Si bien el sector apícola argentino no padece los mismos problemas que el europeo, todavía le quedan muchas cosas por pulir. Las sospechas de adulteración que rodean a las mieles importadas por el Viejo Continente serían la tormenta perfecta para posicionar la producción nacional de miel, de unas 75.000 toneladas anuales, si no fuera porque aquí hay otros frentes con los que lidiar: Bajos precios, altos costos y, encima, también padecemos un fraude en las góndolas.
Los argentinos somos el segundo exportador y el tercer productor apícola a nivel mundial, pero a veces no alcanza con hacer bien la tarea. Mientras en varios puntos del país han avanzado notablemente los ensayos para obtener mieles multiflorales en los bosques nativos, de forma natural y sostenible, hay industrias que hoy venden glucosa envasada sin escrúpulos y compiten en igualdad de condiciones. O peor, con ventaja, porque su producto es más barato al público.
Y esto no es una discusión ontológica respecto a qué es alimento y qué no. De fondo, hay una cuestión legal: Vender productos que no son miel como si lo fuera, no está permitido.
Si vamos al Código Alimentario, en su artículo 782, recuerda que sólo puede llamarse miel al “producto dulce elaborado por las abejas”, que es producido y elaborado en panales. Y, para no dejar lugar a dudas, en el artículo 776, se refiere a los jarabes hechos con azúcar y colorante y declara que “queda prohibido denominar a estos productos con nombres que contengan la palabra miel”.
El problema es que en nuestras góndolas no se cumple. “Es permanente y sistemática la aparición de envases con productos que emulan ser miel y etiquetas absolutamente mentirosas, donde se afirma que el producto es miel y no lo es”, explicó a Bichos de Campo el experto en apicultura y director de la revista Espacio Apícola Fernando Esteban, que considera que eso “es vergonzoso” para un país con la tradición productiva de Argentina.
A menudo suele haber denuncias al respecto y trascienden resoluciones de la ANMAT que prohíben ciertas etiquetas, pero el especialista lamenta que, generalmente, “ya es demasiado tarde” porque los productos ya están diseminados por muchas bocas de expendio. “En un par de días, los delincuentes, que nunca son encarcelados por fraude y por poner en riesgo la salud pública, salen al mercado con una nueva etiqueta. Uno no sabe si los funcionarios son estúpidos o cómplices”, apuntó.
El testimonio de Esteban da cuenta del descontento que despierta este fenómeno en el sector apícola. Y es completamente entendible, porque mientras muchos apuestan por producciones sostenibles, o por manejos integrados que potencian la polinización en los bosques, otros buscan la forma de hacer miel sin que lo sea.
El caso europeo puede servir para sentar precedentes. Cuando en 2021 se lanzó el estudio “From The Hives”, el Viejo Continente debió intensificar su lucha contra la miel adulterada, pues descubrió que el 46% de la que importaba desde países no comunitarios no era miel pura. Y que, para colmo, estos productos presionan a la baja los precios en las góndolas.
El 30% de las exportaciones apícolas mundiales van a parar a Europa, que es el segundo importador de miel en el mundo gracias, sobre todo, al “aumento de demanda de edulcorantes naturales”, según consigna el estudio. La adulteración se hace sobre todo con azúcares agregados y jarabes de arroz, un aditivo que, según la Directiva 2001/110/CE, no está permitido para que un producto sea calificado como miel. Y, lo que es aún peor, son muy difíciles de detectar.
Para nuestra tranquilidad, Esteban aseguró que “en Argentina no hay un nivel de complejidad alto como la elaboración de jarabes de arroz”, que generalmente suelen fabricarse en China e India y comercializarse desde Vietnam, Camboya, Tailandia y otros países orientales. De todos modos, llama a “estar atentos”, porque la ingeniería genética ha llegado al punto de poder programar bacterias específicas para copiar los azúcares de cualquier miel y reproducirlos.
Por eso es que el mundo está poniéndose en alerta para proteger la actividad apícola. Los mismos productores, bajo la iniciativa “Limpiar el Mercado de la Miel”, llevaron a cabo estudios metagenómicos para demostrar que hay más adulteración de la que parece, porque muchos productos no son detectados por los métodos tradicionales. Gracias a la secuenciación de nucleótidos del ADN, encontraron que “el 80% de las muestras aceptables para los controles de la UE fueron mieles adulteradas”, según consiga Espacio Apícola en una revisión de los estudios.
Lo bueno es que se empieza a tomar conciencia de la dimensión del fenómeno, que invita, en algún sentido, a desconfiar de todo. Lo malo es que, dada la complejidad de esos procesos, por ahora sólo se realizan en dos laboratorios en el mundo: Uno en Estonia y otro en Austria. Y eso también ampara a los productores fraudulentos.
En respuesta a esto, muchos países europeos impulsan campañas para comprarle la miel a apicultores locales y, en paralelo, sólo importar de países confiables. Por el volumen que produce Argentina, del que sólo consume una porción, vender al exterior es una prioridad, y por eso es clave que nuestra imagen como productores de mieles de calidad no se dañe. Ahí puede estar la oportunidad.
“Aún cuando haya tanta corrupción en el mercado internacional, siempre hay chances de exportar un producto genuino. Hay que saber que en el mercado, el que compra sabe lo que compra”, señaló Esteban, que confirmó que muchos compradores chinos han visitado el país para impulsar la importación de nuestra miel, un proceso que ya está amparado por la legislación vigente.
Lo curioso es ver por qué China quiere importar miel si es el primer productor mundial. La respuesta es sencilla: Es por su fama. Como la comunidad internacional detectó que mucho de lo que exportaba estaba adulterado, el desprestigio alcanzó incluso a sus productores honestos. En efecto, haber duplicado su producción desde el 2012 en adelante, hasta llegar a unas 450.000 toneladas al año, 6 veces más que Argentina, tenía detrás un secreto.
Hace pocas semanas, en Estados Unidos hubo una nueva avanzada contra la miel adulterada. Se trata del anuncio de la “Ley de Integridad de la Miel”, un proyecto impulsado por la Asociación de Productores Estadounidenses de Miel (AHPA) que deberá ser discutido en el Congreso y que propone una definición específica de qué es miel y qué no, mayores controles y la destrucción de los productos adulterados.
El país del norte se puso en sintonía con la crisis que atraviesa Europa y, ante la inevitable pregunta de si Argentina debería impulsar una ley similar, Esteban es categórico: “No hace falta, el Código Alimentario es claro al respecto. Sólo tenemos que cumplirlo”. A no dormirse en los laureles y a ponerse las pilas, que a nosotros también se nos puede complicar.