En una nota de enero pasado, Bichos de Campo presentaba al ingeniero agrónomo Carlos Caggiati, un profesional que con treinta años sobre sus hombros produciendo uvas y vinos, que advertía que la vitivinicultura de punta, que él ayudó a construir consolidando la región del Valle de Uco como capital mundial del Malbec, estaba desde hace un tiempo viviendo síntomas de estancamiento. En aquella nota, el especialista también se mostraba convenido de que ese polo productivo logrará sostenerse en el tiempo.
A mediados de este mes de marzo, con la Vendimia en marcha, el mismo Caggiati nos envió un texto escrito por un colega y amigo de él -un viticultor mediano, nos aclara- de la misma zona del Valle de Uco. Como muchos mendocinos, este hombre continuaba la tradición familiar productiva luego de varias generaciones, pero a la vez manifestaba en esa carta una gran preocupación por el presente y futuro de la actividad vitícola. Tenía miedo de no poder continuar.
El productor que redactó ese crudo diagnóstico no quiso dar su nombre, bajo el pretexto de ser tímido, pero autorizó a Caggiati a publicarlo, y éste se manifestó interesado en hacerlo, por comulgar con sus opiniones y con el fin de llamar la atención y provocar un debate.
Carlos, en rigor, coincide con la gravedad de las cosas, pero volvió a manifestar su cuota de esperanza en el sector, argumentando que este texto no debe estresarnos, ni amedrentarnos, ni paralizarnos, sino motivarnos a que nos ocupemos ya mismo de tomar medidas acordes para salvar el futuro y la prosperidad de esa economía regional.
Compartimos aquí el texto del viticultor anónimo:
“Tiempo de vendimia, tiempo de reflexión: ¿Vale la pena ser productor de uvas? La producción vitícola, como está planteada actualmente, no tiene futuro para la mayoría. La macroeconomía no ayuda nada. Más, en una actividad donde se vende una vez al año y hay que afrontar toda una temporada. Este año, ni siquiera tenemos alguna cobertura financiera que nos permita defender un poco el valor de la moneda (plazo fijo negativo, dólar planchado).
Más allá de esto, que puede ser coyuntural, el análisis de lo que viene sucediendo en los últimos 20 años, nos muestra que es una actividad que no es rentable para la mayoría y que su futuro no es bueno. Son pocos los productores que quieren seguir en la actividad y menos aún sus hijos. Inversores que no son del palo, no tienen ningún interés en participar. Y los que lo hicieron en los años ’90, se están yendo o quieren irse. Todavía escuchamos a algunos dirigentes diciendo que la salida es la integración, a través del Cooperativismo.
Después de muchos años vemos que este tipo de asociación no logró cambiar la matriz. Sí pudo cambiar el párrafo más conocido del libro El Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes por: “Ladran, Sancho, señal de que la cagamos”.
Así como hace 30 años hubo un cambio tecnológico importante y parecía que íbamos en una buena dirección, hoy vemos una viticultura de abandono, baja productividad, con viñedos que dan más vergüenza que orgullo (incluyo a los de las bodegas). El productor no quiso sumarse al cambio. Prefirió seguir con su viejo y agotado esquema productivo (sin goteo ni pie franco, escasos agroquímicos, sin tela antigranizo y sin un programa de renovación adecuado).
Hoy el productor llora porque no le alcanza el agua, que los nematodos le comen las raíces, que el granizo le llevó el esfuerzo de un año, que no tiene dinero para reconvertirse…
Casi todo era evitable. Las culpas son compartidas, no siempre del otro. Las reconversiones vitícolas, fomentadas por los distintos gobiernos, promovidas por la Coviar y apoyadas por Bodegas de Argentina, fueron un fracaso total. Cualquier técnico sabía que era una estafa intelectual y un despilfarro de plata (que Milei no se entere). Las entidades intermedias, Cooperativismo, INTA y privados en general, tampoco han aportado mucho. Casi nadie las consulta. ¿Para qué consultarlas?
Son los productores autodidactas los que han desarrollado modelos productivos exitosos en distintas zonas. Estos modelos son los ejemplos a seguir. De parte de la industria siempre hay una excusa para pagar la uva lo menos posible, sin mirar lo que necesitan hoy y qué necesitarán en el futuro.
¿Qué pasó con las uvas blancas? ¿Van a seguir resignando calidad, al seguir comprando tintas con número de Pinot? ¿Seguiremos hablando de calidad, y reemplazamos la casi inexistente cepa Chardonnay por la Pedro Jiménez? Hace dos años que no hay Chardonnay, no alcanza, porque se lo pagó mal durante muchos años y nadie plantó. ¿Cuánto Cabernet Sauvignon queda? ¿Cuánto necesita la industria?
Parece no importar, mientras se pague poco y sigamos así. ¿Y el futuro, a quién le importa? El resultado está a la vista, o ‘no la ven’. Esperamos una cosecha de 18 millones de quintales (excedentaria, para el relato) con más de 200.000 hectáreas de viñedos. Un promedio por debajo de los 90 quintales por hectárea, incluyendo Criollas, Cereza y otras variedades productivas. Un número patético”.
A este texto crudo, del productor anónim, Caggiati agregó: “No es fácil ponernos de acuerdo y hallar el camino alternativo de solución a esta problemática planteada por mi colega. Porque Mendoza es una provincia básicamente vitícola, manejada por unas pocas empresas, que son las que definen los precios de mercado, pero que también padecen las consecuencias de la realidad socioeconómica actual. Porque en realidad, la pérdida de poder adquisitivo de la mayoría de la población provoca una caída del consumo, de la cual ellas no están exentas.
Esa caída provoca un “sobrestock” -continuó-, y éste genera una caída de los precios, básicamente por la ley de oferta y demanda. Y el eslabón más débil de esta cadena viene a resultar el productor vitícola. Siempre hay una posición dominante por parte de las bodegas grandes, porque al definir los precios de mercado, por lógica siempre van a tender a maximizar la rentabilidad de sus empresas.
Tampoco la diversificación es fácil de concretar en Mendoza, porque no hay tantos cultivos que sean lo suficientemente rentables, como para poder diversificar en otras actividades. Y las inversiones necesarias para esto, son muy grandes, con una alta demanda de mano de obra y de mantenimiento durante los primeros años, los cultivos perennes demandan altas inversiones durante 2 o 3 o 4 años, hasta que entran en producción, todo lo cual termina siendo quizá superior a la inversión inicial en el valor de la tierra. Y como las inversiones necesarias son tan grandes, hace falta acceder a créditos bancarios, que en el caso de las PyMEs se hace imposible”.
Concluye el ingeniero Carlos Caggiati: “Y hay que considerar que a la bodega le llega entre el 35% y el 50% del valor de góndola. Y un vino, para llegar al consumidor, necesita botella, etiqueta, contraetiqueta, corcho o tapa, caja impresa, flete, etc. Muchos insumos secos con valores de mercado y pagados casi ‘cash’. Entonces la uva sigue siendo la variable de ajuste”.
El gran problema de los productores pasa por el inv….tendrían que volver a hacer censos de viñedos y aceptar que un viendo de malbec o cualquier varietal no puede producir jamás 400 qq por ha. Hoy en día las bodegas hacen vinos con números
Los grandes productores exportaron con grandes ganancias en dolares durante 35 años…y que dejaron acá, un plazo fijo? Dejen de llorarrr