Juan “Juanchi” Capózzolo es un veterano productor ganadero de Reconquista y el sur del Chaco, en Basail. Describe en esta nota cómo la fuerte sequía que padece esa región está amenazando al rodeo de bovinos, por la falta concreta de alimentos. Con su autorización, decidimos publicar completo su testimonio:
“Se pueden insertar gráficos y mostrar innumerables cifras sobre la escasez de agua en el norte santafesino y el Chaco, pero difícilmente se describa esta cruda realidad. Es difícil poder explicar a la gente de la ciudad qué se siente cuando sales de tu casa, ves la tierra agrietada, los cultivos secos y que el pasto natural ya no existe. La recorrida por las aguadas se hace pesada y triste.
Aprendimos que con buen agua la hacienda aguanta, pero todo tiene su límite en el tiempo. Las aguadas naturales están agotadas, y en el barro reseco enterradas osamentas de vacunos y animales silvestres.
En algún remanente de aguada los animales salvajes compiten con los vacunos por el poco líquido. Entre ellos se da esa rara convivencia que se genera entre especies en las catástrofes naturales. Los molinos sin viento no giran, a los animales no les quedan fuerzas para ir en busca del lejano y escaso pasto seco.
El trigo se quedó y con ello se evapora la posibilidad de la cosecha. Con suerte alguno fue arrollado para alimento fibroso para el ganado. La esperanza de nuevas siembras se desvanece con cada pronóstico.
Sopla el viento, se mueven lentos los molinos emitiendo el conocido gemido de una máquina perezosa de moverse, y la tierra seca se levanta dando lugar a una bruma, irritando los ojos, ya de por si enrojecidos por la desesperación de ver caer las vacas al parir, para no levantarse mas por falta de estado. Se terminaron las reservas, aún para el mas previsor.
Los vecinos se acercan por consejos para aliviar esto, pero ni la edad ni la experiencia pueden contra la naturaleza. Solo se comparten comentarios y lamentos.
Marcha el hombre de campo al monte cerrado, a abrir picadas para que los animales que siguen en pie puedan rebuscarse con los frutos que todavía pueden ofrecer algunos árboles y matorrales, o el ramoneo de algunas ramas que quedan de la limpieza, mientras los insectos lo curten a picaduras y espantan las vacas sufridas.
Cada recorrida es volver con un ternero que perdió la madre en el recado. Se tratará de salvarlo calostrándolo con clara de huevos. Pero cuando la cantidad de guachos aumenta no hay suficientes vacas ni para aportar calostro ni leche.
Los caranchos y cuervos vigilan expectantes cada vaca caída, cada ternero recién parido al que la madre no tendrá fuerzas para defender. Allí la crueldad de la naturaleza le enseño que un rápido picoteo en el ombligo lo hará desangrar y luego la muerte. El ciclo natural llevará a que la abundancia de comida los llevará a una rápida reproducción y -si alguna vez esto se corta- quedará una superpoblación de aves de rapiña que generará otro problema que excede esta narración.
Llega el hombre a su puesto con la cara llena de tierra, y en ella marcadas las lágrimas de la frustración. No hay señal de celular. Tal vez si hubiese podría putear a algún político, de esos que legislan sobre como manejar campos y humedales con la misma idoneidad con que legislaron sobre una emergencia agropecuaria, que nunca soluciona absolutamente nada”.
Juanchi Capózzolo