La localidad de Senillosa, a 32 kilómetros de la capital neuquina, está situada en la “puerta oeste” del gran valle del Comahue, en la estepa semiárida de la Patagonia norte y que se extiende desde allí hasta llegar al mar Atlántico, en lo que se denomina Alto Valle del Río Negro. Allí se encuentra el viñedo y la bodega Puerta Oeste, originado en 2006 por Julio Penros y su esposa Viviana Goldstein, sobre suelos franco-arenosos de clima árido semidesértico, rodeados de fauna y flora autóctonas.
Dicen que eligieron ese paisaje, especial para sus viñas, por la amplitud térmica, los cielos limpios –sin polución- y los vientos secos, que impiden la formación de hongos y bacterias. Realizan su cultivo con la impronta agroecológica. Tienen colmenas y crían una diversidad de animales: ovejas, conejos, gallinas de guinea, patos, gansos, una yegua, utilizando el guano para elaborar compost con el que abonan el suelo de sus viñas.
“Consideramos que vinimos a invadir un espacio natural y debemos intervenirlo lo menos posible. Hace poco, un joven nos dijo algo bueno: que debemos devolver al ambiente lo que le extraemos, porque si no estaríamos haciendo ‘extractivismo’ como la minería”, asegura Viviana.
Todo comenzó a fines de 2006, cuando Viviana y julio eran empleados del Estado y decidieron comprar 2 hectáreas de tierra en la Chacra 54, Lote 2, sobre la Ruta 22, dentro de la Colonia San José, en Senillosa. Cuenta Julio: “Yo me crié en el barrio Confluencia Sur, muy cercano a la unión de los ríos Limay y Neuquén. Era un caserío rodeado de chacras de peras y manzanas. Con 7 años hacía changas juntando las frutas del suelo para las fábricas de sidra, juntaba espárragos y los iba a vender a Neuquén. Después estudié en una escuela técnica donde no alcanzaban las herramientas, y mi tío Pincho, albañil, me contrató de ayudante para poder comprármelas. Entonces, con Viviana, compramos para cumplir el sueño de volver a vivir como antes, donde hacer una huerta, tener unas gallinas y árboles frutales. Pero también, con la idea de seguir trabajando después de una vida en el Estado, porque no sabemos vivir de otro modo”.
“Al tiempo yo estaba sembrando estacas de álamos para formar las cortinas que frenan los vientos, cuando Norberto Masso y Majo Carrascal comenzaron a contar por la radio sobre ‘El vino en la historia de la humanidad’. El relato fue tan emotivo para mí, que al final del programa, con mis ojos empapados de lágrimas, decidí hacer vino. Llegué a casa, se lo propuse a Viviana y ella me dijo: ‘Está bien’. Pero no teníamos ni idea. Llamé al INTA Alto Valle y me pidieron que llevara unas muestras del suelo. Allí conocimos a los ingenieros Juan Kiessling y Mario Gallina -este último se encarga hasta hoy de los viñedos, y en el INTA poseen uno experimental-. Nos contaron que en los comienzos de la creación del Alto Valle la producción había sido vitícola, no de peras y manzanas. Nos hablaron durante tres horas y nos contagiaron de tal manera su pasión por las viñas y el vino, que al salir de ahí nos lanzamos a ser viñateros. Es el día de hoy que Mario Gallina no deja de pasar a visitarnos para ver en qué nos puede ayudar. Él nos sugirió empezar plantando malbec y pinot noir y nos vendió las estacas. En 2009 plantamos 400 de cada variedad”, siguió contando Julio.
“Comenzamos a capacitarnos en todo curso que hubiera, dentro del Plan Vitícola de la Provincia de Neuquén, con asesoramiento técnico y enológico –hoy, del enólogo Sebastián Landerreche, que nos asiste junto a su esposa, Silvia Gandolfi, también enóloga-. Empezamos a ir a nuestra chacra una o dos veces por semana, donde no teníamos luz eléctrica; para regar, sacábamos agua de un pozo con una soga y un balde. Al volver, las hormigas nos habían comido los álamos y todo lo que habíamos plantado. Empezamos a sostener las vides con ramas de álamos, no teníamos alambre. Con el tiempo fuimos armando las estructuras, colocamos riego por goteo, mejorando la poda y en 2015 obtuvimos nuestra primera cosecha, con 300 kilos de malbec y 70 kilos de pinot noir. Elaboramos vino con tambores plásticos, trasegando de un tanque a otro con una manguerita como cuando sacás nafta”, completó Julio.
Cuenta Viviana: “En 2015 participamos con nuestro malbec del primer concurso patagónico de elaboradores de vinos caseros y artesanales –hoy no pasamos de elaborar 5000 botellas y nos definimos como ‘microelaboradores’- donde tenías que calificar con 50 puntos para que tu vino no fuera malo. Nos pusieron ‘52’. Al año siguiente habíamos mejorado el suelo y cosechamos más cantidad de vino. Nos volvimos a presentar, obteniendo medalla de oro y de plata”.
“Luego fuimos consiguiendo algunos microcréditos y nos empezamos a equipar con llenadoras básicas, encorchadoras y demás. Hoy tenemos una llenadora contra presión neumática con inertizador (con nitrógeno), una encorchadora neumática que nos da la posibilidad de hacer vacío antes de que entre el corcho. Al principio reciclábamos botellas hasta que empezamos a comprar a una de las pocas fábricas en Mendoza, pero ahora estamos sufriendo la carencia de las mismas. Sumado a que la mayoría de los insumos está en dólares o euros, porque o provienen de Estados Unidos o de Europa; por ejemplo, las barricas, máquinas y herramientas. Ahora se está pasando, del corcho, a la tapa a rosca, y una tapadora a rosca nos cuesta 7000 dólares”.
