En el Jardín de la República no sólo hay tierra fértil, clima y recursos para prosperar en la producción limonera, sino también para hacer de la sustentabilidad una fuente de ingresos extra. El prometedor entramado de bonos verdes, certificaciones e incentivos al cuidado del ambiente ha vuelto tan necesaria para las empresas la custodia de áreas protegidas, que incluso en muchos casos estas superan lo destinado a la producción.
Así sucede en la empresa Citromax SACI, que mantiene una fórmula 60/40, entre yungas y zonas productivas, en sus casi 5000 hectáreas en Tucumán. Como integrante del grupo de grandes exportadores limoneros tucumanos, ilustra una dinámica que ya se observa en todo ese sector.
Y es que, aunque las empresas aseguran que su afán de ser sustentables no es mero “greenwashing”, también ven oportunidades económicas en las nuevas prácticas sustentables. En esa delgada línea trabaja Rodolfo Arrueta, que es licenciado en biotecnología y máster en gestión ambiental, y dirige el área de medio ambiente y sostenibilidad en Citromax SACI.
Se trata de una empresa que nació con perspectiva industrial, porque desde sus comienzos, a mediados de los sesenta, combinó la producción de fruta fresca con los subproductos de valor agregado. Ya pasaron 60 años desde que el húngaro Jacob Glueck, tras sobrevivir al Holocausto, adquirió grandes extensiones en el pedemonte tucumano, y tanto ha crecido el grupo que hace tiempo es uno de los más importantes en su materia.
Cuando su hija, Vivian, dejó atrás la física y la NASA para dirigir la empresa, allá por los 2000, siguió con el proyecto familiar, y por eso Citromax aún se dedica a producir aceites esenciales, jugos, pulpa y sabores para la industria alimenticia y de bebidas. Con un vivero propio que les suministra unos 200.000 limoneros nuevos cada año, se aseguran un buen mercado a nivel global.
Eso explica que Rodolfo no tenga una tarea sencilla, porque su área debe demostrar a las cúpulas que compostar casi 20 toneladas de residuos al año, cuidar el agua y ser sustentables es beneficioso para la empresa. Indudablemente, el horizonte deseado y uno de los principales incentivos es el ingreso al mercado de los bonos verdes como capturadores de carbono, un circuito que necesita de certificaciones y prácticas muy específicas.
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“Junto a la fundación ProYungas desarrollamos una línea de trabajo con acciones directas en el campo: llevamos adelante un relevamiento de biodiversidad y un inventario de stock de carbono”, explicó Arrueta. Por iniciativa de su sector, Citromax forma parte del Programa de Paisajes Protegidos (PPP) de ProYungas, lo que los convierte en “custodios” del pedemonte en donde producen.
La clave del programa es demostrar que es posible la convivencia de la actividad productiva con los bosques naturales que los rodean. En su caso, hay más bosque protegido que superficie productiva, y, a pesar de que ya es una ecuación que se repite en varias de las empresas citrícolas tucumanas, aún genera ciertas resistencias porque significa “desaprovechar”, en términos estrictamente productivos, una parte enorme de las tierras.
De todos modos, Rodolfo destaca que el 60/40 es una relación “ya establecida, relevada y en conocimiento de toda la empresa”, porque, si su trabajo es efectivo, puede demostrar que vale la pena. Está claro que la inversión de tiempo, trabajo y recursos en pos de la sustentabilidad no se puede hacer sólo por “amor al arte”.
“No hay que descuidar que esto es un negocio y hay que mantenerlo vivo”, dice Arrieta, que conoce muy de cerca las exigencias a la que están sometidos los sectores exportadores. Lo sabe porque Citromax también se metió de lleno en el mercado de arándanos, con la huerta más grande de Argentina, y ha sido promotor de se traslade al sector limonero el mismo nivel de exigencias que tiene el del fruto rojo. El arándano, porque sus principales clientes están en los Estados Unidos, tiene un nivel de exigencias sociales y ambientales de los más altos que s eaplican en el agro local.
Por eso es que Arrueta señala que son “pioneros” en el tema, porque hace tiempo presionan para emular el andamiaje que rodea a la cultura del arándano, que combina la certificación rigurosa, la sostenibilidad y la búsqueda de mercados que contemplen ese valor agregado.
“En función de la rentabilidad del negocio se diseñan las estrategias de compromiso con el medio ambiente y la sostenibilidad”, asegura, confiado en que la conservación de las áreas protegidas es redituable en términos económicos. Por eso es que se torna clave obtener el aval de las instituciones y organizaciones globales, y también por eso celebran acuerdos como el que tienen con ProYungas.
Aunque todavía les queda un camino por recorrer antes de intentar recoger sus primeros bonos verdes, destacan que, al menos, ya empezaron por lo más importante. Los relevamientos que hacen desde hace 3 años junto a la fundación les permite, explica Arrueta, “conocer las emisiones, la posibilidad de captura y desarrollar un plan estratégico”.
-¿Conservar el 60% de la superficie como bosque compensa lo que se emite?- le preguntamos al licenciado.
“Sí, pero hay que medirlo y verificarlo”, insiste. En ese proceso están ahora, pero ya confían en que el margen será positivo, es decir, que las cifras demostrarán que ese área que protegen compensa su actividad productiva en toda su cadena de valor.
Más que una moda pasajera, la sustentabilidad llegó para quedarse en el sector. Sin ánimos de quedarse atrás, las mismas entidades bancarias han abierto líneas de financiación con tasas preferenciales dirigidas a la conservación y reducción de emisiones. Eso potencia esta tendencia, y le da aún más garantías a Rodolfo de que ser “verdes” es negocio.