El domingo pasado se celebró el Día de la Patria. Este 25 de mayo se cumplieron 215 años del nacimiento de la Argentina, conmemorando la Revolución de Mayo. En Buenos Aires hubo actos, discursos, banderas al viento y mucho pecho inflado entre políticos que, con tono solemne, se llenaron la boca hablando de la patria.
Pero mientras todo eso ocurría en la capital, esa misma patria de la que tanto hablan seguía olvidada en los rincones más profundos del interior. En los parajes rurales. En los caminos de tierra. En las escuelas donde se enseña a querer esa patria.
Porque mientras se izaba la bandera en la Plaza de Mayo, en lugares como el partido de 9 de Julio, en la provincia de Buenos Aires, las banderas quedaron guardadas esperando el sol. Llovió mucho, sí. Pero más que la lluvia duele la desidia. Duele que año tras año no se hagan las obras necesarias para que la vida en el campo sea, al menos, posible.
Hace poco fue la sequía. Y como pasa siempre, los pueblos quedaron abandonados a su suerte, esperando el cielo. Se resintió la producción agropecuaria, pero con ella también la vida entera de muchas comunidades.
Ahora es el otro extremo: el agua no para de caer. Y con ella se inundan las casas, los campos, las rutas. Y también se ahoga la paciencia. Porque no es solo el agua lo que arrasa: es el olvido.
En los últimos dos meses llovió casi sin pausa en el noroeste bonaerense. Algunas regiones directamente desaparecieron bajo el agua. Según datos locales, el 60% del partido de 9 de Julio está inundado. Pero más allá de las estadísticas, hay realidades que no salen en los partes oficiales.
La maestra Vanesa Paladino, directora de la Escuela de Educación Secundaria N°16 “Veteranas de Malvinas”, en el paraje La Corona (que lleva el nombre de una vieja estancia), conoce bien esa realidad, porque hace dos semanas que no podía llegar a la escuela. El camino está intransitable. Y como ella, tampoco llegan los chicos. Ni los padres. Ni los útiles. Ni la educación. Recién pudo entrar este lunes para mostrarle al equipo de Bichos de Campo el estado de esos caminos hacia la escuela.
Vanesa conoce todos esos caminos porque desde marzo pasado, cuando con las primeras lluvias se tornaron más difíciles, ensayó todo tipo de recorridos para llegar, desde donde vive, en la ciudad de 9 de julio, hasta este paraje rural. La ruta más corta y directa fue la que primero quedó anulada. Luego ensayó otra más larga, a través de Carlos Casares, de unos 90 kilómetros. Pero la directora llegó a hacer rodeos de hasta 130 kilómetros para poder llegar al establecimiento, a través de la localidad de Quiroga.
“Estamos dando clases por WhatsApp, como podemos”, cuenta Vanesa a este medio. Esa escuela rural secundaria convive con otras dos, un jardín de infantes y la escuela primaria. Los alumnos no son muchos y comparten aulas y comidas, pero son los que más necesitan de ese espacio, también como contención social. Pero hoy, las aulas están vacías. No porque falten ganas, sino porque faltan caminos. Porque sobran pozos y barro.
Los caminos rurales no solo se usan para producir, también se usan para vivir. No solo se transitan para sembrar o cosechar. También para buscar comida, llevar a los chicos a la escuela, ir al médico, llegar a casa.
Pero eso parece que no lo ven los que toman decisiones desde un escritorio. Para muchos políticos, el interior profundo es apenas un paisaje desde la ventanilla del avión o del auto oficial. A lo sumo, un número en una estadística.
“Vinimos en camioneta, en auto no hubiésemos llegado”, nos explica la directora luego de abrirnos las puertas de la escuela, y suma otro dato geográfico: Para acceder llegar al centro educativo, últimamente tuvo que atravesar campos privados, que generosamente le abren la tranquera. Los caminos por los que debería hacerlo, están intransitables porque no se hicieron obras de mantenimiento ni a nivel local, ni provincial, ni nacional. Es lo que repiten todos los productores de esta zona: 9 de julio se inundó no por la falta de obras sino por la falta de mantenimiento de las mismas. Por eso el agua no fluye, permanece estancada desde marzo pasado.