Sigue Julio: “A partir de 2011 trajimos a la chacra una caja térmica de un camión y en ella nos metimos a vivir, dejando la comodidad de la casa de Plottier con gas natural, por ejemplo. Hicimos el baño, luego una pieza. Trabajamos solos, con Viviana, en la viña y en la bodega, pero tenemos la asistencia durante todo el año de algún integrante de una familia santiagueña, de Monte Quemado, muy trabajadora. Para las cosechas, vienen todos, desde abuelos a nietos, y cuidamos que todos la pasen bien. Hoy reinvertimos todo, no obtenemos ganancia aún. Nuestra filosofía está en perseguir la calidad para que la ganancia venga sola como una consecuencia inexorable. Y lo podemos hacer porque vivimos de nuestros ‘retiros’ del Estado –una especie de jubilación- y de nuestra chacra”.
“Cuando empezamos a hacer vino no sabíamos que esta actividad nos iba a ocupar el resto de nuestras vidas. Porque decidimos dejar nuestros trabajos formales para dedicarnos de lleno al maravilloso mundo de las uvas y el vino. Además, teníamos un concepto errado de que lo que se cultiva, es la vid, y que el vino se produce o fabrica en una bodega entre cuatro paredes. Pero conocimos a muchos jóvenes europeos que nos enseñaron a ver que la elaboración del vino empieza en el cultivo, no en la bodega. Porque depende de todo el cuidado que se tenga en la planta de la vid y en la nutrición del suelo para que el vino sea bueno”.
“Nos gusta compararlo con el embarazo de la mujer, porque para que nazca una criatura sana, la madre debe tener minuciosos cuidados de su propia salud, no sólo durante los nueve meses de gestación sino desde antes. Por eso hoy hablamos de ‘cultivar vino’. Cuando vemos algo blancuzco que recubre a la uva, es porque la planta la cubre de una ‘cera’ para evitar una deshidratación brusca, en su última etapa. La planta es muy sabia. Este último año sufrimos una helada tardía el 6 de octubre y tuvimos uva de primera y de segunda floración. La planta hace madurar a las dos, acelerando los procesos de la segunda y aletargando a la primera -que viene adelantada-, dando prioridad a la uva que viene más atrasada -o embrión, para continuar con la figura del embarazo- para que todas lleguen a término, que es la conservación de la especie”, explica Julio.
“Nos animamos a participar del Concurso Nacional de Vinos Caseros y Artesanales, en Lavalle, Mendoza, con 4 vinos y obtuvimos 4 medallas, sobre todo, el premio mayor, la medalla ‘Gran Oro’, con nuestro malbec, y una mención especial con el pinot”, comenta Julio, con orgullo.
Y sigue: “Hoy tenemos 5000 plantas entre malbec, pinot noir (tintos), chardonnay, cabernet franc y torrontés riojano (blancos). Curiosamente tenemos más pinot noir -26 filas- que malbec -22 filas-, porque el pinot es el más complejo del mundo, y aprender a elaborarlo es muy difícil, lleva toda una vida. Por eso es el vino más caro del mundo”.
“No podemos competir con los vinos mendocinos en la relación precio/calidad. Entonces sólo nos queda apostar a un producto de muy alta calidad para ocupar un lugarcito en los vinos de media y alta gama. Estamos editando dos líneas de vinos: ‘Puerta Oeste’, de variadas cepas, y ‘Semilla, pepa de la vid’, con nuestros vinos reserva o de guarda. Además, el INTA Luján de Cuyo desarrolló una variedad de uva que se llama “Delicia INTA”, una moscatel sin semilla. Mario Gallina nos eligió para investigar cómo se desarrolla en estos suelos y con este clima, de modo que la plantamos hace un año. En diciembre, colocamos una malla ‘antipájaros’, porque es el único viñedo de la zona y nos acosan las aves”.
“Hemos construido una sala para recibir turistas, con baño apto para discapacitados y un patio para las degustaciones. Nos gusta competir con los mejores, para exigirnos. Y en la diaria, le hacemos mucho caso a las ‘tripas’, no sólo a la razón. Llegar a estar presentes en las ferias de Caminos y Sabores o la de Las Naciones, nos ha representado un esfuerzo enorme, incluso de ver a quién dejar a cargo de nuestro viñedo y de nuestros animales. Pero, salir, nos ha enriquecido mucho. Consideramos que todos los que vinificamos en el país debemos tener la obligación de elaborarlo con la máxima calidad, aunque sean pocos litros. Argentina tiene pequeños oasis que son tesoros para la actividad, y además todos los suelos, climas, altitudes, para elaborar vinos de excelencia para el mundo. Pero para eso necesitamos políticas de Estado a 20 años, y así tal vez habría menos soja, por ejemplo”, reclama Viviana.
“Nuestro límite es el cielo”, dice esta pareja emprendedora que lleva 22 años desde que Viviana y Julio, ya con hijos grandes, se conocieron. Un vecino y gran amigo, el payador Maximiliano Salas, les improvisó unas décimas en las cuales generosamente incluyó a los ‘Bichos de campo’. Agradecidos, se la compartimos a nuestra audiencia: