Don Pedro Manzur llegó a la Quebrada de Humahuaca en los años 60’. Se dedicaba a comprar frutas y verduras a los productores de la zona, para luego venderlas en las capitales de Salta, Jujuy y Tucumán. Al tiempo, ya afianzado y a gusto en el lugar, se compró su propia finca allá por 1971 y se convirtió en productor frutihortícola.
“Mi abuelo siempre quiso tener viñas pero no lo pudo concretar y esa idea quedó en la familia. Quizás por eso en 2019, cuando volví de estudiar de Córdoba, empecé con este proyecto junto a mi padre y mi tío, de empezar a plantar Malbec”, cuenta Daniel Manzur, licenciado en Administración de Empresas y a cargo de la boga familiar El Bayeh de la Quebrada de Humahuaca.
La familia posee tres fincas en la zona de Huacalera, entre las cuales suman 15 hectáreas, donde producen Malbec, Syhra, Semillon, Chardonnay, Sauvignon Blanc y un poco de Tannat y Pinot. Pero hay algo más: junto al enólogo Matias Michelini están desarrollando “vinos de paisaje”, con mínima intervención humana y con prácticas sustentables y ecológicas. ¿De qué forma hacen esto? Cosechando y comprando las uvas criollas a pequeños productores de la zona.
“La idea de las uvas criollas nació cuando Matías nos visitó”, relata Daniel. “Estábamos paseando por la finca y nos encontramos con una parra de uva muy vieja y nos preguntó qué hacíamos con esa viña, a lo cual respondimos que las consumíamos porque ¿qué más podíamos hacer? Y grande fue nuestra sorpresa cuando nos dijo que con esas parras íbamos a hacer nuestro primer vino para empezar a comprender esta industria, conocer los distintos aromas, los distintos sabores y diversas formas de trabajo”.
Daniel contaba con una ventaja: conocer el lugar y por lo tanto saber que todos los agricultores en los patios de sus casas, tenían uvas criollas. Pero también había una desventaja, y era que la gente del lugar suele mirar con desconfianza a quien de pronto anda preguntando mucho.
“Empezamos a hacer lo que hacía mi abuelo: íbamos a cada casa a comprar la producción”, recuerda Daniel. “El primer contacto que tuvimos con las familias fue difícil porque la gente de acá somos desconfiados, es difícil entrar a la vida privada… Hasta que nombramos nuestro apellido y entonces, a través de mi abuelo, las cosas empezaron a ser más fáciles: nos abrieron de sus casas y hasta conocimos historias de mi abuelo que nunca habíamos escuchado”.
Una vez reactivadas las relaciones locales, el proyecto se hizo realidad y ya van por la cuarta vendimia. La gente está entusiasmada, cuida sus viñas y quiere plantar más. Hicimos todas las instalaciones de cero. “Empezamos poco a poco, paso a paso, porque tuvimos que hacer las instalaciones desde cero: ahora tenemos un galpón donde está ubicada nuestra bodega y hacemos todo el proceso: vendimia, crianza y embotellado. Estamos encajonados entre cerros, es un lugar maravilloso, pero el valle es muy chico y las explotaciones vitivinícolas son muy chiquitas, en promedio de 4 hectáreas, a diferencia de Cuyo y Cafayate”.
En cuanto a temas de manejo, las viñas de las bodegas producen sin agroquímicos porque la idea próxima es certificar para convertirse en orgánicos. “Este tipo de producción es posible, ya que nuestro lugar es muy sano por el clima seco, la gran cantidad de sol y el viento que corre todas las tardes de sur a norte”, explica Daniel. “Respecto de los bioinsumos usamos oxicloruro de cobre y azufre y como fertilizante el guano de nuestras cabras más ácidos húmicos y fúlvicos”.
“La decisión de hacer orgánico tiene que ver con ser congruente con el estilo de vinos que queremos lograr”, agrega. “Nuestros vinos fermentan con levaduras nativas y los sulfitos mínimos e indispensables para mantenerlos sanos, y para ello todas nuestras uvas deben provenir de nuestros viñedos libres de químicos porque además creemos que tenemos muchas posibilidades de exportar”.
Periódicamente la bodega recibe capacitaciones de la mano de su asesor, el ingeniero agrónomo Marcelo Canatella, de Mendoza, y cada una de sus visitas implica también una clase técnica “con los changos del campo”, cuyo tema depende del momento fenológico de la uva. También realizan de forma ocasional capacitaciones en Cafayate; la última fue una clase de poda.
El (ya no tan) flamante bodeguero explica que al ser una región relativamente nueva para producir vino, uno de los desafíos era encontrar la cepa que mejor se adapte al clima, teniendo en cuenta variables como las heladas tardías que suelen complicar la producción. Otro gran tema es la logística ya que al estar lejos de Mendoza, donde se ubican todos los proveedores de insumos, los costos se hacen cuesta arriba. A todo esto se le suma que tampoco hay abundancia de recursos humanos para trabajar en el rubro, así que todos reciben capacitaciones y van aprendiendo sobre la marcha.
En la actualidad la bodega produce 20.000 litros y el lugar de venta por excelencia es Buenos Aires, donde “hay poder adquisitivo y ganas de conocer cosas nuevas”, asegura Daniel. “La uva criolla fue muy denostada y ahora está tomando protagonismo, por eso apuntamos a quien quiere probar cosas distintas”.
Unos 50 años después de que su abuelo llegara a Humahuaca, Daniel está cumpliendo el deseo familiar de producir vino. “El nombre completo de mi abuelo era Pedro Boutrus Manzur El Bayeh, que significa algo así como ‘comerciante de frutos frescos’ y yo creo que le seguimos haciendo honor al apellido, porque en definitiva lo que hacemos es comercializar frutos frescos, pero fermentados”, concluye con entusiasmo.