Desde que comenzó el período de lluvias, el estado de los caminos comenzó a empeorar de a poco: “Fuimos buscando caminos alternativos para venir, de hecho hoy hicimos un camino alternativo. Cruzamos campo, ni siquiera llegamos por caminos públicos, por caminos reales. Tenemos autorización de cruzar caminos de campos que tienen las tranqueras abiertas para facilitarnos el acceso. Si no, no hubiésemos podido llegar. Y este no es el camino habitual”, explica Verónica.
“Algunos de los chicos de primaria están más cerca, pero nosotros tenemos alumnos de distancias más lejanas. Entonces, también depende de la situación de ellos que puedan venir. Por ejemplo, en primer año iniciaron chicos de El Jabalí (otro paraje de la zona), que vienen en moto. Y en este tiempo y con esta situación de camino, los padres prefieren resguardarlos en su casa con clases virtuales y asegurarse el aprendizaje con ese formato alternativo”, dice Verónica.
El Jabalí, La Corona, La Coronita, La Merced, son algunos de los parajes rurales o estancias de donde provienen los alumnos. Gracias a ellos, y a las seños, la escuela tiene sentido.
Paladino ingresó a la escuela luego de dos semanas para mostrarle a este medio el estado de los caminos que impide llegar con normalidad al establecimiento. El edificio no estaba en el peor de los estados, pero la cancha de fútbol seguía inundada, y habían proliferado muchos bichos, especialmente hormigas y mosquitos, que tomaron el lugar que dejaron libre los humanos.
Mientras, la educación sigue virtual, recordando los no tan viejos tiempos de la Pandemia, donde se pedía a gritos abrir las aulas. Ahora hay muchas aulas cerradas, y nadie levanta la voz.
Mirá el testimonio completo de Verónica Paladino a Bichos de Campo, que nos mostró la escuela luego de dos semanas sin poder acceder a ella:
El recorrido de ese día no fue menor: “Hicimos cerca de noventa kilómetros, fácil. De 9 de Julio a Casares y de Casares a Moctezuma, de Moctezuma a los caminos de tierra y desvíos hasta acá. Y cruzando campo”, nos explica la docente.
Lo que Vanesa y su equipo hacen por garantizar el derecho a la educación raya lo heroico: “No es que se cortaron las clases, pero sí se cortó el acceso. Fuimos buscando distintas alternativas. En algún momento tuvimos un porcentaje de matrícula con presencialidad porque accedían, depende de dónde venían, y otro porcentaje se sostenía o con clases virtuales por Meet o con WhatsApp, con videollamadas de WhatsApp. Hoy es todo virtual. Porque hoy no se puede llegar”.
“A mí me da, no digo pena en el sentido de lástima de cómo decae la escuela, sino de que no se puede aprovechar lo que es el espacio de una escuela rural. La escuela rural inserta. Una escuela rural de un paraje, en donde los chicos para venir hacen 15 o 20 kilómetros en moto, y la familia los manda, tiene otra función. Y cumple, a la vez de función educadora, una función social. De contención y de socialización”, sostiene Verónica.
Más allá del cansancio por haber manejado casi dos horas atravesando caminos que hubieran sido imposibles para un automóvil, le preguntamos por qué seguía yendo, ya que seguramente su salario no cubría ni siquiera el costo del gasoil de la camioneta.
Vanesa no afloja. “A mí me atraen otras cosas, que no tiene que ver meramente con el número económico”, dice sobre su vocación. “A nosotros nos desalienta esto, el no saber si llegamos a horario, el no saber si llegamos, el levantarnos y no poder dar una certeza de si se puede llegar o no se puede llegar. Eso es lo que nos desalienta. Después no tenemos situaciones dentro de la institución que nos den deseo de que llegue la hora de la retirada. El problema aquí es llegar, no quedarse”.
En algún momento, ella misma se pregunta: ¿de quién es la responsabilidad de que se pueda llegar a una escuela pública? Y se responde con crudeza: “La escuela está y a la escuela se puede entrar. De hecho recibimos lo que tienen que recibir cada chico en cuanto al sostenimiento que brindan, pero no tenemos hoy caminos que nos habiliten el acceso. No tenemos ningún otro tipo de acompañamiento, de supervisión de si cuando llegamos las condiciones que se dan son las apropiadas”.
El testimonio es crudo, pero lo que Verónica cuenta puede que algún día llegue a la agenda de la política toda, que se llena el pecho de Patria, pero la deja en el olvido.