El conflicto ruso-ucraniano dejó en evidencia la importancia estratégica de que las naciones agrícolas dispongan de su propio aprovisionamiento de fertilizantes.
Brasil, que importa la mayor parte de los fertilizantes que emplea, hizo de esa cuestión parte de la agenda estratégica del gobierno de Jair Bolsonaro e incluso cerró una inversión rusa en una fábrica abandonada de urea antes de que esa nación invadiera Ucrania.
Argentina está mejor posicionada que Brasil porque fabrica una porción de su demanda anual de fertilizantes nitrogenados, aunque para completar la oferta depende de las importaciones.
Si bien en las últimas dos décadas hubo proyectos para ampliar la capacidad de producción interna de urea –elaborada con gas natural proveniente de los yacimientos patagónicos– los mismos no pudieron prosperar debido a las constantes turbulencias macroeconómicas presentes en la Argentina.
En lo que respecta a los fertilizantes fosforados, la cuestión es un poco más compleja, porque para su elaboración es requerida roca fosfórica y Argentina no dispone de yacimientos de ese mineral, con lo cual debe importarlo o bien directamente comprar en el exterior fertilizantes fosforados.
En este caso, la única manera de reducir la dependencia del insumo importado es promover el uso de interno de prácticas agronómicos e insumos alternativos que promuevan la incorporación de fósforo orgánico en los sistemas.
En 2021, según datos oficiales, Argentina compró a Perú 334.760 toneladas de roca fosfórica para elaborar en el país parte de la oferta interna de fertilizantes fosforados, mientras que la mayor parte de los mismos fueron importados.