La inflación minorista en marzo pasado, según la medición realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), fue de 6,7%, la cifra más elevada desde abril de 2002.
Si bien funcionarios del gobierno nacional se empecinan en instalar un relato orientado a establecer un nexo causal entre la inflación, los precios de los commodities agroindustriales y el conflicto ruso-ucraniano, los números oficiales muestran que la cuestión es bastante más compleja.
En el primer lugar del ranking inflacionario se ubicó el rubro educativo con un ajuste en marzo respecto de febrero de este año de nada menos que un 23,6%. Alguien podrá decir, “bueno, es por el comienzo de clases”. Seguramente. Pero en las naciones normales no ocurre jamás una suba tan salvaje en el inicio del ciclo lectivo.
El segundo lugar fue ocupado por el rubro de prendas de vestir y calzado con una suba intermensual del 10,9%, algo que no extraña a los millones de argentinos que deben recurrir a la tarjeta de crédito para renovar –a cuentagotas– su indumentaria (si es que pueden hacerlo).
El tercer lugar del podio fue ocupado por el segmento comprendido por “vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles” con un ajuste del 7,7%, servicios cuyo valor está ultra regulado por el gobierno nacional (aunque en lo que va de abril el gasoil está ya virtualmente desregulado).
Recién en cuarto lugar aparece el rubro de alimentos y bebidas no alcohólicas, el cual, siguiendo la premisa del discurso oficial –el ministro de Economía, Martín Guzmán, llegó a mencionar esta semana que el agro recibió “ganancias inesperadas” luego de la invasión a Ucrania–, debería estar ocupando por lejos el primer lugar. Pero no: está en el cuarto puesto. Ni siquiera está en el podio de los “ganadores” de la fecha.
Cuando se observa el detalle del ajuste de precios de los alimentos en la ciudad de Buenos Aires, puede verse que, si bien el pan de mesa registró un alza intermensual del 24,8%, el pan francés aumentó un 17,7% y las galletitas de agua envasadas un 5,2%. Como los tres productos se elaboran con harina de trigo, es evidente que el impacto inflacionario del precio del trigo en los mismos no puede explicar tan disímiles variaciones.
La inflación es, como todo fenómeno monetario, una manifestación, en términos estructurales, que refleja la pérdida de valor de la moneda como producto de una emisión excesiva de la misma por parte del Estado nacional, más allá de las particularidades presentes en cada mercado por la situación coyuntural de oferta y demanda.
En términos tributarios, la inflación puede ser considerada como un “impuesto indirecto” que aplica el Estado sin necesidad de una norma específica que así lo habilite, además de transformarse en un mecanismo de ajuste también indirecto del gasto público –en especial de jubilaciones y salarios estatales– al realizar actualizaciones inferiores al nivel de depreciación de la moneda.