino también de docentes y auxiliares. “Entonces digamos, tenemos que valorar eso, y por eso esta escuela ha crecido mucho y queremos seguir creciendo, pero a veces solos no se puede”.
A la escuela, por ejemplo, le faltan varias aulas, tres o cuatro, para que cada año del secundario (son siete) tenga su propio espacio y no deba compartir con el anterior o el que sigue, como sucede ahora. También le falta un espacio especial para sumar a las alumnas mujeres, a la posibilidad y el derecho de poder cursar como internado, que hasta ahora -por esa imposibilidad física- solo se limita a 22 chicos que conviven en Las Toscas de lunes a viernes.
Y un transporte, una pequeña combi. Con eso sueña Javier, no solo para poder acercar a los chicos algunas veces, sino para salir de excursión o para hacer las clases prácticas en algunos campos vecinos.
Mientras tanto sostiene estos reclamos, el director de la Agraria 2 tiene ese cansancio lindo que surge del compromiso. Se le nota a la legua que disfruta de lo que hace. “Lo charlamos siempre que por ahí le ponemos más de lo que nos corresponde. Para mí son 24 horas, siete días a la semana. Tenés que estar pendiente el fin de semana y a la noche tenés alumnos residentes. Vaya responsabilidad que tenemos…”
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